Esta historia comenzó en la década de 1940. Caseros todavía conservaba un marcado espíritu de pueblo, donde los vecinos se conocían por el nombre y las causas comunes convocaban a todos sin distinción.
En ese contexto nació el anhelado Hospital Caseros, ubicado en la esquina de Belgrano y Caseros. El edificio – que ocupa cuatro lotes y se destaca aún hoy por la solidez de su construcción – fue levantado y equipado gracias al esfuerzo sostenido, silencioso y generoso de los vecinos.
Bajo el impulso del denominado proyecto Pro Hospital, coordinado por el Comité Caseros, la comunidad se organizó como pocas veces. No hubo grandes empresas ni aportes externos decisivos: hubo, sobre todo, vecinos. Vecinos que dieron dinero, tiempo, trabajo y hasta lo poco que tenían. Cada aporte, por pequeño que pareciera, fue registrado con transparencia en boletines rigurosos que son testimonio de una gesta colectiva. Se realizaron rifas, festivales, colectas y todo tipo de actividades destinadas a reunir los fondos necesarios para hacer realidad el centro de salud soñado.
Una vecina lo resumió años después con una frase tan simple como reveladora: “Todos colaboraron con algo… el que podía más, daba más; el que podía menos, daba aunque fuera un par de sábanas o un juego de toallas. Hasta en la entrada de los cines del barrio se pagaba un ‘plus’ que era destinado al Hospital Caseros”. No era una obligación: era un orgullo. El hospital no era de nadie en particular; era de todos.
El esfuerzo popular tuvo su recompensa el domingo 23 de diciembre de 1945, día en que el Hospital Caseros fue finalmente inaugurado. Aquella jornada fue una verdadera fiesta para el barrio. Banderas, discursos, emoción y una sensación compartida de misión cumplida marcaron un momento que muchos recordaron durante décadas. Durante más de treinta años, la institución brindó servicios sanitarios fundamentales para la comunidad y vio crecer rápidamente su nómina de socios.
Por sus salas pasaron profesionales de gran prestigio, médicos que aún hoy son recordados con afecto y respeto, como los doctores Zanguitu y Rebizzo, entre otros. El hospital funcionó como un verdadero orgullo local: un proyecto nacido del esfuerzo de Caseros y destinado exclusivamente al bienestar de Caseros.
Desde sus inicios, el accionar del nosocomio se desarrolló bajo el auspicio de la Cruz Roja Argentina, entidad que en aquellos años gozaba de enorme prestigio y cuya presencia aportaba seriedad, respaldo institucional y confianza a cada emprendimiento que llevaba su nombre.
Sin embargo, con el paso del tiempo, comenzaron las dificultades. Lentamente, casi sin que muchos lo advirtieran, el hospital ingresó en una etapa de decadencia. Problemas de gestión, cambios de contexto y decisiones ajenas al espíritu original fueron apagando aquella llama inicial. Finalmente, hacia fines de la década del ’70, el Hospital Caseros cesó su funcionamiento.
El edificio y su equipamiento pasaron a ser usufructuados por instituciones privadas, diluyendo definitivamente el sentido comunitario que le había dado origen. Así, lo que había sido un sueño levantado peso a peso por nuestros abuelos terminó convertido en una herida abierta en la memoria colectiva.
Ochenta años después, la historia del Hospital Caseros sigue interpelándonos: como ejemplo admirable de solidaridad vecinal, pero también como símbolo de una oportunidad perdida y de una frustración que el tiempo no logró borrar.
