Sucedió el jueves 27 de abril de 1956 que los diarios vespertinos publicaron una crónica colorida: durante esa mañana otoñal había desembarcado la familia de inmigrantes italianos más numerosa de las que se tenía recuerdo. Se trataba de los Iuzzolino, que entre padres, hijos, yernos y nueras integraban un grupo de dieciséis personas.
Llegaban desde Génova, tras cruzar el Atlántico. Muy lejos, había quedado su querido San Gregorio Magno natal. Dos años antes, en 1954, y con la idea de «probar suerte», los había antecedido Francisco, el hijo mayor de esa familia encabezada por don Gregorio y doña Ángela.
A fuerza de trabajo y más trabajo, Francisco juntó los recursos para “mandar llamar” a todos sus parientes que habían quedado en aquella Italia casi devastada.
Los Iuzzolino se radicaron en Caseros, en la calle Angel Pini, entre Pringles y Olavarría (Villa Pineral).
Santiago – uno de aquellos desembarcados que en esa mañana de abril tenía apenas siete años – en cierta oportunidad nos confió: «El comienzo fue bastante duro. Vivimos meses, los dieciséis, en una sola pieza. Pero, poco a poco, las cosas fueron mejorando. Por suerte, pronto conseguimos trabajo. Todos, hasta las mujeres. Así pudimos alquilar una casita. Con el tiempo – y con mucho esfuerzo y sacrificio – pudimos comprarla. Nos costó 60.000 pesos».
Desconocemos cuántos son los Iuzzolino en la actualidad, casi siete décadas más tarde. Sí sabemos que entre aquellos primeros 16 italianos y el que ya imaginamos superado centenar de familiares, también se escribe la historia de nuestro barrio.
LA REVISTA ASI Y LOS IUZZOLINO
En 1975, la por entonces muy popular revista ASÍ, le dedicó dos páginas a la familia de Caseros, en una extensa nota de la que rescatamos lo siguiente:
“Actualmente, aquel núcleo de 16 inmigrantes, que fueron noticia al llegar al país, ha aumentado su número a 39. Pero, a pesar de la cantidad y de ese trasvasamiento generacional, la familia sigue tan unida como siempre. Por eso, en Caseros nadie se asombra cuando en casa de don Gregorio se reúne toda la familia, cada 1 de septiembre, para festejar el día de San Gregorio. Reminiscencias del terruño que los Iuzzolino no pueden (ni quieren) desterrar. “Es cierto – confirma Santiago, uno de los hijos -, nosotros en realidad ya nos sentimos argentinos, pero nunca podremos olvidarnos de Italia”.
“Por eso, en la larga mesa familiar que se tiende los domingos, no pueden faltar los sabores tradicionales de la madre tierra: longaniza, vino casero y para rematar, los tallarines que aún amasa doña Ángela. Pero no solamente comiendo los inmigrantes rememoran la Italia natal; la música también es un elemento de recuerdo. Por eso todos tocan el acordeón a piano, un tradicional instrumento italiano que disfrutan ejecutando espectaculares, rítmicas tarantelas.
“Tal vez a la noche, una vez disipados los vahos del multitudinario encuentro familiar, Gregorio y Ángela Iuzzolino no podrán detener una lágrima nostálgica que borrosamente se empeña en resurgir recuerdos lejanos. Seguramente, aparecerá la imagen de Josecito, cuando a los 13 años ya tocaba el saxofón en la Banda Sinfónica de San Gregorio, encaramado a un banquito para equiparar su altura a la de los demás músicos. O de cuando corría detrás de las ovejas solfeando las partituras. 0 saltarán los recuerdos del viaje a la Argentina, cuando los más chicos, traviesos, se perdían entre los recovecos del barco y había que recurrir al resto del pasaje pare encontrarlos. O la ira del capitán del “Salta” cuando en el puerto de Buenos Aires debió retrasar dos horas el desembarco porque uno de los chicos, atrincherado en la proa, se negaba a abandonar el buque.
“Claro que no sólo de los recuerdos viven doña Ángela y don Gregorio. En 1869, cuando el hombre se jubiló, el matrimonio decidió que era ya tiempo de volver a sus pagos. Estuvieron siete mesas en el querido San Gregorio Magno y cuando pegaron la vuelta, en el puerto de Buenos Aires los aguardaba una agradable sorpresa: los 37 parientes que se habían quedado aquí, en un ómnibus especial, habían invadido la dársena Norte, con acordeones y todo, para darles las bienvenida”.
Al fallecer, en 1994, don Gregorio Iuzzolino, el patriarca, tenía 9 hijos, todos afincados en Caseros; 9 nueras y yernos ; 36 nietos y 13 bisnietos.