El pasado lunes 30 de junio, a sus 85 años, falleció el doctor Horacio Ansaldo, vecino entrañable, querido cardiólogo y figura polifacética de Caseros. Residía en la calle Frugone (hoy Alicia M. de Justo), entre La Merced y Moreno, junto a su esposa, Beatriz Bettina De Francesco.
Durante casi seis décadas, atendió en su consultorio de la calle La Merced, entre avenida San Martín y David Magdalena, frente a la iglesia, siempre acompañado por la atenta Magdalena Fernández, su asistente y recepcionista.
Allí auscultó el corazón de generaciones enteras: “Fueron nietos, padres, abuelos y bisabuelos”, nos puntualizó con orgullo, cuando lo entrevistamos.
Recién una tarde de 2018, ya entrada la noche, colgó el estetoscopio y cerró por última vez la puerta de ese espacio que fue testigo de miles de historias de vida.
El hogar y los recuerdos
Antes de mudarse a la calle Frugone, vivió muchos años en una casona imponente sobre la avenida San Martín, entre Moreno y La Merced.
“Cuando yo era chico, la avenida estaba adoquinada hasta Mitre, de allí para el lado de Ciudadela, todo era de tierra”, recordaba.
Hijo de José Luis Ansaldo, profesor de Literatura, y de Luisa Felipa Buceta, compartió infancia con sus hermanos Élida y Carlos. En su casa de la avenida, un espléndido rosal trepador cubría la fachada y se extendía hacia el fondo: un símbolo tan querido que muchas novias elegían ese rincón para sacarse fotos, tras casarse.
Primeros pasos en la educación
Fue alumno de la escuela pública Nº 83 (hoy 45), en San Martín y Urquiza. Allí conoció a quien consideraba un verdadero pilar en su formación, el director Aníbal Pedro Elgue:
“Cumplió una brillante tarea como director… Fue una persona de mucho empuje… él organizó una cooperadora e hizo levantar dos salones para que los alumnos pudiéramos cursar quinto y sexto grado. Él mismo se arremangaba los pantalones, junto a los padres, los sábados y domingos, para construir las dos aulas.”
El tren de las 6.40, a Capital
Fue el convoy del ferrocarril Pacífico que cientos de chicas y chicos caserinos abordaban en la estación para dirigirse a cursar en los establecimientos educativos porteños.
“Le decíamos el tren de los estudiantes… si se habrán formado parejas en esos viajes”, evocó entre sonrisas.
Tras completar su formación secundaria en el Nicolás Avellaneda y luego de recibirse como médico, ingresó al Hospital Fernández donde permaneció a lo largo de casi tres décadas.
Médico, viajero, lector
Se especializó en cardiología y nunca abandonó su sed de conocimiento:
“Leí de todo, en especial sobre las innovaciones en cardiología”, comentó cuando lo entrevistamos en el comedor de su casa, decorado con platos colgados y pinturas de Gerardo Granda y los hermanos Ángel y Antonio Parodi.
“Es que me gusta el arte pictórico”, confesó.
Su curiosidad lo llevó también por Europa, no como turista, sino viviendo con familias locales, participando en el programa “Experiment in International Living”.
“Charlando con los vecinos, haciendo los mandados, conociendo su idiosincrasia”, relató sobre esas experiencias.
El cine en la sangre
Aunque fue médico de alma, su pasión artística fue el cine. Tenía historia en el rubro: su padre fue dueño del cine Caseros (calle Moreno, entre San Jorge y Sarmiento) y del Paramount, este último junto a Aquilino Goso y Sedze.
“Yo prácticamente vivía en el cine… no sé cuántas películas habré visto”, dijo.
Participaba en ciclos de cine debate y disfrutaba de películas de culto:
“Cine checo, iraní, japonés, italiano… pero aclaro algo, ninguna película me hizo llorar tanto como Cinema Paradiso”, confesó.
Le preguntamos:
–Horacio, una duda… ¿El Paramount tuvo alguna vez techo corredizo?
–Ninguna duda ¡claro que tuvo!… el problema que tenía es que cerraba muy lentamente y cuando llovía de repente, se empapaban todos los espectadores. Pero, sí que tuvo techo corredizo.
También recordaba cómo su padre, en la boletería, permitía la entrada gratuita a los chicos con una sola condición:
“Que no faltaran a la escuela, que estudiaran”.
Y sumó, entre risas:
“También reconocía con la mirada a los que iban ‘calzados’ al cine. Les decía: ‘Fulano, deja el bufoso en este cajón si querés entrar’… o a otro le pelaba el cuchillo… Caseros era bravo en ese tiempo. Los que venían de la Capital, la pasaban duro cerca de la estación.”
Política y gestión
Su camino lo llevó también por la política. Conoció al padre Mujica y al general Perón – “con quien compartí varios cafés”– y fue subsecretario de Turismo Social de la Nación.
A nivel local, fue concejal dos veces y secretario de Acción Social y de Salud. Durante su gestión, Tres de Febrero enfrentó una incipiente epidemia de cólera, contenida gracias a un operativo rápido y eficiente.
La llegada de Bettina a su vida
En 1983, en su consultorio de La Merced, conoció a Bettina, oriunda de Devoto, viuda y madre de dos hijos, Leandro y Luciano. Ella acababa de abrir “Pulgarcito”, un local de artículos para chicos:
“Le puse ese nombre porque era un espacio muy chiquito… hoy, abarca toda la esquina(3 de Febrero y Urquiza)”, contó Bettina.
Cinco años después formalizaron su relación y, en 1988, se casaron. Tuvieron una hija: María Madelú Luján Ansaldo, profesora de danzas.
Bettina describió a su esposo: “Horacio sabe escuchar, es afectuoso, leal, entregado a lo que fue su profesión y a sus ideales… por sobre todo, evita las discusiones, prefiere quedarse callado, aunque piense lo contrario, y mantener la paz.”
Reconocimientos y legado
En 2017, fue distinguido como “Personalidad Destacada en el ámbito de la salud, social y político”, por el Concejo Deliberante. También recibió, entre otros muchos reconocimientos, el “Caserino Especial”, que otorga la Asociación Caseros Centenaria.
Horacio transcurrió sus últimos años muy afectado por problemas de salud y consecuentes limitaciones físicas; pero nunca perdió la lucidez ni la pasión por el cine y la lectura. Era una manera, como él mismo decía, que el caleidoscopio continuara girando…
Su partida, deja entre nosotros el eco de una vida que tocó muchas otras. No sólo por su oficio, sino, también, por su humanidad.