Fue el jueves 8 de enero de 1953.
Alrededor de las 17.30, partió de su cabecera en Villa Luro, el interno N° 1, de la línea 2 (actual 181), que cubría el recorrido entre esta localidad porteña y Caseros.
Cuando el colectivo circulaba por la adoquinada calle Francisco Beiró, llevaba su capacidad colmada: 27 pasajeros. Doce hombres, nueve mujeres y seis niños.
Una señora volvía del dentista. Una madre regresaba con su hijo y su sobrina luego de concurrir al ya desaparecido cine Nobel. Una vecina, con su hijita en brazos, había finalizado sus compras. Un vendedor venía a Caseros con su catálogo de ventas. La mayoría del resto de los pasajeros, retornaba de su trabajo.
A las 17.50, al llegar el colectivo a Beiró, casi esquina Cortina, se produjo el terrible accidente.
De acuerdo a lo publicado en los diarios de la época, el episodio se desarrolló así: “El coche se deslizó bruscamente hacia la vereda, golpeando una de las ruedas contra el cordón. Presumiblemente, por la fuerza del golpe, parece ser que se rompió la punta de eje pues se desprendió violentamente la rueda delantera izquierda…”.
El vehículo giró completamente y quedó ubicado en sentido contrario; inmediatamente, volcó sobre su costado izquierdo.
FATAL INCENDIO
“Con el primer golpe que dio el coche contra el cordón de granito, se desprendió el tanque de nafta, colocado en la parte posterior, dejando un reguero copioso de combustible que se inflamó con las chispas provocadas por el rozamiento violento del acero con las piedras. Fue así como simultáneamente con el vuelco, enormes llamaradas envolvieron al vehículo”.
El fuego se acentuó especialmente en la parte delantera del colectivo, donde estaba ubicada la puerta del lado del conductor, única salida posible. Los pasajeros cercanos a la puerta pudieron traspasarla en los primeros instantes, antes de que las llamaradas la bloquearan totalmente.
Dos de los tres únicos pasajeros ilesos – Luis Chirichela y Julio César Etchechurry – se pusieron de inmediato a socorrer a quienes estaban atrapados en el colectivo “asiendo las manos crispadas que iban emergiendo”.
El tercer pasajero se alejó rápidamente desconociéndose su identidad.
A las 18.20, los bomberos habían dominado el fuego. El cuadro, en el interior de la unidad, era dantesco “…madres con niños en brazos, hombres y mujeres que habían tratado de escapar por las ventanas rompiendo los cristales con la aguda desesperación de la muerte y otros a quienes el apretujamiento del instante impidió hacer cualquier movimiento y quedaron sentados, quietos en sus asientos como si de golpe los hubiera herido una corriente eléctrica”.
El saldo fue terrible: diecisiete muertos y siete heridos que fueron internados en el hospital Zubizarreta. La noticia sacudió a Caseros, el barrio quedó conmocionado; especialmente por la vecindad de las víctimas. Durante días, grupos de vecinos se juntaban en la calles para comentar el doloroso episodio.
En la mañana del sábado 10 de enero, se realizó una misa de cuerpo presente para nueve de las víctimas, en la plaza Gral. San Martín (diag. Bouchard y Agüero), en Villa Parque, Caseros.
Los comercios se adhirieron bajando las persianas. Ramos florales y coronas colmaron la plaza que fue rodeada por unidades de la Línea 2 que durante un mes llevaron un crespón negro. Estuvieron presentes familiares, vecinos, representantes de entidades intermedias y autoridades municipales encabezadas por el intendente de entonces, Hipólito Domínguez.
Tras la misa, oficiada por el párroco de Nstra. Sra. de La Merced, padre Juan García Savio, las carrozas fúnebres se dirigieron hacia la Capital Federal. El cortejo hizo un alto en Francisco Beiró y Cortina, lugar del accidente. Por la tarde, la ceremonia se repitió con las víctimas restantes.
En el centro de la plaza de Villa Parque, se colocó una placa de bronce recordando a aquellos vecinos.
La placa permaneció allí durante casi medio siglo hasta que en 2002, fue robada.