Combatió en Malvinas. Cuando lo entrevistamos, el por entonces vecino de Lisandro de la Torre y De Tata – casado con Gladys Guerriero, papá de Natalia – nos confesó que jamás volvió a ser el mismo que fue antes de la guerra, que pasó años muy difíciles, que… esto nos contó:
Fui, hasta que entré a la colimba, en el ’81, empleado de la librería Patria (av. San Martín y Belgrano). Cuando salí en la primera baja del servicio militar, empecé a trabajar en la empresa de Marcolini y Ramoneda, productora de legumbres (Hornos y Garay). Agradezco el apoyo de la familia Ramoneda a mi familia mientras estuve en Malvinas.
El viernes 2 de abril del ’82 me iba a trabajar y me enteré de la recuperación de Malvinas cuando pasé por el quiosco de ‘Cherita’ (Cafferata y Rosas) y miré los titulares de los diarios. En ese tiempo, yo vivía en Cafferata, entre lribarren y Leonismo Argentino. A pesar de que ya había finalizado el servicio militar y que de Malvinas apenas si conocía algo, intuí que de alguna manera iba a participar en lo que estaba pasando, aunque la palabra “guerra” todavía estaba lejana.
El 11 de abril – domingo de Pascua – un jeep militar me vino a buscar con la citación para que me presentase en La Tablada. Yo no estaba en casa y atendió mi viejo (Carlos). Esa tarde la pasé en casa y a la noche me presenté en el regimiento acompañado por mi hermana Mónica. No pude despedirme de mi vieja (Haydeé Di Giorno) porque estaba pasando unos días en Mar del Plata. No la volví a ver hasta que terminó la guerra.
Aterrizamos en Puerto Argentino en la mañana del martes 13 de abril. Estábamos con el espíritu elevado. No olvidaré jamás la emoción que sentí al pisar las islas. Desconocíamos si íbamos a entrar en guerra y todavía confiábamos en la vía diplomática. No estaba firme, todavía, la idea de la guerra.
Cuando caminábamos por el pueblo, sentíamos que los isleños nos observaban por las mirillas y detrás de las ventanas. Muy poca gente había en las calles; apenas, algunos chicos que salían a curiosear. Acampamos frente a la costa de Puerto Argentino, en la Bahía de Superhill; adelante, teníamos el mar; atrás, la pista de aterrizaje y, más atrás, la Casa de Gobierno.
Tengo el recuerdo grato de mis compañeros que el 26 de abril me despertaron cantando el ‘cumpleaños feliz’, me hicieron un asado del que todavía desconozco de dónde sacaron la carne, me regalaron cigarrillos…
El 30 de abril, cuando se disipó el famoso ‘manto de neblina’, divisamos a simple vista a tres buques de guerra ingleses que cambiaban posiciones a unos 40 kilómetros de la costa. Era una especie de tarea de ablande que nos mantuvo en vilo durante todo el día. En la madrugada del primero de mayo sucedió lo que todos esperábamos: nuestro radar detectó que de esos buques salían barcazas de desembarco. Nos pusimos en comunicación con el Batallón de Infantería de Marina 5 que estaba en Monte Williams y ellos iluminaron la zona con bengalas.
Los ingleses realizaban el bombardeo naval sobre la pista de aterrizaje que estaba atrás de nosotros, un poco a la izquierda. Fue un bombardeo intensísimo que duró horas. Así tuve la primera noción de lo que es la guerra…el miedo que paraliza… yo era el primer tirador de la ametralladora antiaérea… en los costados del pozo donde estaba el arma, había colocado una foto de cada uno de mis familiares… mi padre, mi madre, mis hermanos, mi novia…
Yo temblaba como una hoja de papel… cuando el teniente dio la orden de tirar, yo tenía la ametralladora empuñada con las dos manos y no podía accionar el gatillo porque estaba como perplejo, hasta que el teniente me dio un golpe en la cabeza y pude reaccionar… fue un antes y un después en mi vida…
Ese ataque que fue rechazado, produjo ocho bajas en el Batallón de Infantería de Marina 5 porque al tirar las bengalas descubrieron su posición. El hundimiento del crucero General Belgrano, al día siguiente, fue un golpe devastador para nosotros, nos llenó de bronca y dolor por los compañeros caídos…
A partir del comienzo de la guerra, ya trabajábamos como soldados expertos desplazando las posiciones, aunque sin alejarnos de nuestro objetivo principal que era reforzar la defensa de Puerto Argentino. Los días siguientes fueron como ver una película. Era permanente el bombardeo. Veíamos a los Harrier posarse en el aire, los ataques… No sabíamos bien el desenlace de la batalla naval y aérea pero teníamos algo de información sobre el hundimiento y bajas de aviones.
El 25 de mayo fue un día especial, lleno de fervor, porque festejábamos el Día de la Patria en ese territorio tan nuestro…
Como Inglaterra no pudo entrar a las Islas por donde estábamos nosotros, orientó sus ataques hacia la Bahía de San Carlos donde se libraron los ataques más feroces.
Volvimos a entrar en combate antes de la rendición del 14 de junio cuando se trató, de evitar que ellos ingresaran a la Casa de Gobierno… pero ya era imposible.
