En la primera mitad del siglo pasado, la producción de ladrillos era – junto al ferrocarril y las quintas – una de las fuentes laborales más importantes de Caseros.
Un trabajo arduo, sin dudas. La de Dentino y Becco fue una de las principales fábricas de nuestro barrio (desconocemos dónde estaban las otras).
Se extendía prácticamente desde el predio donde hoy se levanta el Mercado de Fruta y Verdura, en avenida Alvear, hasta la calle Carlos Tejedor, donde se encontraba la entrada principal (foto).
CÓMO SE FABRICABAN LOS LADRILLOS
Recordó un hornero: “Primero se preparaba la tierra con agua y una mezcla de aserrín y paja que se usaba en las caballerizas; luego de que los caballos pisaran el barro hasta dejarlo a punto se imponía el corte de los ladrillos en molde; después, se oreaban al sol y se apilaban a mano en una hilera de quince metros de largo y, por último, se encendía el gran fuego en los hornos y se procedía a la quema durante cuatro días”.
LOS CABALLOS QUE TRABAJABAN EN LOS HORNOS
El hombre detalló que “los potrillos iniciaban su faena a los dos años. A esa edad se les empezaba a a enseñar, porque al principio se retoban. El barro es un trabajo pesado.
“Después del extenuante día en que se preparaba el adobe, el caballo descansaba hasta la próxima horneada. Pero no sólo era necesario que el caballo supiera dar vueltas en círculo, sino que, además, tenía que tener la fuerza suficiente como para sacar sus patas y manos del barro para dar el próximo paso. Había que alimentarlos bien, para que estén fuertes. Si no, no se movían”.