Fue en la luminosa tarde del sábado 13 de agosto de 1994 cuando quedó inaugurado el estadio del club Justo José de Urquiza, construcción que se destacó tanto por la calidad de los materiales utilizados como por su concepción con sentido de futuro.
La entonces flamante cancha – ubicada en Miramar y Emancipador (El Libertador) – se asentó sobre un predio de superficie generosa con grandes posibilidades de convertirse en un convocante centro deportivo.
UN HITO DE LA HISTORIA CELESTE
El 23 de agosto de 1992, una nueva comisión directiva – encabezada por Ramón Roque Martín – asumió la conducción del club caserino.
Seis meses más tarde quedó habilitado el Anexo “San Jorge”, complejo social y deportivo, ubicado frente a la Seccional 1º.
Quedaba, por entonces, enfrentarse con el desafío mayor: construir la cancha propia que reemplazara la tradicional de Alberdi y Kelsey que se había perdido décadas atrás y que obligó al primer equipo de la entidad, como a sus hinchas, a un extendido peregrinaje por estadios ajenos.
EL PREDIO
En tiempos del ex intendente Dáttoli, la institución había obtenido un predio, en Pablo Podestá, que fue invadido por personas carecientes, quienes se asentaron allí.
Más adelante, se gestionaron terrenos en El Libertador y, ante la experiencia sufrida en Podestá, se buscó prontamente cercar el perímetro. Por tal motivo, se solicitó la ayuda de Ramón Martín (aún no había asumido la presidencia del Jota Jota) quien donó 75.000 ladrillos ; quedó para el club la construcción del cerco protector del predio que se presentaba como una superficie prácticamente irrecuperable, baja, repleta de maleza, basura y más basura.
“Fue preciso – recordó Martín, tiempo después – rellenar el terreno con más de 6.000 camiones de tierra… cada camión que descargaba parecía que arrojaba nada más que un grano de arena”.
“En cada pozo que se hacía – graficó – se encontraban montones de basura”.
Éstas, por supuesto, fueron apenas las dificultades más suaves en el marco de un emprendimiento que, por su naturaleza, encerraba obstáculos mayores.
“En un principio – apuntó Martín – teníamos planeado hacer la cancha en el terreno aledaño que también pertenece al club y es de un tamaño mayor; incluso, allí, pensábamos hacer, alrededor del campo de juego, una pista de atletismo. Pero nos encontramos con que Radio Del Plata tenía instalada su antena y, juicio mediante, nos llevaría años poder desalojarla; entonces, decidimos construirla en el lugar actual”.
La obra dependió de la capacidad administrativa para recaudar fondos que, como se intuye, eran rápidamente devorados por la construcción del complejo.
Cuando ya ni siquiera alcanzaba el dinero logrado en base a rifas o a la organización de otros eventos, se apeló a la buena voluntad de los proveedores e, incluso, al propio bolsillo de asociados y directivos que, en el caso de algunos, debieron hipotecar sus propiedades para garantizar los préstamos.
Todo, en beneficio del estadio que, poco a poco, fue tomando forma. La consigna fue, rotundamente, no detener el proyecto y llevarlo a cabo con excelentes materiales.
“Desde el principio – enfatizó Martín la tarde inaugural – nos opusimos a hacer algo precario: personalmente, creo que si a la gente se le da calidad, cuida más las cosas. Por otro lado, había que tener en cuenta que sobre 52 semanas anuales, se juegan solo 15 días al futbol; a lo sumo, si se llega a las finales, se completan 19 fechas… entonces, no se pensó solamente en el futbol sino, también, en la parte social: donde ahora se estacionan los autos, se va a construir, si Dios lo permite, una especie de polideportivo para que pueda ser utilizado por los socios”.
La obra se destacó por la amplitud y comodidad de los recintos. Los vestuarios, por ejemplo, tanto para los jugadores locales, los visitantes como para los jueces mostraban parte de la solidez de la construcción.
“Cuando estábamos haciendo los baños – se rió Martín – vino Della Vecchia, el director técnico, y asombrado dijo: ´Lo único que falta es un sauna!’ …bueno, también lo hicimos”.
La cancha en aquel invierno de 1994 se presentó como una maravillosa alfombra verde, de 100 x 66 metros.
Los amplios pasillos – alrededor del campo de juego – se diseñaron revestidos en cemento; por lo cual, los aficionados no tenían que pisar tierra como ocurría en muchas de las canchas de la misma categoría. Incluso, el alambrado perimetral se presentó contenido en una base de material.
Entre quienes colaboraron para que el Jota Jota concretara su sueño, debe reconocerse a los integrantes de aquella comisión directiva quienes realizaron todo tipo de trabajo para que la obra se construyera. Restándoles horas a la familia y al descanso personal, concurrían a Loma Hermosa para todo tipo de trabajo. Desde plantar árboles hasta desagotar el túnel que, todavía descubierto, se inundó docena de veces. Incluso, hasta el día anterior a la inauguración, concurrieron a baldear las instalaciones.
“Tengo que destacar a todos – subrayó Martín – todos pusieron de sí para que esto se concrete… por ejemplo, el trabajo de Gracia, el tesorero, fue descomunal…. Gracia mide 1,60 pero trabajó como un gigante; él también es una parte importante de todo esto”.
En aquella tarde inaugural, se colocaron placas, monseñor Gloazzo bendijo los distintos sectores, se cortaron las tradicionales cintas, se cantó el Himno y hubo otros emotivos actos protocolares.
Las palabras alusivas estuvieron a cargo del ex intendente Hugo Curto y de Martín.
Luego, se realizó un partido – excusa convocante – donde se enfrenaron los primeros equipos del Jota y de Chacarita Juniors. Ramoncito Martín – hijo Ramón Martín- dio el puntapié inicial y dejó inaugurada la nueva etapa en la historia entrañable del club celeste.
Pero, sin dudas, el verdadero espectáculo estaba fuera del campo de juego donde los simpatizantes se abrazaban y no faltó quien dejó escapar algunos lagrimones, embargado quién sabe por qué recuerdos. Por fin, después de tantos años, el Jota Jota tenía cancha propia.
Con el tiempo (y con toda justicia) al estadio se le puso nombre: “Ramón Roque Martín”.