Enterarnos de la rendición fue el golpe más bajo. Destruimos el radar que barría la costa para que no fuera utilizados por los ingleses y nos replegamos al pueblo. Allí nos ubicaron en un galpón… en ese lugar, se acercó el padre Fernández y nos hizo rezar un Padrenuestro en honor de los caídos, ahí fue como que uno se quebró y largó todas las emociones que tuvo contenidas durante setenta y pico de días.
Ese 14 de junio nos cruzamos con Jeremy Moore, el general británico que firmó con Menéndez, la rendición. Cuando se nos acercó el grupo de ingleses, vi como lagrimeaban al observar nuestro estado… ellos son profesionales y pelearon porque es su trabajo pero sabían que nosotros lo hicimos por la Patria, con la diferencia de edades, experiencia, armamentos… ellos, paradójicamente, reconocieron más el sacrificio de los soldados argentinos que con dieciocho años, y casi sin preparación, demostraron su valor.
Cuando llegamos a Comodoro Rivadavia, recibimos el único y gran recibimiento que tuvimos los soldados… La gente nos esperaba en la calle, nos ovacionaba… yo estaba en un camión cuando se me acercó una mujer con su bebé en brazos y me gritó: ‘Mi hijo te lo agradece’… fue muy emocionante.
A Palomar llegamos el 20 de junio – ‘Día de la Bandera’, ‘Día del Padre’ – llegamos de madrugada, escondidos, como ocultados… tuvimos esa sensación… de allí, nos cargaron en micros para ir a Campo de Mayo. Cuando salíamos de la Base, en la plazoletita con forma de triángulo que está antes de cruzar las vías había un grupito de personas; entre esas personas, estaban mi mamá, mi hermana y mi novia… yo me quería tirar del micro. Justo quiso el destino que en ese momento bajaran las barreras por el paso de un tren y el chofer tuvo que detenerse. No pude bajar pero desde la ventanilla estuve a los abrazos con ellas.
A la tarde, nuestros familiares fueron a Campo de Mayo donde estábamos alojados: no los dejaron pasar pero se ‘mandaron’ igual y se acercaron hasta un alambrado. Cuando sentimos sus llamados, nos acercamos hasta allí y así pasamos la tarde, alambrado de por medio.
Al día siguiente, nos llevaron a La Tablada donde nos dieron indicaciones para que no habláramos de lo que habíamos pasado en Malvinas… yo creo que ahí empezó el proceso de desmalvinización.
Cuando volví a casa, en Caseros, el barrio estaba conmocionado. Ahí empecé otra etapa a la que me costó adaptarme. Sentí que había madurado de golpe. Emocionalmente, me sentía muy mal. Fue una experiencia límite. Notaba que gente allegada quería brindarme su apoyo en forma desmedida… ellos no sabían qué hacer para contenerme. Me preguntaba el porqué de la guerra, el porqué de 650 muertos. Viví años muy difíciles.
Me casé al poco tiempo de volver y mi esposa tuvo que ‘bancar’ mis cambios de carácter… no fui agresivo pero sí me angustiaba… capaz que pegaba una trompada a la pared un 2 de abril. Me recuerdo en el cine Helios, viendo con otros matrimonios ‘La República perdida’ y, cuando finalizó la película, me quedé duro en la butaca con el rostro bañado en lágrimas.
El nacimiento de mi hija Natalia me asentó, me equilibró… pero pasé tiempos muy dolorosos.
En una guerra es inevitable ver la grandeza y la miseria de los hombres… el ejemplo del maestro Cao (recuadro); ver un sargento que no comía hasta que la tropa estuviera alimentada; ver otro suboficial que cuando se firma la rendición entierra una bandera argentina en un lugar que el sólo conoce; el soldado Vischuk que enojado ante un ataque aéreo, salió de su refugio y empezó a tirarle a los aviones sin protección alguna… la miseria de la destrucción de la gente, comprobar dolorosamente la fragilidad del cuerpo… la pérdida de un brazo, de una pierna… imágenes que no se borran.
Allá en Malvinas, en mi mismo regimiento estaba también otro muchacho de Caseros: Hugo Jiménez, que vivía en Cavassa y Mitre; nos hicimos amigos entrañables.
Prácticamente desde que se fundó soy integrante de la casa de Veteranos. Uno de nuestros objetivos es mantener viva la causa Malvinas, que la gente entienda la magnitud del sacrificio de aquél que va a la guerra y no sabe si vuelve…
La gente a veces, hace comentarios sin medir las consecuencias, creo que antes de hablar deberían ponerse en la piel de aquél que perdió un hijo o un hermano en Malvinas.
Malvinas es el carro que arrastró una dictadura militar. Cuando esa dictadura terminó, la gente puso en la misma bolsa todo lo que tuvo que ver con esa dictadura – incluso, Malvinas – y se la sacó de encima. Esto lo vivimos con dolor…
Una vez leí que las sociedades maduras son las que se reconcilian con su pasado. Creo que es preciso que nosotros hagamos lo mismo para ser maduros de verdad y reconocer que – más allá de las falencias y errores del gobierno de entonces – hubo hombres que dieron su vida por la Patria.