Ocurrió a las 0.30 del 14 de febrero del año pasado, en la calle Angel Pini, entre Álzaga y Spandonari.
Allí poseía su algodonera Rolando Omar Villafañe, quien tenía 61 años.
Cada madrugada, apenas pasada la medianoche, Rolando ingresaba a la empresa – fundada por su suegro, décadas atrás – para preparar trabajos propios del rubro.
Ese lunes, repitió la costumbre: llegó a la fábrica en su camioneta Ford Ranger a la que ingresó de culata.
Las cámaras de seguridad colocadas en el frente de la algodonera revelaron que en ese instante, de un auto negro bajaron cuatro hombres con clara intención de robo.
Las imágenes también reflejaron que de repente, los delincuentes se encontraron con la, se supone, resistencia de Rolando y cubriéndose a los balazos, huyeron intempestivamente.
Un vecino que escuchó los disparos, encontró muy mal herido a Rolando, junto a su camioneta. Relató a los medios que escuchó las detonaciones “y una arada de un auto que salió huyendo”.
Agregó: “Lo fui a ayudar a ‘Roli’ y lo vi que estaba en el piso, al lado de su camioneta. Se estaba tapando en el estómago, que era donde le habían dado. Ahí, lo levanto como puedo, él ya estaba como peso muerto y, finalmente, se lo llevó el yerno en la camioneta”.
Rolando falleció momentos después y a poco de conocerse el episodio, a la fábrica se fueron acercando numerosos vecinos que tanto expresaban su dolor y coincidían en que Villafañe se destacaba tanto por su capacidad de trabajo como por su espíritu solidario (esa mañana, un frasco con flores fue colocado anónimamente como ofrenda de agradecimiento en un rincón de la persiana metálica de la empresa).
También, los vecinos manifestaron vivamente su disconformidad por la inseguridad latente y recordaban con amargura que lo mismo sucedió, años atrás, con un carpintero “de acá a la vuelta”.
“Es un espanto lo que está pasando”, describió, conmocionada, esto exclamó una vecina ante los medios que cubrieron el trágico episodio.
La casa de infancia y juventud de Rolando estaba ubicada en Guaminí, entre Álzaga y Pringles.
Fue alumno de San José Obrero, donde una de sus compañeritas de aula fue Ana Smith, con quien se puso de novio y al momento del crimen llevaban cuatro décadas de casados (foto).
Rolando y Ana (quien fue hasta su jubilación profesora de matemática en el mismo instituto donde se conocieron) tuvieron dos hijas – Lorena y Julieta – y dos nietitas; una de ellas había nacido hacía pocos días.