Situemos esta historia en tiempos de calles adoquinadas, buzones colorados, baldosas con guardas y ventanas abiertas con celosías que dejaban escapar suaves melodías. Una de esas ventanas estaba en la calle Lisandro Medina, a metros de Alberdi.
Quienes caminaban por el lugar se detenían por un momento para solazarse ante una canción infantil o el atrevimiento de una milonga.
Sucedía que en la penumbra fresca de la sala que daba a la calle, Elbita Sacchi aporreaba un piano desmesurado para sus proporciones niñas.
“Mi papá pagó el piano como pudo, así se pagaban antes las cosas, a la familia Sanguintetti que vivía enfrente (donde actualmente está el Sanatorio Modelo); empecé a tocar desde chiquitita, tenía cuatro años… yo tocaba y mamá se quedaba a mi lado, tejiendo, bordando”, nos contó Elba, décadas después, cuando la entrevistamos para Caseros y su Gente.
También nos contó que había sido alumna de la Escuela Nº 33 y que jugó a las figuritas con “Camertoni, las Ribano, Moroni, Martínez, Rial…”. Ya en esos tiempos lucía su precocidad musical en festivales de nuestro barrio y los alrededores.
“Tenía doce años y tocaba en un cuarteto de chicos junto a los hermanos Gentilini y Héctor Pace; más adelante, integré la orquesta “Universal” que dirigía Chirigliano… íbamos a todos lados: Pehuajó, San Nicolás, al Delta… en una oportunidad nos faltó un bandoneonista y lo reemplazamos por un muchacho que se hacía el que tocaba, hacia los gestos, los movimientos … resulta que se avivaron y se vinieron al humo para tirarnos la bronca; Chirigliano les explicó que nos pareció mal presentarnos con un bandoneonista menos pero que de ninguna manera pensábamos cobrar el cachet del ausente… la verdad: si no se avivaban, no les íbamos a decir nada”.
CONSERVATORIO
Elba, ya moza, fue al Conservatorio Nacional donde se recibió de profesora de Piano, Teoría, Solfeo, Armonía y Composición.
“Viajaba al Conservatorio con comodidad; desde aquí salía un tren local y viajaba estudiando o tejiendo… donde está la plaza (Unidad Nacional), había una quinta de flores que era una belleza. Después, vinieron unos paperos, hicieron unos galpones y se arruinó. Yo cruzaba a la estación por Lisandro Medina y jamás me ensuciaba los zapatos porque los ingleses tenían impecables los caminitos”.
Elba, quien ya enseñaba música a sus doce años, apenas recibida instaló, en su propia casa, su Conservatorio propio que pronto se llenó de chicos y chicas ansiosos de tangos, valses y chacareras.
“Llegué a tener 25 alumnos de piano y otros tantos de guitarra; a la vez, mi hermana Edith enseñaba Danzas Españolas y también tenía muchísimos alumnos”. Entre castañuelas y milongas, seguramente no era fácil dormir la siesta en los alrededores.
TORTA CUPIDO
En un camión lleno de jóvenes, que se dirigía a uno de los legendarios picnics, Elba conoció a un muchacho que se hacia el gracioso y, paseándose con una torta, desafiaba canchero: “La que come la primera porción se casa conmigo”.
Elba lo miró sobradora. Tras año y medio de noviazgo, lleno de paseos en bici, fue el gracioso – Oscar Quaranta -quien cortó la torta; de casamiento, claro.
“Luego de que me casé, dejé la orquesta y me dediqué de lleno al Conservatorio; al tiempo, nació mi hijo Enrique y sólo me quedaba tiempo para las cosas de la casa y para atender a mis alumnos. Incluso, enseñé en varias escuelas; entre ellas, la del Barrio Derqui”.
La vecina de la calle Lisandro Medina recordó infinitas anécdotas relacionadas con sus tantos años de ejercicio docente. Fueron varias las profesoras de música que se iniciaron con Elba.
Era canceriana, se reconocía socialista y de carácter “algo fuerte… eso sí, para enseñar siempre tuve muchísima paciencia. Aunque no lo parezca porque soy charleta, también soy tímida… recuerdo que cuando tocaba en la orquesta, la primera media hora me temblaban las manos y me agarraba un hipo bárbaro”.
Como cuando era pequeña, sentía devoción por el teclado. En cierta oportunidad, la operaron y cuando regresó a su casa, comprobó que los dedos no le respondían. “Me angustié tanto… en ese momento no dije nada, disimulé las lágrimas y cerré el piano: al día siguiente, apenas me levanté, agarre el Hannón y empecé a ejercitar los dedos; por suerte, recuperé los movimientos”.
Una de sus aficiones era, también, pasar largos meses junto a su esposo, en “una casita que tenemos en San Clemente”. Pero como no podía transcurrir mucho tiempo lejos del piano, se compró un órgano portátil “que mucho no me gusta pero me permite practicar técnica”.
CHARLY – FITO
Admiraba a Astor, Atahualpa, Mercedes Sosa, Troilo, Salgán y, aunque no le gustaba el rock, reconocía el talento de Charly, Fito, Spinetta y Lerner… “son músicos preparados; las letras de sus canciones son profundas y fueron, en su momento, un camino contra el militarismo. Yo siempre le digo a los chicos que Fito o Charly, por ejemplo, son músicos que tenían mucha técnica”, destacó.
Elba Sacchi – quien cuando la entrevistamos tenía 68 años – era ciertamente conocida en Caseros.
“Hola, profe”, “Chau, profe”, “Cómo le va, profe”… eran las exclamaciones habituales que encontraba a su paso. Recordaba a “tantos alumnos” y a vecinos queridos como el fallecido “Armando Venanzi, que era no vidente… me traía sus composiciones para ayudarlo en los arreglos”.
La ventana de la calle Lisandro Medina ya fue demolida y la casa reemplazada por un local.
Pero el caserino sensible que por allí camine, si agudiza su alma podrá escuchar quizá un silencio, quizá una antigua melodía. Seguramente, por un momento, se sentirá melancólicamente feliz.