Fue un conocido diariero que durante muchos años tuvo su parada en Valentín Gómez y av. San Martín. Le apasionaba coleccionar relojes.
Jocoso, burlón, nunca se sabía cuándo hablaba en serio; fue un loco lindo, querido por todos. Pero, en cierta oportunidad, nos encontramos con un Lito desacostumbrado cuando nos contó esta historia:
PELUSA
“Una vez, encontré cerca del puesto de diarios un perro grande, tipo ovejero alemán, que estaba perdido. Bueno… le di un par de galletitas y, a partir de ese momento, nos hicimos amigos. Él dormía junto al quiosco y todas las mañanas, cuando yo llegaba, se ponía a mi lado. Le puse “Pelusa”, aunque era macho, y se hizo famoso porque era el galán de las perras de Caseros. ¡Cómo sería que una vez, el dueño de una perra le metió un tiro en las patas! Se la curó un veterinario de la calle Roosevelt (actual Juan M. de Rosas) que la entablilló y le hizo una especie de carrito con una ruedita para que la pudiera arrastrar. Era un espectáculo verlo al “Pelusa” caminar con la ruedita…
“En una oportunidad, un muchacho – de apellido Tortosa – me lo pidió para que le vigilara una playa de estacionamiento que tenía en San Isidro. Se lo di pensando que estaría mejor. A la semana, me enteré de que se había escapado y alguien me contó que le pareció verlo cerca del colegio Emaús. Después, dijeron que estaba cerca de la estación. Yo lo busqué pero no podía creerlo. Una mañana, llegué a la parada y me estaba esperando, loco de contento. ¡Se había venido, solo, desde San Isidro!. Lo miré y le dije: ´Pelusa. . . ¡ni muerto te largo otra vez!´…”.
NdeR: años atrás, cuando publicamos esta crónica, recibimos un comentario, desde el interior del país, firmado por Ricardo José Arleo Pavesi, que dice lo siguiente:
“Mi tío Lito. Vivía en Cavassa y Mitre. Se llamaba Miguel Ángel Pavesi. Es cierto, era un loco lindo, muy buena persona. Junto a mi abuela (doña María) tenían originalmente el kiosco en av. San Martín y Rivadavia (actual Valentín Gómez), al lado de la barrera, desde la década del ‘30.
“Con sus hermanos, de chicos, vendían los diarios en los colectivos, cuando la barrera estaba baja, mientras mi abuela atendía el kiosco que era de chapa y madera, hexagonal, parecido a los que existían en Francia. “Colgaban las revistas para exponerlas, en los alambres del cerco del ferrocarril. También tuvo una librería, en locales que se construyeron, sobre Rivadavia, a pocos pasos del kiosco, que era atendida por su esposa, Elvira Rataro.
“En los años ‘60, con el pretexto de hacer una plaza allí, tuvo que derribar el kiosco y le permitieron construir uno de material en la esquina de Valentín Gómez y San Martín, frente al corralón de Fedeli.
“En esa época, él vivía enfrente de la librería. Cuando nosotros nos mudamos de Cavassa 512 (antigua numeración), él se mudó allí.
“Luego de quedar viudo, entró en una depresión muy grande, enfermó y falleció”.