Le decían (o él se autollamaba) “El Príncipe”. Algunos lo conocían como “El Emperador” o “El Pájaro” o “Rey Corazón”.
Durante años lo vimos en los alrededores de la plaza Unidad Nacional; a veces, ataviado con una capa roja, corona y un cetro.
Cada tanto, se lo descubría concentrado en su walkman, supuestamente escuchando alguna música que lo hacía contonearse sonriente.
A veces, atendía un triciclo donde vendía copos azucarados y manzanas con pochoclos.
Se rumoreaba que en cierta oportunidad, mientras trabajaba, tuvo un fuerte accidente del que jamás se pudo reponer. A partir de entonces, empezó su deambular por las cercanías de nuestra plaza principal.
En realidad, nunca conocimos algo suyo, ni siquiera su nombre y hace años que dejamos de verlo. Ojalá se encuentre bien, contenido. Era grato toparse con él.