No todas las esquinas cuentan historias. Algunas, apenas cruzan miradas. Pero la de Cervantes y De Tata, frente a lo que alguna vez fue la poderosa planta de Fiat, resguarda en sus baldosas y en su mostrador de madera una parte fundamental de la memoria barrial.
Aquí, en esta esquina, desde 1965, funciona Copetín Fiat. Y no se trata sólo de un bar con aroma a café y jamón crudo. Es mucho más: un refugio de obreros, un altar al Fitito, una posta de vecinos y, también, un punto de encuentro para curiosos foráneos.
La historia comenzó a mediados de los años 50, cuando Francisco Oliverio – un calabrés trabajador y perseverante – y su esposa María, decidieron abrir un almacén.
Enfrente levantaba las persianas IMEMA, metalúrgica que fabricó un pequeño auto nacional, el Mitzi B40. Pero lo que revolucionó la zona fue la llegada de la automotriz italiana Fiat, que comenzó a producir el icónico Fiat 600. En total, se fabricaron más de 290.000 unidades entre 1960 y 1982. Una leyenda pintada sobre un mural resume: “Todos los Fititos de la Argentina salieron de acá”.
En esa época, Caseros vivía un verdadero boom industrial. Corría 1960, y la Revolución de Mayo cumplía 150 años. El país, bajo la presidencia de Arturo Frondizi, apostaba a la industria nacional que impulsaba la fabricación local de automóviles. La instalación de Fiat fue parte de esa movida. Y con la fábrica, llegaron miles de trabajadores que necesitaban, además de empleo, un lugar donde parar un rato, tomar algo, y comentar las novedades del día.
Fue entonces que Francisco y María transformaron su almacén en algo más: abrieron un bar, que conservaría la esencia del antiguo despacho de bebidas de barrio. Así nació, oficialmente, el Copetín Fiat.
Los primeros en poblar la barra fueron, por supuesto, los obreros de la Fiat. A tal punto creció la demanda que el matrimonio buscó ayuda entre sus sobrinos. Carlos no duró mucho. Pero Antonio Papaianni sí: se hizo cargo del mostrador en 1968 y no lo soltó más. Tiempo después, conoció a Betty, una vecina del barrio, y juntos no solo formaron una familia con cuatro hijos, sino que convirtieron el copetín en una verdadera institución.
Hoy, Antonio y Betty siguen firmes. Gregorio – el mayor de sus hijos – y su esposa Daniela también están al pie del cañón. El local abre de lunes a viernes, de 8 a 15, y en ocasiones especiales, algún sábado.
Primero, vale la pena detenerse en la descripción del lugar. Porque aunque es pequeño – “tamaño Fitito”, bromean los habitués -, su encanto es grande. El piso de damero calcáreo, el largo espejo que duplica el espacio, la barra de madera con banquetas, el desfile de bocados caseros hacen del Copetín un sitio atractivo.
No hay mesas, salvo en primavera o verano, cuando algunas se le animan a la vereda. Pero eso nunca fue impedimento para que los clientes se acerquen. Mucho menos al mediodía, cuando comienzan a desfilar los platos calientes del día: guisos, buñuelos, fugazzetas, sopas, carnes…
Sin embargo, hay una especialidad que los define: el Comprimido. Un sánguche que mezcla jamón crudo, queso y dulce de batata, inventado -cuentan – por los obreros apurados que querían almuerzo y postre juntos. Así, todo “comprimido”.
A principios de los 70, Fiat proyectaba un centro logístico para exportar vehículos por tren hasta Chile. Pero el secuestro y asesinato de Oberdan Sallustro, director de Fiat en Argentina, truncó ese y otros sueños industriales. En 1982 se dejó de fabricar el Fitito, y en 1979 la dictadura permitió importar vehículos, lo cual afectó aún más a la industria nacional. El Copetín, como todos, sufrió esos cimbronazos.
Pero, resistió.
En los años 90, cuando Fiat se fusionó con Peugeot en la planta de Caseros y trasladó a sus empleados a un nuevo comedor interno, la clientela obrera comenzó a cambiar. Se sumaron administrativos, técnicos, y también vecinos que descubrieron que el Copetín no era solo para trabajadores de mameluco. Luego, la pandemia del COVID-19 generó otro vuelco: al estar obligados a movernos solo por cercanía, muchos residentes del barrio entraron por primera vez. A los vecinos, se suman empleados de firmas cercanas como Ginebra Llave, Peters, Sika o la Papelera del Sur.
En 2021, el Municipio declaró al espacio como Bar Notable, reconocimiento logrado tras décadas de historia, trabajo y calor humano. Entre sifones antiguos, pizarras, almanaques, fotografías sepia y un altarcito con un Fitito en miniatura, el bar respira memoria.
Este mes, el Copetín cumple 60 años. Y para celebrarlo, se cuenta, organizaron una fiesta que promete ser inolvidable. El sábado 9 de agosto, se cortará la calle Cervantes para montar una feria con puestos de comida típica, cerveza, vermú, ginebra y vino. Habrá música en vivo, escenario con bandas y el clásico desfile de autos históricos: dos Fititos y un 128 IAVA marcarán la entrada al festejo.
Quienes quieran participar deben contactarse a través de las redes sociales del Copetín Fiat. La entrada es limitada, pero el espíritu del festejo es amplio: recordar el pasado, valorar el presente y brindar por un futuro en el que las esquinas sigan siendo puntos de encuentro, y no simples puntos en el mapa.
Porque como bien lo sabemos en Caseros, los lugares se hacen grandes cuando la gente los convierte en parte de su vida.