Hoy se cumplen 32 años del fallecimiento de nuestro vecino José Nuccillo – conocido como Cherita – cuyo apodo le dio nombre a la esquina de Cafferata y Juan M. de Rosas.

Su sobrina – Haydeé Salvarezza – hace unos años, lo recordó de esta manera:

La familia de mi tío Cherita llegó a Caseros en 1915. Ellos vivían en Palermo, junto a otros italianos. Resulta que uno de los paisanos se vino para acá y los otros, de a poco, lo fueron imitando. Es que en aquellos tiempos, a quien compraba un lote en este barrio, le regalaban 10.000 ladrillos. Se afincaron en la calle Rebizzo, entre Spandonari y Alzaga, en plena Villa Mathieu. Mi tío tuvo cuatro hermanos: Víctor; Juana, mi mamá; Elías y Enrique.

“Él se llamaba José Nuccillo pero, claro, todos lo conocían como Cherita ¿De dónde le vino el apodo? Resulta que él se la pasaba cantando algo parecido a esto: ‘Chera una bola de un píccolo navío». Cada dos por tres tarareaba: «Chera una bola de un píccolo navío». Fue así que sus amigos le empezaron a decir: «Dale, Chera» ; «Chau , Chera’ ; «Callate, Chera»… y bueno, de Chera se hizo CheritaChelita, como le decían algunos.

“Me contaron que jugaba mucho – y muy bien – al fútbol. Era hincha de Racing. Le gustaba ir a ver las carreras de caballos. No era de jugar mucha plata, al contrario, apenas si arriesgaba unos pesitos porque era muy medido con el dinero. Sólo que le encantaba ver correr a los caballos.

“Recuerdo, como una imagen lejana de mi infancia, que también tenía numerosas palomas. Le apasionaba la música y aprendió a tocar el bandoneón con Gabriel Causi, quien trabajó bajo la batuta de Julio de Caro. Con el tiempo, mi tío integró la orquesta “Suipacha», junto a Crespolini, Mazza, Tejón, Di Cónsola… Además, acompañado por sus hermanos, formó parte de la comparsa de clows «Los Silenciosos», que fue famosa en Caseros. Comenzaban a ensayar tres meses antes de que se iniciaran los carnavales y trajeron primeros premios de los corsos de Morón, Ramos Mejía, Devoto… En esa época, las comparsas realizaban verdaderos espectáculos. Cuando se disolvió la «Suipacha», ingresó a la Prefectura.

“Él fue el noviecito de la chica que vivía al lado de su casa, Paula Imondi. Pero ella se fue a vivir a la Capital y dejaron de verse. Pasaron muchos años hasta que se reencontraron y volvieron a ponerse de novios. Ya eran grandes cuando se casaron. Tuvieron un hijo: Daniel, mi primo. En el cuarenta y pico, instaló un quiosco – que vendía un poco de todo- en la esquina de Roosevelt (actual Juan M. de Rosas) y Cafferata. Mi tía lo atendía por la mañana y mi tío cuando regresaba de la Prefectura, por la tarde.

“El quiosco era muy precario y, en unas navidades, por culpa de unos cohetes, se incendió por completo. Por tal motivo, fue trasladado enfrente, donde está ubicado actualmente. En esa ochava, también para un fin de año, se volvió a padecer un incendio. Mi tío, otra vez, tuvo que empezar de cero. Pero tenía empuje para recuperarse y lo ayudó mucho su hijo. Fue un tiempo muy duro para ellos porque mi tía estaba muy enferma. Ella falleció el 10 de diciembre del ’83, el día que asumió Alfonsín.

“De a poco, Cherita empezó a sufrir una gran depresión. A pesar de los intensos tratamientos médicos no se podía reestablecer. El 24 de febrero del ’89 -un día de intensísimo calor-lo fui a buscar para tomar unos mates… había fallecido en forma trágica. Tenía 78 años. Era de estatura normal, calvo y, más bien, de pocas palabras… no sé si era por timidez, pero lo recuerdo como una persona callada. Tenía muchos, muchísimos amigos. Adonde fuera, lo conocían. Tanto es así que este rincón de Villa Mathieu es conocido, en todo Caseros, como la «esquina de Cherita».