Decidimos recordar a El Pocho – o El Loco Lavezzi – en sus inicios de ascenso cuando la rompía en el Estadio Ciudad de Caseros y empezaba a mostrar sus primeras locuras fuera de la cancha.
El Loco camina por avenida Urquiza. Los pibes y las pibas que lo ven pasar con su flequillo medio rolinga, medio flogger, ni idea tienen que dentro de diez años le estaría tirando agua al técnico de la selección argentina durante un partido del Mundial de Brasil, frente a millones de personas; o que sus abdominales y tatuajes serán una cuestión nacional durante junio de 2014.
El Loco no era El Loco. Allá en su Rosario natal era y todavía es, El Pocho. Pero ni bien llegó a Caseros la gente de Estudiantes lo bautizó El Loco. Y durante toda la temporada 2003/2004, fue El Loco Lavezzi.
Había llegado libre de Boca. Antes, su querido Rosario Central le cerró las puertas. Entonces pensó en colgar los botines y dedicarse a otra cosa. Volvió a su pueblo y empezó a laburar con el hermano como electricista. Le ofrecieron ir a Newell’s sin prueba, pero su sangre canalla pudo más. Y en eso llegó Estudiantes de Caseros.
De Villa Gobernador Gálvez a una pensión en San Telmo. Se iba a Constitución y de ahí en subte a Retiro. Si entrenaban en la cancha de Estudiantes, bajaba en Caseros; si no, seguía hasta Hurlingham. Así todos los fines de semana, El Loco bajaba del tren, agarraba Belgrano hasta Urquiza y de ahí le pegaba derecho hasta la cancha. Venía sin tatuajes y con un bolso lleno de goles y gambetas.
El Loco llegó a Caseros para jugar en inferiores. En cuatro partidos, lo subieron a primera. Una mañana entrenando, se le acercó El Negro Rodríguez, el técnico de Estudiantes, y le dijo que ese fin de semana iba a debu-tar. Fue contra Platense, en el estadio Ciudad de Caseros. El Loco entró con la 16 y en un par de gambetas le cambió la cara a un equipo que venía flotando en la mitad de la cancha. En el barrio de Caseros, volvía la esperanza.
El Loco no era solamente un apodo. Era una forma de vida. Esa forma de ver y sentir el fútbol que no había sido compatible con Jorge Griffa, en Boca, y por lo que lo dejaron libre. Una tarde Blas Armando Giunta, el técnico con el que explotó, estaba por dar la charla técnica. La charla no arrancaba y los jugadores se miraban entre sí ¿Dónde está El Loco? preguntó Giunta. Como nadie respondió mandó al utilero, el Parche Velázquez a buscarlo. No lo veía por lado alguno. Escuchó el ruido de una moto dando vueltas por adentro del predio. El Loco le había robado la motito al masajista y andaba paseando por las instalaciones del Cedem 1, el predio que Estudiantes usaba para entrenar.
Giunta le gritaba al utilero “¡Parche: anda a sacarle la moto porque si voy yo, no juega nunca más!”.
El Loco no se quería bajar. ¿Cómo que no te vas a bajar? ¡Dale que nos van a echar a todos! , gritaba el Parche. Finalmente, Lavezzi dejó la motito y fue a la charla técnica donde hasta el propio Giunta se reía.
En el apertura 2003, entraba los segundos tiempos, Giunta le decía que estuviera tranquilo, que con una buena pretemporada, al año siguiente sería titular. Y así fue. El Clausura 2004 fue la explosión. Doce goles en veintiún partidos. Junto con Daniel Vega armaron una dupla de ataque que volvía locas a las defensas; en el banco, esperaba un más joven todavía Pablo Mouche. De la mano de El Loco, que antes fue y después sería El Pocho, Estudiantes peleó el campeonato hasta la última fecha.
Sobre el final del último campeonato que El Loco paseó su magia por Caseros, le tocó viajar a Génova para hacerse una revisación médica. Lo había comprado el Genoa. El fin de semana jugó contra Platense, terminó el partido y viajó. Tenía que estar de vuelta en Buenos Aires el sábado por la madrugada, pero un banco de niebla en Ezeiza obligó al avión a aterrizar en Montevideo. En la concentración de Estudiantes lo esperaban, aunque sabían que era prácticamente imposible que llegara al partido. Finalmente, el avión aterrizó a las dos de la tarde y al Loco lo llevaron directamente a la cancha de Brown de Adrogué.
Llegó vestido de traje y con más de veinte horas de viaje encima. Giunta le preguntó cómo estaba y si quería ir al banco. El Loco le respondió que quería jugar. Pero que primero necesitaba comer. Quiero un chori y una coca, dicen que dijo. Faltaban veinte minutos para el partido. El Parche Velázquez salió, compró un choripán entre los hinchas locales y volvió. El Loco Lavezzi almorzó, jugó e hizo el gol de emboquillada con el que Estudiantes le ganó a Brown de Adrogué.
De la mano del Loco, Estudiantes terminó a tres puntos del campeón, Sarmiento de Junín. De ahí lo que todo el mundo sabe. Pero eso, es otra historia.
Juan Stanisci
Director del portal lastimaanadiemaestro.com