Tiempo atrás, entrevistamos a Domingo Favaloro, primo hermano del prestigioso cardiocirujano quien hoy hubiese cumplido cien años.
Por este motivo, reproducimos parte de aquel reportaje.
Estamos en La Plata, la ciudad de las diagonales, la de los tilos. Donde se cruzan las calles 61 y 17, a pocas cuadras de la imponente Catedral. Llamamos a la puerta de una casa donde una placa dorada informa que allí atiende (y reside) el doctor Domingo Favaloro, médico psiquiatra. Es él quien nos franquea la entrada e ingresarnos a una sala de espera donde se destaca un óleo que reproduce una imagen melancólica, pensante, del ilustre doctor René Favaloro.
Domingo señala que la familia Favaloro está afincada en La Plata desde el tiempo en que Dardo Rocha fundó la ciudad, allá por 1882.
“El primer Favaloro que llegó a La Plata, en 1883, fue mi abuelo, quien había nacido en el sur de Italia. Fue feriante, zapatero, y con eso mantuvo a sus siete hijos: a todos mandó a la escuela y a todos les enseñó un oficio. Después, entre los siete hermanos, eligieron a uno a quien le pagaron los estudios a nivel universitario; tengamos en cuenta que, en esos a años, a la Universidad sólo ingresaban los privilegiados, los pudientes”, señala Domingo mientras gentilmente nos sirve café.
¿Quién fue el elegido?.
– Mi tío Arturo, él fue el primer médico de los Favaloro. Con el correr de las generaciones, fuimos siete los médicos. Hace poco tiempo, nos entregaron un reconocimiento por ser la familia con mayor cantidad de médicos, en La Plata.
Los Favaloro se asentaron en El Mondongo, barrio sencillo y humilde, ubicado cerca del bosque platense y donde es obligación ser hincha de Gimnasia y Esgrima de La Plata, entidad por la que palpita y sufre el clan Favaloro.
“Es una enfermedad de familia”, confiesa Domingo, quien integra el Tribunal de Honor del club.
– Hablemos de René.
– Mi tío Juan Bautista, el papá de René, fue ebanista, tuvo dos hijos: René y Juan José, los dos fueron médicos. A René le gustaba decir que la destreza de sus manos de cardiocirujano, la heredó por haber trabajado junto a su padre, en la carpintería, mirando y tallando las artesanías en madera. Justamente, el destacado medico Federico Christmann afirmaba que para ser un buen cirujano era preciso ser un buen carpintero. También, René sostenía que había aprendido mucho de su mamá – Ida Raffaelli – quien fue modista y de alguna manera le transmitió la habilidad para coser y hacer nudos. También lo marco la abuela Cesárea, quien le trasmitió el amor por la tierra, por la naturaleza. A ella le dedicó su tesis doctoral… “porque me enseñó a ver la belleza hasta en una rama seca”, escribió René. Ese amor por las plantas, los árboles, por mirar el cielo, lo acompañó toda su vida.
– ¿René fue una persona cálida?.
– Parecía parco, introvertido, daba la impresión de ser demasiado serio; de alguna manera, imponía respeto por su figura y personalidad. Pero en cuanto uno lo conocía, se daba cuenta de que era afable, afectuoso, extremadamente sensible y humanista. René repetía que “el médico tiene que ser humanista, el que no es humanista no merece ser médico; para ser humanista hay que ser buena persona y para ser buena persona tiene que provenir de buena familia”. Consideraba a la base familiar como más importante que cualquier título. Era de bajo perfil y esquivaba los homenajes. Agradecía los aplausos pero puntualizaba que prefería que lo que decía se pusiese en práctica.
-¿Frecuentaba a la familia?.
– Todo lo que podía… por sus tantas obligaciones, no disponía de mucho tiempo, pero siempre, de una u otra manera, se mantenía comunicado y estaba al tanto de todo lo que les pasaba a tíos, primos y sobrinos. Conmigo charlaba asiduamente por teléfono. Los Favaloro, cada primero de año, teníamos una reunión obligada en la casa del tío Juan, ubicada en 5 y 60. René – quien ya era un médico cardiocirujano reconocido mundialmente y el orgullo de nuestra familia inmigrante – cuando estaba en el país, jamás faltó a esta reunión.
– Imagino que para René, su profesión habrá sido un sacerdocio.
– Absolutamente. Ya desde su adolescencia se entregó de alma y fue un estudiante brillante, tuvo de promedio nueve y pico. Aun no se había recibido cuando ya acompañaba al tío Arturo, en las visitas médicas a domicilio. Después, se ocupó siempre de mantenerse actualizado. Fue visionario y muy inteligente.
