Pasó su infancia en San Luis, en una época de vacas flacas “pero donde la gente se quejaba menos”, nos relató en cierta oportunidad. (NdeR: esta entrevista se realizó en 1992).
Y continuó: “Mi padre falleció cuando yo tenía seis años… él estaba hachando un árbol y, de repente, cayó de rodillas, mirándome… probablemente, un ataque al corazón”.
Fue así que entre las sierras puntanas, los siete hermanos Lucero – bajo el ala protectora de su madre – enfrentaron la ausencia paterna.
“Yo concurrí a la escuela Lafinur, donde además de la instrucción primaria, se enseñaban oficios: fue así que me hice sastre”.
La destreza para manejar la aguja – además de facilitarle el buen vestir – le permitió juntarse con unos pesos “porque todo el mundo se vestía a medida”.
FULLEROS DE GIRA
Pesos que volaron a manos de tahúres profesionales que recorrían los pueblos a la pesca de incautos.
“En una noche de barajas, perdí la mitad de lo que había ahorrado durante años; la otra mitad, la perdí en la noche siguiente… juré que jamás volvería a jugar por dinero”.
A sus veinte abriles, el mozo se vino a Buenos Aires “a la casa de unos tíos, acá, en Caseros… al tiempo, inauguré un negocio en 3 de Febrero y La Merced, enfrente de “Los Vascos”.
TRAJE, CUELLO DURO Y GEMELOS
La Sastrería Lucero obtuvo pronta fama entre los caserinos y “empilchado de traje, cuello duro y gemelos”, el puntano lucía su destreza con la tijera. La muchachada del pueblo se reunía en su local para practicar uno de los deportes favoritos: mirar a las atractivas caserinas que mostraban su esplendor paseando por la adoquinada calle principal del barrio.
Entre solapas y botamangas, el joven puntano hizo sus primeras armas en otro oficio: el de picaflor.
“A mí me gustaba muchísimo milonguear; con los muchachos íbamos a bailar a Defensores de Santos Lugares, a Institución Sarmiento, al República, al Unión… íbamos los jueves, los sábados y domingos. Con Félix Alonso, Roberto Alonso y Quico González no perdíamos baile alguno”.
EL PICAFLOR ATRAPADO
Los cuatro mosqueteros eran un torbellino que hacían temblar a las vecinas casaderas. Sin embargo, uno a uno fueron cayendo como chorlitos; incluso, el sastrecillo valiente que defendió su soltería con uñas y dientes. Pero, luego de nueve años de novio, sucumbió ante los definitivos encantos de Rosa Casella, moza experta en atrapar picaflores.
“La conocí en un baile, en la Verdi, cuando la institución estaba en Andrés Ferreyra, entre La Merced y Moreno; allí yo tenía una hermosa barra de amigos: Máximo Censori, José Gatti, Andrés Jiménez, Gilberto Almeyra, Tristán…”.
El matrimonio se afincó en un coqueto chalet de Mitre y Andrés Ferreyra, donde el ya ex milonguero instaló su negocio “que competía con el de Maneglia, un gran sastre”.
TIRO AL SEGNO
“Para ese tiempo, yo tenía un buen pasar y mi mayor berretín era ir, con mi señora, a Tiro al Segno (SITAS). Organicé el trabajo de tal manera que casi íbamos todos los días… siempre practiqué deportes: equitación, boxeo, futbol, tenis, natación, paleta. También le inculqué el amor al deporte a mi esposa y a mis hijos”.
Su vida en SITAS fue todo un capítulo pues se convirtió en su segundo hogar.
“En el club me conocen todos, hago y me hacen bromas, tengo muchísimos amigos, mis carcajadas más saludables las hago en el club”.
El puntano se inclinó por jugar a la paleta y se hizo famoso por su inquietud para entreverase en partidos con expertos, troncos incurables o recién iniciados…
“A veces, con los que recién empiezan nadie quiere jugar pero yo les tengo paciencia y me prendo con todo el mundo”.
A sus dos hijos, también los inició en el deporte.
“Mis hijos – Guillermo y Ricardo – son todo para mí. Cuando eran chicos, hice todo lo posible para que tuvieran una infancia feliz. Mi casa estaba siempre llena de amiguitos que venían a ver la tele. Era un espectáculo ver a todas las cabecitas mirando las series. Recuerdo que mi esposa enceraba los pisos y los chicos se resbalaban; entonces, le dije que en una revista francesa había leído que se usaba pintar los pisos… ella se lo creyó y, al día siguiente, le di con el pincel… los chicos no se resbalaron más. Uno de los purretes que venía es el doctor Jorge Ros, quien es médico y al que aprecio mucho porque atiende muy bien a los viejitos”.
DEPRESIÓN
Cuando sus hijos se casaron, y se fueron del hogar, entró en un periodo depresivo que le costó superar.
“Me la pasaba tirado en la cama y lloraba a cada rato -creo que la depresión es lo peor que le puede pasar a una persona – solamente me levantaba para ir al club y eso me ayudó muchísimo”.
–El club, siempre el club…
– Es que yo soy loco por los deportes y así me siento bien… soy de levantarme temprano y hago 600 movimientos con el cuerpo… así le dije chau a las enfermedades.
– Actualmente… ¿Cuántas veces va al club?
– Martes, jueves, sábados y domingo.
– ¿Cuántos partidos juega a la paleta?.
– Según, tres, tal vez cuatro… y le hago partido a cualquiera; como tengo experiencia, sé dónde pararme para correr menos y así no hago papelones. Incluso, les gano a quienes son muchísimo más jóvenes; a veces, me mando alguna picardía y les robo algunos tantos.
El puntano tuvo tres nietos y le hizo un regalo a su esposa de quien, juró: “es la mejor del mundo”.
“No le regalé flores ni bombones; le regalé hacerle todos los mandados para siempre. Me levanto temprano, le preparo el café con leche y se lo llevo a la cama en una bandeja; también, llevo un papel para que me anote si tengo que ir a la panadería, al almacén o a la feria. Entonces, ella se levanta a la hora que quiere y hace tranquila las cosas del hogar. Luego de almorzar, dormimos la siesta y después ella, sin la presión de la tarea hogareña, puede ir a visitar a sus amigas”.
– ¿Y usted qué hace?.
– Ah… yo me voy al club a jugar a la paleta. Así soy un viejo feliz.
Ricardo Lucero falleció, a sus 80 años, el martes 15 de noviembre de1994 (hoy se cumple el 30º aniversario), tras jugar un partido a la paleta en su muy querido club SITAS.
Falleció como, imagina uno, hubiese él elegido. Más allá de esto, sin duda dejó un recuerdo entrañable en la memoria caserina.