Se cumplieron diez años de su fallecimiento. Arturo, uno de sus hijos, escribió su historia de vida.

1915. Un año antes, en Europa, se había desatado la Primera Gran Guerra. Don Manuel Juan Estol Viosca probablemente pensaba cómo estaría su Catalunya, a la que había dejado hacía tantos años… Pero la vida lo había llevado muy lejos, al cono sur de América, a una promesa de bienestar: Argentina. Y allí, en ese momento, tenía otra preocupación. Había formado una familia y en su casa albergaba a hijas, hijos, yernos, nueras y nietos. Y pronto estaba por nacer otro nieto o nieta… El 26 de septiembre nació: María Luisa Estol Braun. Como todo acontecimiento familiar, se registró en la Biblia. Esa Biblia que luego dejara como legado para ésta, su única nieta.

Fue en Caseros, por entonces un pequeño poblado cercano a la capital, Buenos Aires. Cuentan que al nacer tenía tanto cabello oscuro y lacio, que alguien en la casa exclamó “parece una chinita del campo”. Y el apodo le quedó para siempre: “La China”. Y así transcurrió su primera infancia, en la casa de su abuelo paterno, siendo ella la única niña. Y como todos sus primos eran varones, ella adoptó sus juegos… Quizás por ello siempre fue tan independiente, valiente, emprendedora.

Argentina era, por entonces, tierra poblada por inmigrantes europeos, como se la ha dado en llamar “crisol de razas”. Quizás por ello, La China se forjó con una gran firmeza de carácter, pues su madre, hija de alemanes, afianzó los valores morales y éticos que eran pilares fundamentales de la Casa de los Estol. El afecto permanente, la contención familiar, la pureza de espíritu y el buen humor se unían en esas tardes familiares reunidos en torno a la mesa, algunas tejiendo, otras escuchando la radio a Galena, los hombres leyendo, reparando o tallando madera.

Una de esas tardes se revolucionó el pueblo. Vecinos destacados y editores de la Capital estaban reunidos con el firme propósito de fundar una Biblioteca para niños. Corriendo fue María Luisa, con su cinco añitos, a ser parte de las fuerzas vivas de su Caseros natal. Se convirtió en fundadora de la hoy llamada Biblioteca Mitre. Ella y sus amigos se esforzaron por llevar adelante, con sus ahorros, la provisión de libros para engrandecer la obra iniciada. Desde entonces y a pesar de haber atravesado dificultades, La China nunca dejó de pagar su cuota social. Ello le valió ser mentora y ejemplo para posteriores generaciones que ocuparon cargos en la Comisión Directiva. Entre juegos y estudios, transcurrió una infancia feliz, viviendo con su abuelo, padres, tíos, tías y su hermano mayor, con quien sería casi inseparable.

Como casi todas las niñas de la época, aprendió música con sus tías Raquel y Petronila Estol, recibiéndose de Profesora de Piano, teoría y solfeo a sus 13 años. Aprendió no sólo a educar su oído sino también gran parte de las tradiciones que “el abuelo Estol” (así le llamaba) le transmitía. Comidas, celebraciones, historias, trabajos manuales en madera. La China era una esponja, absorbiendo todo lo que podía. Para esa época ya sus padres habían construido su propia casa, en la entonces calle “Gral Paz N° 379” (hoy David Magdalena 2872).

Con sus estudios escolares concluidos, siendo experta en tejido, bordado, corte y confección, había llegado la hora de practicar algún deporte. El elegido fue el tenis. Esta elección la llevó a conocer a quien fuera su marido, Alfredo Horacio Barros.

Él: hijo de gallego, ella: descendiente de catalán…

Felizmente se casaron y tuvieron cinco hijos: Carlos Alfredo, Inés María, Susana Alicia y Arturo José. Uno de ellos, su primer hijo varón, Dios lo llevó muy pequeño. Ese duro golpe templó aún más su carácter. Era una mujer que se levantaba cada día con optimismo, siempre tratando de encontrar el buen porqué de las cosas. Profundamente católica, estaba siempre lista para servir al prójimo. Sus hijos habían crecido, corrían los años ’50 y su marido compró un automóvil. Fiel a su espíritu, pidió a su hermano que le enseñara a conducir. En poco tiempo, se adueñó del vehículo pues lo necesitaba. Si alguien estaba enfermo y había que trasladarlo, allí estaba Doña China. Si otro tenía que ir a algún lugar donde no hay transporte, ¿quién la llevaba? Doña China, claro. Todo vecino sabía que contaba con ella incondicionalmente. Era una de las pocas mujeres que conducía automóviles en los ’50. Con el pasar de los años, los hijos se casaron y vinieron los nietos, 10 en total. Quizás para compensar a quiénes ya había perdido: padres, hermano y marido. Y luego llegarían los 17 biznietos, a quienes llegó a conocer antes de dejar este mundo terrenal.

Lectora incansable, cultora de tradiciones, madre dedicada, amante esposa, fiel discípula católica… y Guardiana de la Biblia familiar, ésa que su abuelo catalán le legó. Honrando la palabra empeñada con la honestidad en sus acciones.

Arturo José Barros

NdeR: María Luisa Estol falleció el viernes  26 de julio de 2013, a sus 97 años. Con su simpatía y jovialidad, siempre se mantuvo en contacto con labiblioteca Mitre, asistiendo a los actos culturales. Cuando su salud le limitó presentarse, miembros de la comisión Directiva la visitaban en su domicilio para saludarla en su cumpleaños, con flores y poemas que ella agradecía. La gente de la casa de libros escribió: “La Biblioteca guardará por siempre el mejor de los recuerdos de la señora María Luisa, pues entre anaqueles y libros el espíritu emprendedor que la llevó a integrar aquella primera Comisión, será siempre una guía inspiradora”. También, expresó su reconocimiento a “aquel hermoso grupo de niños” (FOTO) que en 1921 tuvo la visión de impulsar la institución.