Apasionado por la cultura gauchesca, nuestro vecino de la calle Cafferata, entre Pringles y Olavarría fue fundador del Círculo Tradicionalista El Rodeo y unió a caballo Salta con la Capital Federal para homenajear a Martín de Güemes. Parte el alma conocer el sentimiento que lo unió a un zaino que enterró en el fondo de su casa de Villa Mathieu. Hoy se cumple el 30º aniversario de su partida.

En cierta oportunidad, lo reporteamos y publicamos lo siguiente sobre él:

Fue albañil, inspector de colectivos, domador de la Policía Montada y se jubiló en el Colegio Militar, luego de ejercer, durante tres décadas, el oficio de talabartero. A esta institución, concurría cada madrugada al trotecito de su caballo. En 1981, con 65 abriles a cuestas, atravesó a caballo medio país para homenajear a Güemes.

DE SALTA A BUENOS AIRES

¡Qué travesía, eh!.

Fue para el 160º aniversario de la muerte de Güemes. Yo no sé si hay otro lugar en el mundo donde se haga tanto homenaje a sus próceres como hacen los salteños con Güemes… y como fue un hombre muy de a caballo, se lo quiso homenajear organizando una marcha – a caballo, por supuesto – que uniera la provincia norteña con la Capital Federal. Partimos el 2 de mayo y éramos más de 50 hombres, casi todos salteños; yo fui el único “sureño”.

– ¡Qué distancia cubrían diariamente?.

– Alrededor de 50 kilómetros que recorríamos en lapsos de diez, doce horas. Descansábamos un día por semana. Parábamos en campos, estancias, mataderos o, a veces, a un costado de la ruta. Los que querían, dormían en la carpa; yo prefería dormir mirando las estrellas y cerca de mis caballos. Apenas dos noches entré a la carpa y lo hice porque llovía torrencialmente… justo en Santiago del Estero, donde dicen que los peces no aprenden a nadar porque escasea el agua.

– ¿Cómo los recibían en los pueblos?.

– Nos aplaudían, cortaban el tránsito para vernos marchar. Los lugareños nos convidaban con mate, café, empanadas, tortas fritas… a lo largo del viaje, nos regalaron nueve novillos y, cada tanto, carneábamos uno.

– ¿Sufrieron algún inconveniente?.

– Fue un homenaje bien organizado… el único incidente lo tuvimos cerca del rio Juramento. Resulta que una señora se acercó al jefe de la marcha y le dijo que dos hombres le faltaron el respeto… encima, venían tomados. Cuando hicimos la parada, el jefe nos reunió, contó el caso, nombró a los culpables y les ordenó inmediatamente que ensillaran para emprender el regreso. Dijo: “¡Ni a cenar pueden quedarse… esto es un homenaje que se le hace al hombre más grande de nuestra historia y no podemos andar faltando el respeto!”.

– ¿Cuándo llegaron a la Capital Federal?

– El 11 de junio, tras 41 días de marcha. Sólo veintiséis jinetes cumplimos todas las etapas. Cuando llegamos, participamos de muchos actos; incluso, nos recibió el entonces presidente Viola.

EL RODEO

– Usted es uno de los fundadores del Circulo Tradicionalista “El Rodeo”…

– Si, junto a Diego Carozzo – vecino de Santos Lugares – somos los únicos que quedamos vivos de los fundadores. El primer espacio que ocupó la entidad fue un terreno de don Diego en la calle Almafuerte; después, se ubicó en un solar que nos cedió la fábrica de bicicletas “Cometa”, en San Martin. En un tiempo, estuvo en Villa Bosch y, después, se instaló durante muchos años frente al Tiro al Segno. Actualmente, la entidad está en Moreno, en un terreno propio donde hay museo, pulpería, se hacen jineteadas y carreras de sortija, se enseñan danzas, es visitado por contingentes escolares… son más de siete hectáreas, arboladas, donde el que quiere puede ir tranquilamente y hacerse un asado. Hasta tenemos una capilla muy linda donde se realizan casamientos. Hace poco, se celebró el casamiento de la hija de Horacio Guarany. Todos los años – para el último domingo de septiembre – se hace una procesión, a caballo, hasta Luján. Yo voy conduciendo una carreta tirada por bueyes.

– ¿lmitando a la travesía que realizó la imagen de la Virgen y dio lugar a la fundación de La ciudad?.

– Ajá… el hecho, dicen, fue así: a la imagen de la Virgen la trajeron de Portugal y la trasladaban a Sumampa; al llegar al río de Luján, los bueyes que arrastraban a la carreta se negaron a seguir el viaje… por más que se les pegaba, los animales seguían clavados. Por casualidad, se baja una caja y los bueyes empezaron a moverse. Intrigados, abrieron la caja y encontraron la imagen. Se atribuyó entonces, un mandato divino para que la imagen se quedara, para siempre, en ese lugar. Así nace Luján.

– En “El Rodeo” se practica el pato…

– Sí, y fue la primera institución que mostró a este deporte fuera del país ya que en el ’53, organizamos una exhibición en Uruguay.

