Cada 29 de junio, el cristianismo recuerda a San Pedro y San Pablo. Según la tradición, ambos fueron ejecutados por orden de Nerón, de quien se dice que tenía mal carácter.

Se desconoce porque en Caseros y demás planetas barriales tal fecha se conmemora con la organización nocturna de grandes fogatas. Mejor dicho, fogarata (o al revés).

Lo cierto es que se recolectaba, acarreaba y amontonaba durante días – en la esquina o baldío designado para tal fin – toda clase de elementos combustibles (en especial, ramas, troncos y afines). Este proceso que se alargaba a lo largo de varios días generaba reyertas con los muchachos de otras esquinas a los que se les atribuía el hurto de tales elementos (o viceversa) para alimentar sus propias fogaratas.

La estructura con objetos combustibles tomaba forma de carpa y en su vértice superior se colocaba un muñeco con el objetivo de que las llamas los devoren. Las malas lenguas le atribuían al fetiche la representatividad del vecino que no devolvía la pelota o generaba otra contrariedad.

Lo cierto es que apenas asomaba la oscuridad de cada 29 de junio llegaba el momento esperado: se mojaba el montículo con un poco de kerosén, un fósforo, y la noche se encendía ante la alegría de los pibes, las caras temerosas de las señoras y la de asentimiento de los hombres.

Se acostumbraba arrojar al costado de la fogata, batatas y papas con la intención de ingerirlas una vez cocidas, proceso siempre inconcluso pues el apuro juvenil impedía que los tubérculos perdieran su condición de crudas.

De alguna manera, esa noche se transformaba – además de esperada – en mágica.
Estimo que en algunos lugares, este rito de origen religioso se continúa practicando pero los imagino lejos de estos pagos ya sin baldíos o esquinas ayunos de cables… y ya sin pibes dedicados a juntar ramas y a fascinarse ante llamas que enciendan la oscuridad.