Fue una tarde calurosa de verano en Caseros. Paseaba mi grata infancia (con misterios y temores), sobre poderosas bicicletas junto a mi amiga Verónica Mercado, recorriendo las calles Medina, Kelsey (hoy Murias), Hornos, De Tata…
El calor calentaba las gomas de los autos despidiendo un olor intenso cuando lo vimos… alto, algo encorvado, con un sobretodo roto y sucio que dejaba ver un hombre muy flaco; su espesa barba blanca llena de rebeldes raíces, tapaba su rostro tenso y maltratado. Nos miró fijo, con esa mirada que te penetra de miedo, haciéndote cosquillas en la panza.
Cuando uno es chico, piensa… “pobre Bartolo”. Pero tampoco faltó el grupito de chicos crueles que se divertían tirándole piedras o con giros torpes, corrían asustados, gritando “ahí viene Bartolo”. Aunque el pobre hombre sólo los observaba con ironía desde las escaleras de la Iglesia Evangélica de la calle Hornos, entre Dante y Esquiú.
Me recuerdo como alumna – 5º grado a la mañana en el colegio Ricardo Rojas – yendo al cole en mañanas todavía oscuras, cruzando el famoso “Campito de los Curas”, a través de un angosto camino de largos yuyos, con pasos apresurados, mirando la capillita que poco se divisaba por la neblina matinal, balbuceando “por favor Diosito, que no se me aparezca Bartolo”.
El tiempo pasó y ya corría 1986 cuando con mis frescos 18 años, bajé del 304 que venía de San Martín. Regresaba a casa y casi nos chocamos con Bartolo. Lo noté un poco más viejo pero, de alguna manera, igual.
Recordé su historia que alguna vez, alguien me contó: “En su juventud fue un famoso doctor de Caseros, muy adinerado, con lujos que en esa época pocos podían gozar, hijos pequeños y una bella señora que lo amaba… En los años setenta, un accidente con el auto le quitó lo que más amaba, quedando solo él como sobreviviente”.
El relato concluía: “Abandonó todo, hasta su nombre, convirtiéndose en el vagabundo más conocido de todo Caseros”.
Sé que alrededor de Bartolo y su inseparable botella de Coca Cola, se tejió por años una historia intrigante, tan intrigante que hasta su desaparición fue un misterio.
Alguien aseguró que “murió de frío en un invierno crudo”; otros elucubraron que retornó “a su vida anterior”.
Yo sólo digo que ese hombre me dejó una enseñanza que en mi niñez no supe ver: “Serás lo que debas ser cuando más lo quieras o no serás nadie, si eso es lo que deseas”.
NdeR: Esta nota (autora Myriam Manzone) – que adaptamos para CysG – fue publicada en la revista “Raíces”, en 2002. La foto fue tomada por Pablo Candamil.