– ¿Cuáles son los orígenes del juego?.

– Se dice que nació a partir de unas carreras, brutales, que realizaban los gauchos. Resulta que agarraban un pato, lo embolsaban y lo arrojaban por ahí; el jinete que lo agarraba primero tenía que llevarlo hasta determinado punto; generalmente, una pulpería que estaba a tres o cuatro leguas… claro, tenía que impedir que los otros competidores le arrebataran la bolsa. Y bueno… se cruzaban con el caballo unos a otros, se llevaban alambradas por delante, se volteaban, hasta se acuchillaban… cada dos por tres había algún muerto. Había tanta brutalidad, que Rosas lo prohibió.

EL CABALLO

– Usted perteneció a la Policía Montada…

– Sí, era domador, pero me retiré cuando llegó un jefe y dijo “no quiero gauchos en la doma”… pretendía que utilizáramos – con un nuevo lote de caballos que nos trajeron – un sistema de doma extranjero.

– ¿En qué consistía?.

– En acostumbrar al caballo a que se lo maneje con una rienda en cada mano. Entonces, me pregunté ¿Cómo íbamos a utilizar la 45, el sable o la carabina que llevábamos en la espalda si teníamos ambas manos ocupadas con las riendas? Lo planteé pero no me escucharon y me cambiaron de sección. Al tiempo, volvieron al método gaucho… pero a esos caballos tuvieron que destinarlos a arrastrar carros de la Municipalidad porque no servían para cumplir con la función para la que fueron preparados. Me fui de baja y entré como talabartero, hasta que me jubilé, al Colegio Militar.

– ¿Cuál es la diferencia entre jinetear y domar?.

– Domar es agarrar al potro y, luego de un proceso que dura tres o cuatro meses, dejarlo manso. Lo que la gente está acostumbrada a ver no es doma, sino jineteadas. El caballo que se jinetea jamás es amansado. Al contrario, a medida que pasa el tiempo, corcovea peor. A estos caballos se los conoce como “reservados” y he conocido algunos que han jineteado por más de quince años. Hay animales que se hacen tan mañeros que si no pueden voltear al jinete, apoyan la cabeza en el suelo y pegan una vuelta carnero. Al caballo que se acostumbra a esto lo sacan de las jineteadas porque son peligrosísimos. Hay un tordillo en Las Flores – se llama “El Zorro” – que lleva volteados a más de 100 jinetes. Lo buscan de muchos lados porque convoca a mucho público en las jineteadas; es un caballo pícaro que no se sabe para dónde va a salir corcoveando. En cuanto a la doma, hay animales que pueden amansarse sin montarlos… de abajo, nomás. Se lo ensilla y desensilla muchas veces, se lo manosea… es un poco lo que se conoce como doma india; por ejemplo, no se le da de comer si no deja que se le arrimen. El caballo suele asustarse porque tiene miedo. Entonces, uno le va hablando y, de a poco, se hace amigo. Ah… un caballo, por más bravo que sea, nunca va a golpear a una criatura o a un borracho. Conocí a un hombre que tomaba mucho, coma sería que le decíamos “el gaucho bodega”; resulta que le regalaron un caballo que siempre lo volteaba… ahora, cuando tenía un litro de tinto encima (el gaucho), lo montaba tranquilamente… y esto no me lo han contado, lo he visto.

– ¿Actualmente tiene caballos?.

– No, en casa todavía tengo las caballerizas, pero no tengo animales ¿Le parece que un jubilado puede mantener a un caballo? Hace unos meses tuve que vender el último que tenía.

 – ¿Cuál fue su caballo más querido?.

– Un zaino -que se llamaba “Pico Blanco” – y hace 21 años que lo tengo enterrado en el fondo de casa. Era un zaino que lo tuve diez años, dos meses y veintidós días… un animal muy compañero. En los días de calor me iba a caballo, de vacaciones, al campo de un primo en Las Flores. Le poníamos tres días. “Pico Blanco” era bueno para todo. Un día empezó a quejarse y lo llevé a la Facultad de Veterinaria para que le sacaran una radiografía: le detectaron una afección en la columna vertebral y me aconsejaron sacrificarlo para impedir que siguiera sufriendo. El dueño de un “tacho” (matadero de caballos) quiso comprármelo porque era un animal muy grande. Le dije: “¡¿Le parece que puedo vender a un amigo?!, aunque sea muerto, va a seguir en casa”. Le hice una sepultura de un metro y pico y le puse una cama de pasto… le dieron una inyección de cianuro y, de parado, cayó muerto. Cuando caía, le abracé la cabeza para que no se golpeara y la apoyé en mi pierna. Dije: “Mi compañero, mi gran compañero…”. Mi hijo, pobrecito, me puso la mano en el hombro y me habló: “No llores, papá… me tenés a mí”. Coloqué al zaino en la fosa, le coloqué una lona encima y le eché tierra.

Don Joaquín Parodi falleció el 24 de marzo de 1994. Tenía 77 años.