Entre las casas más viejas de Caseros, se encuentra la que está ubicada en la esquina de Urquiza y Roma.

Desde su rincón de Villa Alianza, sigue mirando el paso de los años aunque hace ya mucho tiempo perdió el brillo que tenía cuando perteneció a su familia primigenia: los Suárez.

Evaristo Suárez compró esta finca a principios del siglo XX cuando aún no estaba terminada de construir. Ferroviario el hombre, había llegado a Caseros para probar suerte y mal no le fue. La vivienda estaba ubicada cerca de los míticos Talleres Alianza y, en aquel entonces, 85 años atrás, poseía el mismo aspecto exterior que en nuestros días.
Con su entrada, por la calle Roma 2618, la vieja casa nos recibe con un pasillo rodeado de jardines a diestra y siniestra para meternos de lleno en una galería que respetaba a rajatablas la construcción tipo chorizo, característica de la época.
A la izquierda de la galería, nos encontramos con las habitaciones que eran ventiladas por aberturas que dan a la avenida Urquiza, aún hoy pese al deterioro se pueden apreciar bellas molduras ornamentales en el lateral que da a la avenida; en éstas, rugientes leones desafían el paso de los años.
La habitaciones en total eran tres, todas con piso de pinotea, y se sumaban al amplio comedor que lucía orgulloso su piso de granito.

Al fondo, y de modo transversal a las habitaciones, espera la cocina con su fogón y su cocina económica con alma de leña, combustible que los ferroviarios conseguían a menor precio por su ocupación. A la derecha de la galería, hoy se ven algunos árboles frutales pero ya no están la huerta y el gallinero. Tampoco sobrevivió a los años el molino que fuera el símbolo característico de la propiedad décadas atrás.
Los chicos de la casa, Cholo y Poroto Suárez, cuando venía el doctor De Tata se escapaban para el lado del molino y se trepaban a él mientras Don Evaristo los reprendía a puro grito para que pudieran ser revisados por el galeno.

Entre el humo de la batata asada en la cocina económica aún se escuchan las conversaciones típicas de una casa concurrida, amplia y cálida. Una casa que sirvió como refugio en la ciudad a los amigos y parientes de Don Evaristo quienes desde el interior se le animaban a Buenos Aires, la orbe que todo lo prometía. Hoy la propiedad está a la venta y probablemente de paso a otra, seguramente más moderna y confortable pero muda de recuerdos.

SERGIO GARCIA

Nota publicada en 2004, en la revista Inolvidables