Corría 1935 cuando Esteban Laureano Maradona volvía en tren, desde Paraguay con destino a Tucumán.
Había cumplido 40 años y venía de pasar tres años en tierra guaraní atendiendo a los heridos de la sangrienta Guerra del Chaco Boreal.
Regresaba a la Argentina dispuesto a instalar un consultorio en Buenos Aires, donde vivía su madre. Pero pensaba hacer algunas escalas en Salta, Jujuy y Tucumán, donde vivía su hermano Juan Carlos, entonces intendente de la capital provincial.
Nunca imaginó que aquel 2 de noviembre su vida daría un vuelco inesperado. En la estación formoseña conocida como “Km 234”, una voz desesperada se alzó entre los viajeros pidiendo auxilio. Necesitaban un médico para asistir a una mujer que hacía varios días intentaba dar a luz.
Así recordó Maradona este momento: “Un grupo de personas preguntaba a voz en cuello si algún pasajero se animaba a asistir a una parturienta en estado de gravedad. (…) Tomé mi maletín. Subí a un sulky. De las riendas tiraba una mujer cincuentona. (…) El parto fue difícil. La parturienta en verdad estaba grave. Se llamaba Mercedes Almirón y a mano saqué a esa criatura, una nena”.
Cuando regresó a la estación a comprar un pasaje para el siguiente tren se encontró a una multitud que se había congregado y reclamaba sus servicios. “Tal fue la noticia que en dos horas se había propagado… De golpe me vi rodeado por un indiaje astroso, bárbaro. Patente, recuerdo algunos rostros como de animales chúcaros, ariscos, y, al mismo tiempo graves, profundamente necesitados. (…) Puedo ver esos rostros con absoluta nitidez: narices, lóbulos de las orejas mutiladas con tatuajes; manos como de cuero se me extendían suplicantes. Me arremangué, empecé a atender y me quedé con ellos…”, recordó años después.
La escala en aquel inhóspito lugar se extendió durante más de cincuenta años, donde el médico, filántropo, naturalista y escritor, vivió con austeridad franciscana sin luz, ni gas, ni teléfono atendiendo a los humildes pobladores de la zona, muchos de ellos habitantes de comunidades aborígenes.
En su homenaje, el día de su nacimiento se recuerda en nuestro país el Día del Médico Rural.
Esteban Laureano Maradona nació el 4 de julio de 1895 en Esperanza, Santa Fe. Fue el noveno hijo del matrimonio de Encarnación Villalba y Waldino Maradona. Más tarde la familia se trasladaría a “Los Aromitos”, una estancia en Barrancas, que su abuela había heredado sobre las costas del Río Coronda, también en Santa Fe, donde pasó su infancia. Cursó sus estudios secundarios en la capital de la provincia y más tarde se trasladó a la Capital Federal para estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires.
“No me gustaba ese aire elitista y aristocrático que tenía la universidad de aquel entonces. Los estudiantes iban con galerita, y yo, como buen rebelde, aparecía por las aulas con un enorme chambergo de tipo criollo”, dijo en una ocasión.
En 1930 se graduó de médico y viajó a Resistencia, Chaco, donde instaló un consultorio. Viajó a la Isla del Cerrito, donde la lepra hacía estragos e impulsó la construcción de un lazareto para la atención de los enfermos.
Publicó numerosos artículos en el periódico La voz del Chaco y dictó conferencias sobre diversos temas como lepra, lactancia e incluso sobre los alcances de la ley 9.688, de accidentes de trabajo, donde se granjeó no pocas enemistades por asesorar a los trabajadores sobre cómo defender sus derechos. “Los capitalistas me tenían entre ojos, y como yo atacaba al gobierno militar del señor Uriburu, la policía me perseguía”.
Partió entonces rumbo a Paraguay donde comenzaba la Guerra del Chaco Boreal. Ofreció sus servicios de médico y, aunque pasó un tiempo en prisión sospechado de espionaje, pudo ejercer su profesión en el Hospital Naval, donde fue designado director.
En Paraguay se enamoró de Aurora Ebaly, una muchacha de 20 años que murió de fiebre tifoidea en diciembre de 1934.
“Lo único que me retuvo en el Paraguay fue la guerra. Tanto sufrí con su muerte que nunca más me volví a enamorar”, recordaría años más tarde.
Fue entonces, al terminar la guerra, que Maradona regresó a la Argentina y se encontró con su destino de médico rural en Estanislao del Campo. Cobraba muy poco e incluso atendía gratis a los habitantes de las comunidades indígena del lugar, formada por tobas, matacos, mocovíes, pilagás.
Así lo recordaría tiempo después: “Cuando conocí a los indios comprendí que eran seres postergados, que habían soportado siglos la explotación, el desprecio y el olvido. Sentí un gran dolor en el corazón”.
PREMIO NOBEL
En varias oportunidades fue nominado para el premio Nobel. “No quiero recibir el Nobel. Y si me obligaran, donaría todo el dinero para la niñez. Porque, una vez que yo parta, no quiero que quede un solo chico sin saber leer, escribir y sin atención médica. Ellos son los verdaderos dueños del país”, manifestó alguna vez.
En 1986 se enfermó y volvió a su provincia natal donde pasó sus últimos años de vida con su familia.
“Declinando por la ley biológica, como hojas que caducan con el tiempo, espero el término de mi vida en este lugar donde transité los primeros años de mi niñez”, escribió en una carta a Tomás Martínez en octubre de 1988. Murió el 14 de enero de 1995, en Rosario, a los 99 años.
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