Hubo un tiempo – no tan lejano – en que la salud escolar de Caseros pasaba indefectiblemente por las rejas negras de un gran chalet sobre Nuestra Señora de La Merced (ex Uruguay), casi esquina Frugone (hoy Alicia M. de Justo).
El 16 de junio pasado publicamos en facebook Caseros y su Gente unas simples preguntas para sacudir la memoria: ¿Conociste aquel vacunatorio? ¿Cómo era? ¿Quiénes aplicaban las vacunas?
Bastaron unas horas para que el muro se llenara de voces. De ese coro, nace esta nota.
Un caserón que imponía respeto
“Era como ir al patíbulo”, sintetizó Claudia Acosta Yebara entre risas.
La mayoría coincide: la fachada, con rejas a todo lo largo, ya hacía temblar las rodillas infantiles. Dentro, un espacioso jardín verdísimo rodeaba la casa de techos altos y galería corrida.
Daniel Fernández recuerda “las cacerolas hirviendo las agujas y el olor a alcohol”, mientras Jorge Mazzeo ubica el cierre del lugar “hacia mediados del 74, antes de que la comprara el tío de un amigo”.
Pinchazos, terrones y aptos físicos
Allí se recibían todas las vacunas del calendario: viruela, antitetánica y, cuando llegó la campaña antipolio, la famosa Sabín oral en un terroncito de azúcar que Marta Rivero evoca con gratitud. Junto con los pinchazos los chicos salían con el apto físico y el certificado bucodental: “paso previo al colegio”, anota María Luisa Steenbecker.
Para algunos, la marca quedó grabada en la piel. Mabel Beatriz Almada señala “la redonda en el brazo”, secuela de la antivariólica; Mercedes Alves Machado aún luce la cicatriz de la vacuna “con aguja quemada” aplicada en primero inferior.
Entre el susto y la recompensa
Quienes hoy peinan canas confiesan haber llegado “con el corazón fruncido”, tal como grafica Adrián Bertazzo.
Pero para algunos afortunados, la jornada no terminaba en la casona; Susana Del Casale cuenta el ritual de ir después a la pizzería Ottonelli y, de yapa, al cine Paramount, “para endulzar el pinchazo”. Otros, como Sergio Escudero, caminaban solos varias cuadras: “los 60 eran así”.
Enfermeros y familias ligadas al lugar
Varios nombran al enfermero Yaco, firme mano detrás de la jeringa de vidrio.
Sobre la propiedad pesan apellidos históricos: la familia Villa – Buby, Eduardo y compañía-, Domingo D’ Alessandro, incluso el médico Jorge Aguilar y Teresita Merello, señalados como dueños en otro momento. Frente al dispensario, recuerda Jorge Nakasone, ya abría sus puertas la bulonera Pessi y el Juzgado de Paz.
Fechas clave según los vecinos
Primeras vacunas: Años 40-50.
Auge del vacunatorio: Años 60 – Calendario escolar y campañas masivas
Últimos años: 1972-1974 – Varios sitúan allí el cierre definitivo
¿Patrimonio perdido o memoria viva?
Después de venderse, la impactante casona fue reformada y, finalmente, reemplazada por edificios y locales. Quedan – además de las cicatrices- fotos borrosas, un puñado de historias y la convicción de que aquel vacunatorio fue pieza clave de la salud pública barrial. Graciela Battaglia lo resume mejor que nadie: “Ahí nos vacunaron a todos los que hoy pintamos canas. Lindo recuerdo”.
Si guardás una imagen (la que ilustra esta nota es alegórica), un carnet o un dato que complete esta “historia para armar”, escribinos. Cada nuevo detalle vuelve a levantar, ladrillo sobre ladrillo, la memoria colectiva de Caseros. Porque las viejas rejas quizá ya no estén, pero el pinchazo compartido nos sigue hermanando.