Es en Montevideo donde se levanta una imponente estatua en honor al precursor del fervor futbolero.

Sucedió que fue en la otra orilla del río donde Prudencio Miguel Reyes (1882-1948), apodado El Gordo, talabartero de profesión, colaboraba como utilero en el  Club Nacional.

El rol de El Gordo Reyes era imprescindible en la víspera de cada encuentro: a fuerza se superdotados pulmones se ocupaba de soplar y soplar para inflar los balones de cuero que, por entonces, no albergaban una cámara de goma, sino una vejiga bovina que requería aire para adquirir volumen.

De no inflarse – con precisión y habilidad artesanal – estas “pelotas” resultaban arduas de controlar porque rebotaban al azar. Además, cuando llovía era una tortura cabecearlas dado que cuero absorbía el agua y, por otro lado, el cordón utilizado para coser la abertura por donde se introducía la vejiga deshinchada representaba un riesgo para los jugadores, ya que un pequeño hilo sobresaliente se tornaba afilado como un estilete al calor del juego. De hecho, hubo futbolistas que optaban por usar boinas para protegerse al cabecear.

Pero lo que en verdad distinguió a este singular utilero fue su comportamiento insólito para la época.

Durante los partidos, los espectadores – señores vestidos de traje y corbata que apenas si aplaudían con recato las jugadas destacadas – se sorprendían al observar que Prudencio corría frenéticamente a lo largo del campo, animando y alentando a sus jugadores con fervor: “¡Vamos, vamos, Nacional!” .

Al principio, su fogosidad fastidiaba a quienes ocupaban las tribunas y que se preguntaban quién era aquel hombre que manifestaba tanto alboroto.

“Es el gordo Prudencio, el que hincha las pelotas…”, respondían algunos.

Con el transcurso del tiempo, el público empezó a imitar al “hinchapelotas” de Nacional, cambiando gradualmente los aplausos por gritos y alientos, convirtiéndose así en verdaderos “hinchas”, tal como Prudencio.

El Gordo Reyes falleció en febrero de 1948.

En 2020, el Club Nacional honró su memoria con una estatua en su estadio, donde aún lo muestra levantando el puño derecho en señal de aliento a sus jugadores.

Es en Wikipedia donde se lo considera como el primer “hincha del mundo”.

Por supuesto, lo que inició Prudencio pronto cruzó el río más ancho del mundo y, luego, imaginamos, desde estas pampas, se extendió al resto del planeta.