Jamás le escapó al trabajo, condición que, afirmaba, “es garantía de salud”.

A saber: fue vendedor de fruta, peón en la panadería de Aréjola (Belgrano y Hornos), cortador de azulejos en la VICRI , obrero de la fábrica de ataúdes Montanaro, lechero y repartidor de diarios, ocupación ésta que ejerció hasta su fallecimiento.

Había nacido en 1925, en la calle Quilmes (actual De Tata), entre Rauch y avenida San Martín; al lado de donde ahora está el instituto Cardoso“fui el segundo de cinco hermanos”, hijo de Antonio y Vicenta Venturiero, nos contó en cierta oportunidad.

“Mi padre fue guardia de primera en el ferrocarril Pacífico… hizo muchos recorridos”; incluso, evocó, del ramal Villa Raffo -Villa Luro, ya desaparecido.

“En ese tiempo, trabajar como ferroviario tenía su importancia, y estaba bien visto”, recordó Marziano cuando lo visitamos en su holgada casa de la calle Fray Justo S. M. de Oro, entre Curapaligue y pasaje San Francisco, en este Caseros donde siempre vivió.

En el patio, aturdían los jilgueros, cardenales, canarios, zorzales… “Siempre me gustaron los pájaros, tengo alrededor de 20”, señaló.

También tenía peces y una perra vieja que dormía largamente debajo de la mesa.

Marziano poseía mucha destreza en sus manos. Mostró orgulloso todos sus trabajos realizados en madera que lucía en la casa: la pajarera y la pecera, el revestimiento del comedor, los marcos de los cuadros que pintó su hija Lorena; en especial, se jactaba de una práctica valija para guardar pomos, pinceles, paletas y que desdoblándola se transforma en atril.
“Cuando era pibe – relató- con mi hermano mayor íbamos en carro hasta Tigre a comprar fruta. Por acá pasaba una caravana de carros que iba hasta allá; viajábamos de noche, iluminados a farol”.

Nuestro vecino también guardaba recuerdos de su paso por la VICRI, legendaria fábrica de azulejos ubicada en Hornos y Alberdi. ‘Estuve diez años, empleado. Nos pagaban por quincena. Teníamos premios por puntualidad y por producción, nos pagaban muy bien. Entre los muchachos teníamos mucho compañerismo… cuántos años pasaron y todavía nos seguimos reuniendo para compartir un asad0!’.

Nuestro vecino también se lucía por su habilidad con los pies: fue un aguerrido defensor en el recordado equipo de fútbol de la fábrica. “Los patrones nos facilitaban las cosas para armar el equipo… siempre y cuando, claro, no descuidáramos la producción”.

SEÑORA, LLEGÓ EL LECHERO…
Para el año ’52 o ’53, Marziano era lechero del barrio (ver foto).  “Le compré el reparto a un tal Ramírez. Hacía el reparto con el carro a caballo porque todo esto era un lodazal. Con la leche me empezó a ir bien porque desde Hornos para el lado de Palomar y Villa Bosch , todo se fue poblando. Vinieron muchos inmigrantes; especialmente, italianos. El lechero era como un integrante más de cada familia. Algunos, hasta me dejaban la llave de casa; yo entraba , buscaba la lechera, la llenaba y la ponía dentro de la heladera. Cuando empecé con el reparto, llevaba cinco tarros de veinte litros; luego, con el tiempo, llevaba veinticinco tarros”, detalló.

Marziano cargaba la leche para el reparto en la estación apenas arribaba el tren lechero… “que llegaba al mediodía en verano y a las cuatro de la tarde en invierno… claro, casi nunca llegaba a horario y dos por tres había que tragarse la amansadora”.

(Diálogo con Marziano)

– Marziano… Ya pasaron muchos años … ¿Le ponía agua a la leche?.
– Y… un poco había que bautizarla.
– ¿Cuánto se ‘bautizaba’?.
– Unos dos litros por tarro…pero ¡ojo, eh! que si no se la refrescaba un poquito, se cortaba; era necesario ponerle un poco de agua…
– Así se hizo millonario…
– ¡Claro! No sé dónde poner toda la plata que tengo…
– ¿Mucho fiado?.
– Y casi todos compraban fiado… y fíjese una cosa: los clavos venían de quien uno menos esperaba. Ah, si yo hablara…

La ley de pasteurización puso a los lecheros en retirada. Santa Brígida, La Vascongada, La Martona… reemplazaban, con sus botellas, los clásicos tarros.

DIARIO, DIARIO…

“En el ’71, le compré el reparto de diarios a Ángel, que vivía en la calle Hornos, entre Bonifacini y Esquiú. Me costó un millón y medio: 500 mil me prestó el Cooperativo; 500 mil me lo prestó un amigo (sin papeles ni nada) y 500 mil le quedé debiendo a Ángel y se lo fui pagando de a poco. Durante diez años tuve los dos repartos: el de la leche y el de los diarios; en la actualidad, sigo con los diarios solamente”.

ROSA Y MARZIANO
A fines de los años ’50, Marziano guardaba su carro lechero en la calle Rauch, entre De Tata y Fischetti. Enfrente vivía una morochita linda, oriunda de Canals (Córdoba).
Una tarde, con el corazón al galope, nuestro vecino se animó: .
– Cómo se llama?.
– Qué le importa…
– Dele… no sea mala.
– Rosa… ¿Y usted?.
– Marziano.
La cordobesita pensó que el muchacho ‘me estaba cachando, que me tomaba por una provinciana tonta’.

Los tortolitos se dijeron ¡Sí, quiero! en la ‘capilla de chapa’ de la calle Bonifacini. Tuvieron tres hijos: Claudio (f), Marcela y Lorena.

El querido lechero/diariero trabajador todo terreno falleció el 28 de agosto de 2013; hoy se cumple el décimo aniversario. Fue un personaje entrañable de nuestro barrio.