Con don Ramón Martínez Rodríguez charlamos hace un largo tiempo. Nos contó que cumplía más de medio siglo andando por las veredas caserinas, ejerciendo su oficio de paragüero y afilador “a mano” de cuchillos y tijeras.

Natural de Sampayo, gallega aldea ubicada en Orense, “Ramonciño”, así lo llaman, llegó a esta barriada acompañado por su siempre añorada María Angélica Toledo, fallecida hace unos años.

Recién arribado, en 1949, el matrimonio se afincó en la calle Moreno, entre Zanella (ex Francia) y Roma, “en una casa que le alquilé a la familia Repetto”, nos dijo.

Desde su llegada a estos pagos, don Ramón andaba “pateando” el barrio con un par de paragüas al hombro, su infaltable gorra y sonorizando su jamás perdido gracejo español. Por un accidente padecido en su tierra natal, arrastraba con dificultades una de sus piernas.

“Iba en una ’emprendedora’ (colectivo) que volcó en un sendero de quebradas… se mató un amigo. Pensar que estábamos contentos porque íbamos a la feria a comprar unas vacas”.

Pese a su renguera, don Ramón, en sus tiempos mozos, supo caminar sus cien cuadras diarias arreglando todo tipo de paraguas. Así juntó una copiosa cantidad de ahorros que lamentablemente depositó en el Hogar Obrero.

Con sus por entonces 75 años a cuestas, el hombre seguía apechugándole a la vida enfrentando a puro espíritu – y seguramente perdiendo por goleada – a la en ese tiempo feroz competencia taiwanesa. Nos advirtió que un buen paragüas tiene quince piezas, que los mejores son los que tienen la armazón “estrella antiviento”, tela de nylon, puño con regatón y empuñadora de junquillo.

Desde hacía un tiempo, se había mudado a Haedo pero todos los días viajaba hasta este Caseros “porque estos baldosas me saben a caramelos”, enfatizó.
Don Ramón, Ramonciño, probablemente el último de los paragüeros, es también una postal del Caseros que va esfumando su alma pueblerina.

Le perdimos el rastro. Vaya a saberse qué será de su vida.