Fue a lo largo de casi medio siglo, el entrañable canillita de la estación Caseros. Cada madrugada, en su casa de la calle Olavarría, tomaba unos mates, se anudaba su infaltable pañuelito de cuello y caminaba saludando a los vecinos hasta su puesto de diarios, ubicado en el andén norte.
Eso, el saludo de Beto es uno de los aspectos que más lo caracterizaba. Ese «¡Qué hacés, piiiiiiibe», alargando la i, o levantando su brazo al que dejaba detenido en el aire mientras exageraba “¡Qué grande, pibeeee!”, sin saber uno a qué se refería pero que a uno lo la hacía sentir bien.
También lo caracterizaba su entusiasmo por Boca que, cada lunes, era motivo de infinitas cargadas.
“Cuando pierde Boquita, me cachan todos”, alguna vez nos confesó sonriente.
Había nacido por el lado de Tatay, en un puesto de estancia de los pagos de Carmen de Areco. Pero apenas mocito se afincó en estos lares ciudadanos que jamás le quitaron el aire sencillo del hombre de campo.
Fue trabajador de la VICRI, recordada fábrica de azulejos de la calle Hornos, entre Alberdi y las vías, donde cosechó grandes amigos y juraba que estuvo presente cuando Eva Perón visitó la empresa. Este encuentro reforzó su inclinación por el peronismo de la que jamás claudicó.
Ya jubilado, solía caminar, aconsejado por el médico, alrededor de la plaza de Villa Mathieu. Invariablemente, antes de regresar a su casa, se detenía frente a la escultura que homenajea al General, se quitaba la gorra y susurraba unas palabras.
Cuando se dedicó a la venta de diarios, fue sindicalista, cargo que cumplió con vocación y solidaridad. En su puesto de la estación, entre las revistas y diarios, exhibía una foto de Juan y Eva; incluso, en los tiempos de la dictadura feroz. Además, supo colgar, entre ejemplares de Goles, El Gráfico, Billiken, Clarín y Crónica, un espejito redondo, humilde, con marco de plástico, que reflejó infinitas miradas de pasajeros a punto de tomar el tren.
Quienes lo conocieron, también recuerdan su bonhomía, su carácter conciliador, su sonrisa buenaza, su calidez campechana.
Con su querida Filomena Di Noia recorrió ocho años de noviazgo y 58 de matrimonio. Tuvieron dos hijos – Lidia y Mario – y el mismo calor y amor paternal le dieron a tres sobrinos Mirta, Rubén y Tito. También, chochearon con dos nietos Gimena y Juancito.
Su DNI buscó engañarnos e informó que se llamaba Gilberto Adrián Dellepiane. Pero en Caseros, sabemos la verdad: siempre fue Beto, el muy querido Beto. Y que tenía 86 años el martes 11 de marzo de 2014 cuando dijo adiós en su casa de la calle Olavarría, entre Cafferata y Rebizzo.
También aseguramos que cuando se escriba el libro de Caseros de todos los tiempos, el tendrá reservada una de las páginas más queridas… y en algún renglón se advertirá que siempre lo vamos a extrañar.
Ana Noemí Fresco – vecina de Caseros – resumió: «Querido Beto, desde el cielo, seguirás cosechando amigos… excelente persona… gentil… bondadoso… cuántas veces demoraba el tren para que yo pudiera alcanzarlo… simplemente, un genio».