– Apenas recibido, se fue a trabajar a Jacinto Aráuz, un pueblo de La Pampa.
– Fue a cubrir una suplencia de seis meses y se quedó once años. Lo acompañó su hermano. Se integraron rápidamente a la comunidad y fundaron un centro asistencial. Gracias a su trabajo, disminuyó la mortalidad infantil, se redujeron las infecciones en los partos y la desnutrici6n; crearon un banco de sangre, realizaron charlas comunitarias para prevenir enfermedades. Consiguieron un colectivo que recogía los enfermos de los alrededores, los hacían traer al consultorio, los atendían y los llevaban de regreso.
– Después de permanecer once años en Jacinto Aráuz, René fue a la prestigiosa Cleveland Clinic, en EEUU.
– Ahí llegó por una recomendación del doctor José María Mainetti, destacadísimo médico, fundador del Centro Oncológico de La Plata. René comenzó en EEUU bien de abajo, empujando una camilla. Aceptó las reglas de juego. Con el tiempo, fue escalando en el staff quirúrgico y su natural habilidad como cardiocirujano se fue imponiendo. Claro, todo se potenció cuando realizó el famoso bypass que revolucionó al mundo. Siempre se encargó de aclarar que el bypass no fue una creación de él… decía: “No es un invento mío, lo que hice fue continuar el camino trazado por quienes realizaron trasplantes cardíacos”. Rene trató de restarle valor a su intervención pero nadie niega que su aporte fue fundamental. José María Mainetti sostuvo que “hay una cirugía cardiovascular antes y después de René”.
– Tenía asegurado un carrera y un porvenir brillante en EEUU pero tras una década de permanencia, deja Cleveland y regresa a la Argentina… ¿Por qué?.
– Cuando presentó su renuncia en Cleveland no lo podían creer. Intentaron convencerlo argumentando que era la persona más importante de la clínica. Pero René se mantuvo firme: “Tengo una deuda con mi país y debo satisfacerla”. Regresó con la ilusión de traer la técnica para mejorar todo lo relacionado con la cirugía cardiovascular, con la ilusión de desarrollar un centro de excelencia similar al de Cleveland, que combinara la atención médica, la investigación y la educación… no vino a reemplazar ni expulsar a nadie.
– ¿Por qué hace esta aclaración?.
– Porque aquí lo resistieron muchos de sus colegas… hay una vieja frase nuestra que dice: ‘Para un médico no hay peor cosa que otro médico”. Desgraciadamente, muchas de las ilusiones de René, las destruimos aquí. Lamentablemente, nosotros, los argentinos, tenemos la ‘capacidad’ de destruir a los auténticos, a los mejores, y, por el contrario, jerarquizar a todo el que no lo es. Desgraciadamente, es nuestra realidad. Considero que nos pasa esto porque hemos perdido nuestras referencias ancestrales… y al carecer de identidad, así nos va.
–A pesar de todo, René crea una fundación.
– Con la intención de que funcione como lo hace una fundación en EEUU; es decir: una institución sin fines de lucro, mantenida por empresas privadas que vuelquen capitales para mejorar la calidad de vida y asistencia a la comunidad. Eso es una fundación. Empezó con una gran ilusión y su enorme capacidad de trabajo. Siempre reconoció el gran apoyo que tuvo, al principio, de parte de los gráficos de la Capital . Pero se necesitaba mucho más y le retaceaban el apoyo. Una vez, me dijo: “Mirá, Domingo, destiné un pasillo de la Fundación para colocar las placas de agradecimiento a las empresas… ya pasaron tres años y tengo colocada una sola placa”. Considero que René se equivocó, que creyó que una Fundación funcionaría como en EEUU pero acá el concepto esta distorsionado y una fundación puede llegar a ser utilizada para cualquier cosa – incluso, para el lavado de dinero – y no para sus objetivos específicos.
– Igualmente, la puso en marcha.
– Sobre todo, por su gran esfuerzo personal. Los dólares que ganaba en sus charlas en el exterior los metía en la Fundación. Mantuvo el standard elevado y nivel de excelencia de atención sanitaria, propició un intercambio estudiantil de médicos residentes con Cleveland… además, operaba de ocho a diez pacientes por día… en el acto quirúrgico, el delegaba en su equipo el primer tiempo y el cierre de la intervención y hacía exclusivamente el bypass para poder operar la mayor cantidad de pacientes.
