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Dante Moroni, el alma buena de la calle Lisandro Medina

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El 18 de junio de 2020 falleció, a sus 94 años, Dante Moroni, vecino entrañable de la calle Lisandro Medina, casi esquina Bonifacini. Conocido por su generosidad, su predisposición a ayudar a los demás y su incansable labor solidaria, fue reconocido con la distinción “Caserino de Alma”, otorgada por la Asociación Caseros Centenaria. Esta distinción celebraba su permanente disposición para acompañar a vecinos enfermos, realizar trámites hospitalarios y jubilatorios, y, sobre todo, brindar compañía y contención.

ALBACEA

Uno de los roles más nobles que supo asumir fue el de albacea de sus antiguos compañeros de la Brigada Aérea: él se encargaba de ayudar a las viudas con todos los trámites necesarios hasta que lograban cobrar la pensión. Así, en silencio y sin buscar reconocimiento, Dante sostenía con firmeza a quienes quedaban solos, mostrándose siempre con su voz clara, su físico saludable y una sonrisa que desmentía su edad.

La mujer más hermosa que vieron mis ojos

Entre sus recuerdos más queridos, destacaba a su esposa Haydeé De Vincenzi, a quien consideraba “la mujer más hermosa que vieron mis ojos”.

La conoció en 1948 en una milonga en Caseros y, tras bailar una sola pieza, no la volvió a ver hasta que coincidieron nuevamente por azar. A partir de ese reencuentro, nació un amor que duró más de cincuenta años. Tuvieron un hijo, David, y dos nietos: Máximo y Francisco.

Dante hablaba de su matrimonio como un vínculo de complicidad profunda, donde la comunicación pasaba por las miradas.

VINO CASERO

En su hogar, amplio y luminoso, guardaba con orgullo un tesoro familiar: una bodega personal con decenas de botellas de vino casero. Esta tradición familiar provenía de su padre, quien les enseñó a hacer vino. Cada nacimiento en la familia era motivo para embotellar nuevas reservas: 100 para su hijo, 120 para su primer nieto, 140 para el segundo. Su intención era compartirlas con ellos en cada cumpleaños.

Dante creció en una familia de inmigrantes italianos humildes. Su padre, Santos Moroni – o “Santén”, como le gustaba que lo llamaran- había vivido la guerra en Europa antes de emigrar. Fue un pocero muy solicitado en Caseros, capaz de cavar pozos de hasta 45 metros con pala y mecha. Pese a su rudeza y manos endurecidas por el trabajo, Santos era afectuoso con su familia y les inculcaba la importancia de cuidar el cuerpo y la dignidad del trabajo. Una frase suya quedó grabada en Dante: “Para que ande bien la cabeza, tienen que andar bien los pies”, lo que justificaba comprar siempre calzado en Grimoldi, aunque fuera más caro.

Además de Dante, la familia Moroni estaba compuesta por su hermano Ermete (fallecido) y su hermana Emilia, titular de la histórica Farmacia Moroni.

En lo laboral, Dante comenzó como cadete en la Farmacia Caseros tras terminar la primaria en la Escuela 33. Más adelante, estudió en la escuela industrial, donde se recibió como capataz metalúrgico. Su carrera profesional se dividió entre su puesto como mecánico en la Brigada Aérea, donde trabajó más de tres décadas, y su tarea como profesor durante veinte años.

LA QUINTA DE LA VIUDA DE ROMERO

Sus recuerdos del Caseros de antaño estaban llenos de vivencias entrañables. Rememoraba la quinta de la viuda de Romero, ubicada en San Martín y Bonifacini. Allí, los chicos del barrio eran invitados a jugar y ayudar con pequeñas tareas, mientras las propietarias se instalaban cada verano, con servidumbre. A los niños, les daban diez centavos para ir a misa en Lourdes, y en invierno seguían frecuentando la quinta gracias a la amistad con el cuidador, don Galli.

Dante contaba que la fortuna de la familia Romero tenía raíces históricas: la abuela de la viuda habría confeccionado las chaquetillas del ejército de Rosas, lo que le valió tierras como recompensa.

Antonio Carrizo

Otro vínculo destacable fue su amistad con Antonio Carrizo, el renombrado locutor de Radio El Mundo. Su cercanía se dio a través de la familia Pando, vecinos y amigos. La hija, Alicia, se casó con Carrizo en una fiesta memorable. Durante años, Dante mantuvo contacto con él, y tanto Moroni como el barrio de Caseros fueron mencionados en más de una oportunidad en los programas del locutor, quien llegó a vivir un tiempo en la zona.

Una imagen muy frecuente en las calles de Caseros era la de Dante caminando con su caña. No era un apoyo por debilidad, sino una herramienta disuasiva: luego de haber sido víctima de un intento de robo, comenzó a llevarla consigo para sentirse protegido. Con ella viajaba en tren, colectivo y subte, y se convirtió en parte de su andar cotidiano.

Dante tenía un ritual firme: se levantaba a las cinco de la mañana, hacía ejercicios y se preparaba para ayudar a otros. Ese servicio a los demás era su motor vital. Decía que necesitaba mantenerse ocupado para no pensar tanto en su esposa, a quien seguía amando profundamente. Aunque había partido en 2007, Haydeé seguía presente en cada gesto, en cada palabra, en cada recuerdo.

Con la muerte de Dante Moroni se fue mucho más que un vecino querido: se fue un eslabón vivo de la historia de Caseros, un testimonio de los valores del esfuerzo, la humildad, el amor y la solidaridad. Su vida fue un homenaje permanente a sus raíces, a su familia y a su barrio. Y, como él mismo dijo una vez, mientras sostenía una botella de vino: “Esto lo hice para compartirlo con los que más quiero… porque lo importante es brindar juntos”.

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