Para los años ’30, esquivando zanjones y andurriales, circulaba por Caseros un camión de la empresa YPF ofreciendo, a los vecinos, la última novedad energética: el “supergás”, misterioso combustible encerrado en herméticos tubos gigantescos que, anunciaban, era lo ideal para utilizarse en cocinas, calentadores e, incluso, calefones.
En cada camión, viajaba también una cocina y una promotora encargada de demostrar, a las sorprendidas vecinas, las bondades del mentado supergás.
Probablemente, nuestras bisabuelas, acostumbradas a la leña o al carbón – aún no se habían impuesto las cocinas a kerosén – hayan quedado maravilladas ante tanta modernidad.
“La empresa YPF cobraba trece pesos la instalación, regalaba la casilla de protección de los tubos y el rellenado de uno de ellos”, nos aseguró, cuando lo entrevistamos, Cándido Portela, vecino de Andrés Ferreyra y Belgrano
Don Cándido se autotitulaba el “primer gasista caserino” y para aseverar tal condición exhibía su matrícula que data de 1932.
Nativo de José C. Paz, Portela, a sus cinco años ya andaba haciendo travesuras por estos pagos que lo cobijaron para siempre.
Era el mayor de siete hermanos y andaba de pantalones cortos cuando junto a su padre iban en un carro, por los campos de los alrededores, a realizar trabajos de poceros, plomería y zinguería…
“Arreglábamos, incluso, los molinos que era una tarea, a veces, complicada; por ejemplo, subíamos para arreglar el freno y, de repente, un golpe de viento podía hacerlo girar violentamente… habla que tener mucho cuidado… hacíamos pozos de 45 metros para encontrar el agua; también, soldábamos las canaletas de desagote”.
Los Portela se hicieron conocer y eran requeridos desde otros pueblos… “con el carro de llevar las herramientas íbamos a todos lados; más adelante, ya por el 27′, mi papá compró un Ford T”.
Tiempos en que Caseros era una suma de calles de tierra. “Rivadavia (actual Valentín Gómez) era la única adoquinada; después se fueron asfaltando los alrededores. Recuerdo que la empresa que hizo la obra se llamaba HUME y utilizaba varillas para que el asfalto tuviera más solidez”, recordó Portela.
Cuando cumplió sus 20 abriles, Cándido se independizó de su padre e instaló su negocio en Urquiza y Sarmiento. Desde allí canalizó sus actividades y su debut como gasista se produjo en el hogar de los Boquete, familia que debe haberse persignado luego de que el muchacho completara el trabajo.
De a poco, fue ampliando la clientela que ante la ausencia de explosiones, le fue tomando confianza. En su negocio, atendía los requerimientos más dispares: desde la instalación más compleja hasta la doméstica soldadura de cacharros y calentadores.
Cuando en la década del ’50, comenzó a extenderse la red de gas natural, el trabajo se multiplicó y Cándido debió apelar a la colaboración de una decena de empleados. La aprobación de las instalaciones debía solicitarla a la delegación de Olivos que enviaba celosos inspectores a verificar la seguridad del trabajo. “Ese serio control se perdió y hasta hubo una época, en que la aprobación se hacía desde la mesa de un café… A nosotros nos controlaban el espesor de los caños y hasta los enterrábamos a 30 centímetros para que luego no le dañaran, con la pala, el baño con que estaban cubiertos…”.
“Todas las medidas de seguridad son necesarias si los ingenieros estudiaron y estudiaron qué material debe utilizarse y cómo realizar una instalación… se debe hacer el trabajo como se indica… Ocurre que algunos irresponsables pasaban un presupuesto más bajo y después, por dar un ejemplo, capaz que enterraban los caños a cinco centímetros de la superficie”.
Algunos consejos de Cándido:
- – Si se siente olor a gas, jamás buscar pérdida con un fósforo encendido y sí con agua jabonosa.
- – A veces, aunque la pérdida continúe, no se siente olor por la poca presión que hay desde la calle, pero esto es engañoso.
- – Cuando se ausenta por varios días, es conveniente cerrar la llave candado de la calle, que da entrada del gas a la casa. Es lo mejor porque una pérdida, por mínima que sea, va acumulando el gas y luego puede, que sólo con prender la luz, se produzca una explosión.
Ya hacía un tiempo que Cándido había colgado los botines cuando lo entrevistamos (año 1994) aunque todavía se atrevía con “algunos trabajitos”.
Paseaba con agilidad sus 80 años por las calles de Caseros, manejaba tanto su auto como la bicicleta y la moto.
“Todo lo que no pude hacer en mi juventud, lo hago ahora”, justificó.
Jamás estuvo enfermo y sólo ingresó a un hospital cuando fue atacado por una apendicitis.
El secreto de su vitalidad quizá había que buscarlo por el lado de que “no puedo tener las manos quietas; siempre estoy haciendo algo… tengo un tallercito con mis herramientas de siempre y me gusta fabricar distintos objetos: regaderas, macetas…”. También, un cartel que orgulloso anunciaba: “Cándido Portela, el primer gasista caserino”.
Nuestro vecino de la calle Andrés Ferreyra falleció el lunes 19 de mayo de 2008, a sus 94 años.