A principios del siglo pasado, Caseros “se abría generoso a la ola de todas las tendencias avasalladoras del progreso”.

Esto aseguraba nuestro vecino Máximo Censori en su exquisito libro Brochazos del Viejo Caseros.

“Y entonces empezaron a llegar todas las heterogéneas fuerzas modeladoras de pueblos. Labradores de curtida piel y esforzados brazos; chacareros sacrificados y tenaces; audaces comerciantes; industriales aventureros; médicos misioneros y… rematadores”.

“Abundantes rematadores ansiosos de poblar estas tierras nobles y plenas de futuro, claro está, de ganar suculentas comisiones”, continua don Censori, quien vivía en Urquiza, casi av. San Martín.

LOTEOS CON LLAMATIVOS BANDERINES, CARPA, CARTELES…

Uno de estos rematadores, “llegó a estos lares provisto de su correspondiente provisión de banderas, carteles, carpas y demás enseres propios de su profesión, y sin más ni más dio comienzo a una proficua y hábil propaganda tendiente a poner en venta hermosos lotes de tierra fértil, en la zona ubicada en lo que sería tiempo después (léase años, muchos años) la populosa barriada de Villa Mathieu”.

Por entonces, el único transporte que surcaba esta geografía era la esforzada carreta.

LA ESTACIÓN VILLA MATHIEU

Continua Censori: “…de manera que era incuestionablemente justificado el asombro y la alegría de los pobladores, cuando leyeron los rojos carteles que anunciaban la futura estación del ferrocarril, que habría de levantarse frente mismo a la villa, y la provisión de luz eléctrica en las loteadas a venderse. Y no era mera propaganda. A los pocos días los anuncios se convertían en palpable realidad con la llegada de numerosos postes para las líneas de alumbrado y la instalación de las bases y el tablado de la futura estación”.

El día del remate, “la puja por la adquisición de los lotes adquirió caracteres de desafío. El que más, el que menos adquirió su precioso solar que habría de convertirse en breve plazo en una pequeña fortuna. Villa Mathieu sería el centro de una nueva y gloriosa población”.

Concluido el encuentro “y recaudadas sus correspondientes comisiones, el rematador y su compañía se retiraron del campo entre el beneplácito de los afortunados adquirentes, que los saludaban con una mano en alto mientras con la otra estrujaban cariñosamente un puñado de la bendita tierra adquirida”.

PERO…

Concluye Censori: “Hermoso sueño del que despertaron una luminosa mañana de febrero en que los atónitos ojos de los flamantes propietarios pudieron comprobar que, como por arte de magia, estación y postes de alumbrado habían desaparecido del lugar, sin que nadie pudiera jamás volver a dar razón de ellos”.

Y por un tiempo más, continuó circulando la carreta, aseguró el autor de esta crónica.