“Mi hermana – María Luisa – y yo, fuimos, sin goce de sueldo, claro, las primeras empleadas del Banco Cooperativo”, recordó Angélica Alcira Cervetto, cuando la entrevistamos años atrás, a sus 85 años.

Estábamos en el señorial comedor de su casa de la calle Andrés Ferreyra, entre Valentín Gómez y Urquiza.

Nos dijo, Angélica:

“Antes vivía aquí al lado… en la sala de la entrada empezó a funcionar el Banco… un día vino papá (Santiago Fausto Martiniano Cervetto) y dijo «Bueno, chicas, a partir de mañana viene acá el Cooperativo»; él fue el primer tesorero. Al Cooperativo no se le cobraba el alquiler, ni la luz, ni nada”.

Los pioneros de la entidad bancaria se reunían los martes por la noche “y dejaban un olor a cigarrillo que era apestoso… papá nos cargaba: ‘No se quejen, chicas, que así no hay polillas’ “, recordó Angélica.

Era 1932 y la naciente entidad ya se perfilaba como un orgullo para el pueblo, que apenas si tenía alguna que otra calle adoquinada.

“Nosotras atendíamos a los vecinos que venían a pagar, de a un peso mensual, las acciones que valían cien pesos. Algunos venían cuando dejaban de trabajar – especialmente los del ferrocarril – tocaban timbre, nosotras nos levantábamos y, a través de la reja de la puerta, les dábamos unos boletitos, a modo de recibo, que teníamos en planchas. La plata la poníamos en una caja de habanos que guardábamos en la mesita de luz”.

Antes de ser bancaria, cuando apenas se despegaba del suelo, Angélica trabajó, codo a codo, junto a su padre en la fonda de Valentín Gómez y Andrés Ferreyra.

 

“Papá tuvo esa fonda durante varios años… yo era chiquita pero ayudaba a lavar las copas; él hacía las facturas de cerdo, las morcillas y el vino para vender. A veces, venían cantores que pasaban el platito. Todos los días, a eso de las nueve, se juntaban los lecheros para esperar el tren lechero que llegaba a las diez. Se la pasaban comiendo huevo duro, rabanitos y aceitunas; después, cargaban la leche y se iban con sus carros… ¡Ay! dejaban un chiquero…”.

Don Santiago Cervetto llevaba la música en la piel y junto a sus hermanos formó una orquesta de aficionados, nada talentosa pero sí divertida.

Angélica se contagió de esos duendes y supo prenderse en cuanta milonga se armaba en “la República o en la Pérgola del Jota Jota”.

“También iba a bailar al ‘Tiro al Segno’ … viajaba en el colectivo 20 al que le decíamos ‘la charada’ porque, por los pozazos, una saltaba de aquí para allá”, detalló Angélica.

 

APARECE TTTT

Cierta noche de tango, un gavilán cayó por el República dispuesto a lucir sus dotes de seductor pero el galán –Teodorico Torcuato Tomás Tesei – jovencísimo policía, quedó apresado por los ojazos de la muchacha de Caseros.

“Estuvimos de novios veinte meses y nos casamos en La Merced”.

Teodorico Torcuato le agregaba a su trabajo de policía, algunas horas como vendedor de frutas secas. Con el tiempo, instaló una inmobiliaria.

“Le gustaban los autos; me decía : «yo te voy a llevar a pasear por Caseros en el mejor coche… Se compró uno que lo pagó en cuotas y por eso lo pagó un poquito más. Cuando se jubiló, también me pagó la jubilación, gracias a Dios… pero igual es poquito, sabe».

El matrimonio tuvo una hija: Susana Angelita, maestra, que falleció a sus 34 años. “Ahora, lo único que me quedan son mis nietos”.

Evocó, en aquella entrevista, Angélica:

“El galpón de Cafferata que estaba aquí a la vuelta; la calesita de la calle Valentín Gómez; el cine «La Honradez» (actual Paramount); las panaderías «La Ítalo» y «La National»; el negocio de Mamud; la librería de Elías; Lorenzín, el lechero; las farmacias «La Central», «La Italiana» y «Caffarello»; las carreras de bicicleta en el pueblo; los corsos; Anita Desio, mi profesora de piano… ¡Qué lindo que era Caseros!”.