– Además de operar ¿Manejaba la parte administrativa?.
– Estaba en todo… y era muy cuidadoso en todos los detalles ¿un ejemplo? cada mañana, apenas llegaba, recorría los baños de la Fundación para controlar la limpieza, el funcionamiento de la grifería y que nada faltara. Al respecto, era exigente; reunía a los médicos y los paramédicos y les decía: “Si alguien falla, deja de ser parte del staff porque no hay nada más precioso que la salud de un paciente”. Tomaba, de lo mínimo a lo máximo, todas las previsiones. Pero para nada era una persona despótica, todo lo contrario, pero quería que las cosas se hicieran como debían hacerse.
Nuestro entrevistado recuerda los numerosos conflictos que debió enfrentar René para llevar adelante la fundación a la que consagró su trayectoria, su vida.
“Su mente estaba en todos los problemas que se generaban… me decía ‘mira, Domingo, me vienen de impositiva a reclamarme deudas que no puedo pagar, tengo que comprar materiales descartables importados, las Obras Sociales no me pagan… hasta me quieren auditar las historias clínicas para averiguar si las operaciones están bien hechas’… justo a él, uno de los cirujanos más brillantes del mundo, querían averiguarle si había hecho bien las cosas… estaba desbordado”, suelta Domingo
El sábado 29 de julio de 2000, a las dos y media de la tarde, en su departamento de la calle Rocha, el doctor René Favaloro, quien tenía 77 años, tomó un arma y se pegó un tiro en el medio del corazón… “justo en el corazón… qué simbólico, eh”, nos subraya su primo hermano.
Una carta hallada en el escritorio del departamento explica los motivos de su fatal decisión.
– Doctor: usted es psiquiatra, cuando René le contaba los problemas que debía enfrentar ¿Dejaba entrever que podía suicidarse? ¿Estaba deprimido?.
– Cuando se suicidó, yo estaba en Europa. En la última charla que mantuve con él, para despedirme, me habló de los enormes problemas que tenía pero jamás dio indicios de que podía tomar tal determinación. Ni siquiera lo note deprimido… ni él ni nadie de la familia registra antecedentes de depresión y mucho menos de posibilidades de suicidio.
– ¿Qué lectura hizo usted?.
– Pienso que se sentía acorralado. Que le resultó insoportable, de acuerdo a sus férreos conceptos morales, tener que ir a la semana siguiente a la Fundación y no poder pagarle a la gente que trabajaba, gente que a su vez tenía familias que mantener. Esto no lo podía soportar. El suicidio, desde el punto de vista psiquiátrico, puede analizarse de varias formas: una de ellas es la autodestrucción donde me mato yo; otra es: me mato yo para no matar a otro… esta hipótesis es la que, para mí, la que más se acerca a la motivación que tuvo René… él, en una carta, acusó a “un frente externo e interno que me está destruyendo”… en lo externo puede señalarse a quienes le pedían un retorno para que le paguen lo que le debían; en el interno, a quienes entorpecían su trabajo desde adentro de la misma Fundación. Con su temperamento siciliano, prefirió liquidarse él. Más que suicidarse, se inmoló.
Domingo Favaloro cuenta que su primo había solicitado ayuda al presidente De la Rúa, mediante una carta que no tuvo respuesta. Tampoco, el entonces presidente le atendió una llamada telefónica. Remitió una carta a La Nación, describiendo sus penurias, que el diario publicó recién dos días después de su muerte.
“Grave error – subraya Domingo con cierto enojo – el diario la mantuvo guardada y la publica después de su fallecimiento, mostrándola como un logro periodístico cuando, si la hubiera publicado cuando la recibió, hubiera sido de gran ayuda”.
Tras el suicidio que conmovió al país, José Mainetti puntualizó lo siguiente: “René fue un hombre público, envidiado por los poderosos y alabado por los humildes, que no pudo ser capitalizado por los políticos. Vivió, en un país que no era Nación porque le falta un proyecto de vida en común, ya que se han olvidado Las Bases, de Juan B. Alberdi. En definitiva, René se inmoló para defender sus ideales que chocaron con la realidad de la sociedad en la que le tocó vivir y en la que manifestó un grito desesperado ante una Argentina sorda”.
Por otro lado, tajante fue el doctor Mariano Favaloro, también primo de René, a quien acompañó a lo largo de 25 años de trabajo en la Fundación: “No es que René no pudo cumplir sus proyectos… se los destruyeron”.