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El maestro como orgullo nacional: la lección finlandesa que Argentina necesita

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En Finlandia, no cualquiera puede ser docente; quien lo logra, adquiere uno de los mayores honores sociales.

Jari Lavonen, referente mundial en formación docente explica por qué en su país la educación es un derecho innegociable y un orgullo nacional.

Allí no existen escuelas privadas: es ilegal cobrar dinero por enseñar. “La educación pertenece a todos”, afirma Lavonen en una entrevista publicada en Clarín.

El especialista sostiene que el éxito del modelo finlandés se basa en tres pilares: formación universitaria de excelencia, autonomía total en las aulas y una sociedad que confía en sus maestros.

 Cada docente se gradúa en programas de maestría dentro de universidades de investigación, al mismo nivel que médicos o abogados. Por eso, no se necesitan supervisores ni controles externos: “El control es carísimo; preferimos usar esos fondos en los chicos”, señala.

En Finlandia, todas las escuelas tienen recursos y niveles similares, lo que evita desigualdades. No hay “mejores” ni “peores” establecimientos, porque los docentes, los libros y las condiciones son homogéneos. Esa equidad, sumada a la profesionalización, hizo que enseñar sea una de las profesiones más valoradas junto con la medicina y el derecho.

Lavonen recuerda que esta cultura se gestó históricamente. Desde 1800, el maestro era la figura más respetada del pueblo, consejero de agricultores y guía de los jóvenes. Además, la religión luterana contribuyó a la alfabetización: nadie podía casarse sin saber leer.

Tras la Segunda Guerra Mundial, con el país devastado y pobre, los líderes políticos decidieron que la educación sería el camino hacia el progreso y la cohesión social. Así, nació una escuela pública, común y obligatoria para todos.

El resultado: los mejores estudiantes aspiran a ser docentes. Solo el 5% de los postulantes logra ingresar a la carrera. El proceso de selección es riguroso: se evalúan los mejores promedios de secundaria, exámenes específicos y entrevistas personales. “El control está en el ingreso”, resume Lavonen. Una vez dentro, se confía plenamente en ellos.

Para Finlandia, invertir en educación no es un gasto, sino una inversión social. Aunque los impuestos son altos – Lavonen paga el 60% de sus ingresos -, los ciudadanos se consideran “contribuyentes felices”, porque reciben salud y educación de calidad.

En contraste con la Argentina, donde la docencia ha perdido prestigio y se multiplican los controles burocráticos, Lavonen propone un cambio de enfoque: seleccionar a los más capacitados, formarlos con excelencia, y luego confiar en su trabajo profesional.

El modelo finlandés demuestra que la confianza, la igualdad y la autonomía son más efectivas que la desconfianza y el control. En palabras del experto:

“Cuando los maestros son respetados como profesionales, los alumnos aprenden más, la sociedad se une y la educación deja de ser un privilegio: se convierte en un derecho y en un orgullo nacional”.

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