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SE NOS FUE TITO, EL QUERIBLE (y tierno) CABRONAZO

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En la noche del martes 20 de mayo, falleció, a sus 82 años,  Roberto Tito Trujillo, muy querido (y conocido) vecino de nuestro Caseros.

ALGUNA VEZ LO ENTREVISTAMOS Y NOS CONTÓ …

Un episodio, ocurrido en su infancia, lo pintaba de cuerpo entero: “era un 6 de enero y yo tendría once, doce años cuando me gasté el dinero de los mandados para comprarle una muñeca a una chiquita humilde que, por esas cosas de la vida, se había quedado sin regalo de Reyes”, recordó Tito durante esa charla.

 Al regresar a su casa no le quedó otra que inventar una mentira para justificar que había perdido la plata; consecuencia: flor de reto el que se ligó. Esa misma tarde, cuando la intrigada mamá de la nena ayuna de Reyes quiso averiguar por el origen del juguete, se descubrió la verdad. Entonces, Tito ligó un besote.

Por algunas razones casi misteriosas, hay vecinos que tiene el sí fácil al momento de servir a los demás.

Tito fue uno de ellos.

Se prendía en cuanta convocatoria organizada en pro del bienestar barrial. Esta propensión solidaria no le trajo pocos desbarajustes , ya sea de índole temporal o económica.

 Sin embargo, Tito, dale que dale. Colaboraba con la Escuela Nº 503 (de hipoacúsicos), Rotary Club Caseros Sur, Asociación Caseros Centenaria, Biblioteca Mitre, Sociedad de Fomento de Caseros, Centros de Jubilados, Club Creador de la Bandera

Transcurrió su infancia entre Sáenz Peña y Santos Lugares y fue alumno del  colegio Antonio Devoto mientras se la rebuscaba como repartidor de hielo para ganarse algunas monedas. Tenía nueve años cuando empezó a trabajar con el hielero, tras una frustrada solicitud laboral a un ferretero que “me vio tan chico que me mandó a bañar”.

Finalizó sexto grado e ingresó a la Armada con la intención de estudiar gratuitamente, habida cuenta de la mishiadura que, como se sabe, no es sólo patrimonio del presente. En las filas, aprendió, aseguraba, disciplina y a valerse por sí mismo.

En una fecha patria – “cuando se festejaba en la calle con carreras de embolsados y de la cuchara can el huevo” – conoció a una piba atractiva de Santos Lugares que le hizo temblar el uniforme.

“Ella me engañó… me dijo que tenía quince años y  tenía trece”, no olvidaba, Tito.

Tiempo más tarde, el engañao y Stella Maris Moyano -quien ya lucía dieciocho (de verdad)- optaron por decirse ¡sí! para siempre y afincarse en Caseros.

Tito, ya retirado de la Armada, ingresó como electrotécnico a la Fiat, donde se las arregló para ser convocado, también, como bombero de la empresa.

Los dolores de cabeza de Stella no fueron pocos: una tarde se enteró que su esposo estaba internado e intoxicado luego de socorrer a un compañero que había quedado atrapado en un incendio; en otra ocasión, Tito se le apareció en casa con una señora y sus hijos, a quienes rescató del Hospital de Niños. Tampoco, se privó de traer sorpresivamente algún compañero en indigencia.

Él, Tito, aseguraba que todos tienen “vocación de servicio; algunos más, otros menos, pero todos algo tienen”.

Añoraba la época del barrio solidario que se movilizaba en favor del vecino en dificultades: “¡¿Quién se iba a quedar de brazos cruzados cuando alguien necesitaba ayuda?!”.

Tito se sentía respetado “aunque a veces, uno liga algunas críticas… siempre es criticado aquél que hace cosas pero siempre es mejor que hacer nada”. También argumentaba que es menos arduo trabajar dentro de una estructura porque… “es más fácil hacer las cosas en conjunto”.

A lo largo de su historia, enfrentó a numerosos problemas …“pero Dios siempre me protegió, me sacó adelante”.

Por otro lado, subrayó: “A mi esposa hay que hacerle un monumento – nos confesó durante la charla -…  ¡Cómo me aguanta! ¡Cómo me aguanta! Cuántas veces llego tarde o la dejo plantada porque me entusiasmo en tal o cual tarea… la verdad, para poder ayudar a los demás hay que tener una mujer especial”. 

EL TIERNO CABRONAZO

Canoso, sanguíneo, se reconocía “un leche hervida”. Agregó: “Es algo que no puedo manejar: engrano fácil, después se me pasa enseguida, a los dos minutos; entonces, me engrano otra vez por no haberme controlado” (NdeR: se le enrojecían los cachetes colorados y se le crispaba la mirada clara).

A decir verdad, más que por engranarse, se lo conocía por el saludo cordial, la sonrisa fácil… y por repetir la siguiente cargada:

  • Cómo te va?
  • Bien, Tito
  • Ya se te va a pasar, pero tranqui… yerba mala nunca muere, cerraba con gesto cómplice.

Stella y Tito tuvieron dos hijos – Fernando y Gabriela– y residían en el Edificio Torre.

Tito, en el plano en que te encuentres, ya habrás confirmado que aún con tu partida eterna, todo continua, es ley de vida… pero no continuará igual para quienes pudimos conocerte; a nosotros, mucho nos va a costar olvidarte

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