Fue hace una década, en febrero de 2012, que Gonzalo se puso al mando de su Volkswagen Fox 2010 y Mónica, en el asiento del acompañante, empezó a cebar mate. La escena se repitió durante veinte vertiginosos e inolvidables días.
Presentémoslos. Ella es Mónica Zagni y una de las protagonistas imprescindibles en la preparación de las espectaculares milanesas que particularizan al Sheraton de Caseros, el legendario restorán de la calle Sarmiento, ubicado al lado de la biblioteca Alberdi.
Él es Gonzalo Munuce. Tiene 46 años y desde hace dos largas décadas se ocupa – también en la misma casa de comidas (que, en realidad, se llama La Ideal) – tanto de atender las mesas como de cumplir, a bordo de una moto, con el reparto a domicilio.
Ellos son esposos desde hace más de cuatro lustros ¿Cómo se conocieron? Le contamos: la flaquita de ojos vivaces trabajó en el mostrador de la panadería La Ítalo (¿se acuerda, vecino?), que estaba situada enfrente del Sheraton caserino. Y Gonzalo cruzaba a comprar el pan para el restaurante. Y, de repente, comenzó a cruzar más seguido…
Retornemos a la nota. Hace diez veranos, la pareja decidió recorrer, de punta a punta, la mítica Ruta Nacional 40 que, a lo largo de 5194 km., se extiende desde el Cabo Vírgenes (Santa Cruz) hasta La Quiaca (Jujuy) atravesando 21 parques nacionales, 18 ríos, conectando 27 pasos cordilleranos y trepando a casi 5000 metros en el Abra del Acay (Salta), convirtiendo al recorrido en el más alto de América.
En primer lugar, el matrimonio del Sheraton cubrió el tramo que separa nuestros pagos de Ushuaia, en el fin del mundo.
Los viajeros pasaron de 40 grados de térmica a un escenario de nieve con temperatura bajo cero. Al día siguiente, se fotografiaron bajo el cartel, en Cabo Vírgenes, que señala la partida de la ruta 40 y Gonzalo puso primera. Y fue así que a través de las ventanillas se fue reflejando una maravillosa e infinita sucesión de paisajes, tan diversa como vasta.
Además de las vistas, se multiplicaron los climas: el frío austral, el intenso y ventoso patagónico y el agobiante del desierto.
Por momentos, también abruma tanto la inmensidad como el silencio donde la superposición de cactus acentúa el aspecto fantasmal.
“Te parás en medio de la ruta y nada ves a tu alrededor… muy cada tanto, se ven dos o tres casitas y te preguntás cómo alguien puede vivir ahí”, apunta Gonzalo.
También muy cada tanto, titila, a la vera del camino, el cartel de una estación de servicio.
“Yo hice algo que no se debe hacer: cargar en el auto dos tanques de reserva. Lo hice porque tenía miedo de quedarme sin nafta. No los necesité pero, reconozco, fue una imprudencia”.
Gonzalo se confiesa apasionado por el automovilismo y recuerda que tomó la experiencia “como mi Dakar personal”. No le falta razón. La RN 40 se particulariza por largos tramos donde el ripio es, entre otros obstáculos, amenaza permanente.
“Es preciso conducir muy ‘finito’, sin pegar volantazos, con mucho cuidado porque es como ir sobre nieve”, advierte Gonzalo quien observó numerosos vehículos volcados.
Además del ripio continuo, la tierra y el polvo fueron compañeros constantes de la pareja. Bañarse en los campings fue limpieza, alivio y descanso. Luego, nuevamente subir al automóvil y al ripio, ripio, ripio y mate…
– ¿La fatiga del viaje los llevó a discutir por discutir?.
– Para nada. Nunca nos llevamos tan bien como cuando estamos de vacaciones. Mónica se quedaba mirando el paisaje y… cada tanto, se quedaba dormida. Como me gusta mucho manejar de noche, no tiene problemas de ponerse a cebarme mate a las tres de la mañana.
Y sigue Gonzalo:
– Yo, a veces, hablo con los clientes y me dicen ‘mi esposa me matan si no la llevo a un hotel cómodo’… Mónica, al contrario, no tiene problemas… y me acompaña en cada una de mis locuras, insiste, quien grabó, enamorado, con letras gigantes, el nombre de la chica del mostrador en las nieves eternas (la foto nos impide exagerar).
A lo largo del itinerario, se toparon con viajeros que se atreven a la ruta montados en motos y hasta en bicicletas. Extranjeros que se aventuran a llegar en dos ruedas hasta Bolivia. Pelotones de motociclistas que superan las etapas, escoltados por camionetas de apoyo. La RN 40 es, por trechos, también cosmopolita: mulitas, zorros, ovejas y llamas lo atestiguan.
Nuestros vecinos se empacharon de amaneceres y atardeceres gloriosos, se encandilaron ante paisajes fascinantes que no figuran en los folletos turísticos y ante la multiplicidad cultural que encontraron a su paso. También se empacharon con las comidas típicas de cada región, desde el cordero patagónico hasta locros norteños.
“La experiencia gastronómica también es genial”, subrayan.
El viaje que comenzó en este barrio y se extendió por Tierra del Fuego, Santa Cruz, Chubut, Río Negro, Neuquén, Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy llegó a su fin.
La pareja dio las hurras en La Quiaca y emprendió el regreso a estas latitudes. Atrás quedaron 12300 kms., distancia similar a la que nos separa de España. Y, también, da a entender Gonzalo, la magia de un camino que es difícil describir solamente con palabras. Sí, se atreve a afirmar: “Nuestro país es inigualable”.