Era el anochecer otoñal del lunes 4 de abril de 1911 y el farolero cumplía con su labor. Volcó kerosén en el recipiente empotrado en el frente de la casona de don Enrique Roveda, encendió la mecha y la luz de la llama se extendió melancólicamente. Quizá al hombre lo cruzó una pregunta… ¿Qué había sucedido esa mañana, en ese mismo caserón? ¿por qué habían concurrido el alcalde; el jefe del Registro Civil; la directora de la Escuela N° 8, la señora de Bergalli; el oficial de Policía, Juan Errou.?

Ese lunes de 1911, señor farolero, había nacido la Escuela Láinez N° 83, establecimiento educativo que con el tiempo se convertiría en uno de las más importantes de Caseros: el actual N°45, ubicado hoy en la esquina de Urquiza y avenida San Martín.

En aquel principio del siglo pasado, la casona de la familia Roveda estaba ubicada en avenida San Martín 2020 (antigua numeración), entre Esteban Merlo y Cafferata. A la derecha de la propiedad, se levantaba la carbonería y forrajearía de don Carlos Venturino; a la izquierda, se multiplicaban los baldíos. A lo lejos, se veían los cuarteles de Ciudadela.

Por la polvorienta avenida San Martín conocida, por entonces, como el Camino Real o Camino de la Loma transitaba el ganado que se arreaba al mercado de Liniers.

Algunos datos: la primera directora fue Clara Rosa Soto; las primeras maestras: Ada Bordini, Angelina Soto y Dolores Villegas de Landín; el primer maestro: Carlos Anello (los muchachos chúcaros le decían ‘el curita’); el primer abanderado: uno de los hermanos Záccaro.

En el establecimiento – que entre los vecinos se hizo conocido como la ‘escuela de las Soto’ – se dictaban clases de primero a cuarto grado, en turno mañana (o en turno tarde si hacía mucho frio).

Dos años más tarde, la ’83’ inició su peregrinaje y ocupó la mansión enclavada en Valentín Gómez y Sarmiento, propiedad de la familia García Valderrín (donde hoy se levanta la impactante casa art decó de la familia Prado).
La escuela fue consolidando su prestigio y en el ’17 también se habilitó el turno tarde. En 1919, la propiedad fue adquirida por José Betta, jefe de la estación Santos Lugares.

Para el año ’21, eran 365 los alumnos que concurrían diariamente a lidiar con la tabla del siete. A fines del año ’26, fueron ocho los grados habilitados y atendidos por las señoritas María Rosa Herrera de Silva, Dolores Villegas de Landín, Ada Bordini, Sara Carballo, Elisa Rossi y las hermanas Glefira y Angelina Soto.

En 1927, don Betta vendió la casona y fue una propiedad de doña Clara Soto, ubicada en Cortada Silva (actual Valentín Gómez) y General Paz (actual David Magdalena) donde se hospedó el establecimiento. En esta esquina, permaneció a lo largo de cinco años y por limitaciones edilicias, la matrícula se redujo.

En el ’31, la 83 fue bautizada bajo el nombre “Justo José de Urquiza” y el 25 de mayo del año siguiente, nació un ente que adquiriría gran protagonismo en el crecimiento de la escuela: la Asociación Cooperadora; uno de sus primeros presidentes fue Pedro Righetti.

En mayo de 1933, la 83 finalizó su peregrinaje y se instaló en su actual ubicación: avenida San Martín y Urquiza. La directora ya era Luisa Anade de Valleé, quien suplantó a la legendaria Clara Soto de García Valderrín.
En diagonal a la escuela, justo en el medio del cruce de las dos avenidas, se levantaba un busto que reproducía la imagen de Justo José de Urquiza.

A pocos metros de la escuela, en el mismo solar donde con el tiempo se inauguraría el cine Urquiza (el nombre del militar entrerriano solía repetirse en estos pagos), una pulpería, con palenque y rejas en el frente, esperaba a los parroquianos propensos a la ginebra.

Metros más allá, para el lado de las vías, el almacén de Luis Cavassa (también pulpería, faltaba más) le fiaba a los vecinos, libreta negra de hule, mediante.

Por las todavía polvorientas calles de este Caseros que no terminaba de desperezarse, siempre caminaba algún Cafferata, Vexina, Guisulfo, Ferro, Luque, Censori, Chiavasco, Romani, Cafarello, Goso, Sedze, Suárez, Fischetti, D’Oliveira, Rousset, Cervetto, Ribano, Agusti, Oberto, Rentería, Diéguez, Negroni, Salvarezza, Campagnolo, Broggi, Compagnucci, Evans, Mary… todos se conocían y, por ende, había que portarse bien (ejem…).

En 1934, se autorizó que en el establecimiento se dictaran, en horario nocturno, cursos para analfabetos. La instrucción estuvo a cargo de una institución denominada “Universidad Popular Justo José de Urquiza”.

PRIMERA CATEGORIA

El 20 de marzo de 1947, Aníbal Pedro Elgue se hace cargo de la dirección de la escuela y le daría un gran impulso al establecimiento que en 1950 pasa a ser calificado como de ‘primera categoría’. Ya funcionaba en tres turnos: mañana, intermedio y tarde. Al poco tiempo, se crearon quinto y sexto grado.

Elgue fue director hasta el 7 de junio de 1961, cuando es nombrado inspector de zona, y fue reemplazado por Marta Susana Sierra de Gallego. Ese año, la escuela celebra, a toda pompa, sus Bodas de Oro. Ya era parte insoslayable de la mejor historia caserina.

Durante la conmemoración, donde participaron representantes de autoridades intermedias, vecinos y autoridades del flamante distrito Tres de Febrero, se rindió, entre otros, un merecidísimo homenaje a la primera directora: Clara Soto.

En el ’63, la escuela registra 639 alumnos y se crea el Club de Madres Alfonsina Storni. En 1964, Amelia Marnini Mazzarello de Maidana fue designada como directora, cargo que ocuparía a lo largo de una década.

Durante este período, se creó la Biblioteca Pedagógica y con la estrecha colaboración de la fecunda asociación cooperadora se concretaron distintas e importantes mejoras en el establecimiento educativo. A partir de abril de 1969, la escuela deja de ser Nacional ’83’ y pasa a revistar como provincial, bajo el número 45.

El por entonces floreciente Banco Cooperativo de Caseros se convirtió en estrecho colaborador del establecimiento y se sumó al esforzado trabajo de los miembros de la cooperadora, lográndose numerosos progresos edilicios. Tras un interinato a cargo de Sara E. Frenguelli de Akerman, en el ’78 asume la dirección Elisa Romero y se impulsa la construcción de un nuevo edificio escolar. Se crea, además, la Asociación de ex alumnos.

Lo demás es historia que aquel farolero jamás imaginó… y que sigue vigente porque la leyenda continúa.