EL DÍA EN QUE LUIS ANGEL FIRPO CONMOCIONÓ A CASEROS
By Caseros y su Gente

EL DÍA EN QUE LUIS ANGEL FIRPO CONMOCIONÓ A CASEROS

El llamado «Toro Salvaje de las Pampas» bajó del tren en la estación Caseros y fue rodeado por cientos de vecinos que lo ovacionaron largamente.

El grandote de Junín, esquivando zanjones y acompañado por sus admiradores, caminó hasta el salón Caseros (Moreno, casi esquina San Jorge) e ingresó en los camarines. Corría la década del ’20 y Luis Angel Firpo era el tema de conversación obligado en cada mesa de café, en cada estaño, en cada esquina donde se hubieran juntado dos o más argentinos. Las primeras planas de los diarios repetían su estampa ruda.

El juninense ya tenía programada su presentación contra el campeón mundial Jack Dempsey y se arrimó a Caseros para protagonizar una velada exhibición a beneficio de la Sala Municipal de Primeros Auxilios.

La convocatoria fue organizada por el joven Eduardo Bellotti con el patrocinio de la Asociación Fomento de Caseros. El Toro trepó al ring y un round frente a Alfredo El Ruso Lafauci fue el aperitivo para la presentación de fondo contra el sargento N. Grandioso, profesor de box del ejército.

Según recuerda una crónica (1), el guanteo liviano de Firpo alcanzaba para darle calor al enfrentamiento. Una distracción del Toro – quien giró su cabeza para agradecer el aplauso vecinal – fue aprovechada por el sargento que asestó un repentino jab de derecha. Algo sorprendido, el campeón aplicó un relampagueante uno-dos que flameó al militar y, desarmado, bajo la guardia; Firpo se abalanzó… y lo abrazó. El aplauso fue interminable.

El Toro Salvaje de las Pampas terminó la velada compartiendo un tentempié con los vecinos; en el club Social, Firpo comió seis huevos fritos, un cuarto quilo de roquefort y pan.

El 14 de setiembre de 1923, Luis Ángel Firpo se enfrentó por el título mundial, en el Polo Ground de Nueva York, con Jack Dempsey. Numerosos vecinos siguieron la contienda a través de dos reflectores instalados en el Pasaje Barolo: iluminado el blanco, significaba victoria; el rojo, derrota. Una triste luz rojiza invadió el rincón porteño. Pero esa pelea lo catapultó definitivamente a la mejor historia del box argentino.

(1) Los datos de esta crónica fueron recogidos de una nota que Armando B. Dáttoli publicó en el periódico Nueva Era, N° 560

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