Aquel sábado de 1982, la cancha de Urquiza y Lisandro de la Torre, los hinchas blanquinegros y hasta el protagonista de esta nota ignoraban que esa tarde se concluiría una leyenda
Alguna vez, su hijo Osvaldo contó: “Trabajó hasta dos años antes de morirse. A la última cancha que lo llevé fue la de Estudiantes de Caseros. Ya el cuerpo no le respondía, tenía el problema de las piernas. Diabetes, circulación… Ya casi no tenía musculatura, tanto se gastó caminando, subiendo las tribunas. (…) tenía una estabilidad increíble. Parecía un acróbata, un bailarín. Cuando llovía saltaba de un lado a otro”.
Jorge Eduardo Pastor supo hacerse nombre entre multitudes sin necesidad de camiseta ni botines. En las canchas de fútbol, en los hipódromos, en el rugby, en el tenis… donde hubiera gente, aunque fuera una procesión, una manifestación, ahí aparecía él, gritando su sello inconfundible: “¡Chuengaaaááá!”.
Era un personaje entrañable, ágil como pocos. Trepaba tribunas, repartía sonrisas y vendía caramelos como si fueran entradas a la felicidad. Siempre con su bolsa cargada, como un Papá Noel criollo que, en lugar de juguetes, traía caramelos masticables envueltos en papel brillante.
Dicen que empezó allá por 1932, en la vieja cancha de River de Alvear y Tagle, cuando debutaba Bernabé Ferreyra. Y siguió durante 50 años.
Se fue haciendo tan popular que no había tribuna que no lo aplaudiera, ni público que no le comprara. En cualquier cancha; los sábados en los partidos de primera B; los domingos en los de primera A.
En el cine Pueyrredón cuando cantó Gardel, y años después en su entierro… ahí estuvo Chuenga. Vendía en el rugby, en el Lawn Tenis, en las domas criollas, en donde sea. Hasta los gauchos, que no eran de caramelos, se le rendían.
Julio Lagos lo describió así “Chuenga llegaba rápido y parecía tener resortes en sus zapatillas. Llevaba una bolsa de la que sacaba un puñado de caramelos masticables envueltos en papel. A decir verdad, era mucho más papel que caramelo. Eran pedacitos de un caramelo duro, blanco, con vetas de color y cortado irregularmente. El envoltorio dejaba ver la golosina en el medio, entre dos grandes orejas amariposadas de papel. Y su unidad de medida, al mismo tiempo confiable y arbitraria, era el puñado. Eso tenía un valor ignoto. Era lo mismo un puñado de diez o doce caramelos. Chuenga metía la mano en la bolsa y entregaba lo que salía, en un gesto azaroso perfectamente estudiado“.
Todo el mundo fingía una protesta, reclamando un par de caramelos más y entonces el gesto se repetía, como la oferta final de la sortija del calesitero, y te daba dos o tres más. Era un juego, un rito, que ambas partes cumplían invariablemente.
“Flaco, sonriente, algo desgarbado, hiperactivo, medio pelado, rulos sobre las orejas, Chuenga usaba unas poleras o tricotas con rayas horizontales multicolores, en las que aparecía la publicidad de algún producto comercial”, cerró Lagos.
MICROEMPRENDEDOR
Chuenga “inventó lo de la publicidad en las remeras. Fue en los 40 y pico. Y era negocio, porque aparte de la venta de los caramelos, él cobraba la publicidad. Tenía varios clientes y cada uno era exclusivo de un sweater, no ponía dos marcas en una misma prenda. Por eso salíamos de casa con seis o siete pullovers, de esos coloridos y con franjas que él usaba. Una vez pasó algo gracioso, con el contador de las Academias Oscar. Le dijo “Chuenga, te cambiaste la camiseta, te vi en la cancha…”. Pero nadie se enojaba con él, todo el mundo lo quería…Hoy diríamos que Chuenga fue un microemprendedor”, reveló su hijo Osvaldo.
RECETA PARA HACER CHUENGA
“Los ingredientes son glucosa, azúcar y para variar los gustos se le puede agregar cacao o esencia de naranja ¿Sabés cómo tenés que hacer? Hacés hervir la glucosa con el azúcar hasta que espese. Después ponés la masa sobre un mármol hasta que endurezca. Entonces la estirás con los dedos y con un cuchillo vas cortando los pedacitos…” (confesión del creador de la golosina).
Fue en Caseros, en la cancha de Estudiantes, donde concluyó su legendario recorrido, en 1982, un par de años antes de su partida.
Una vez le ofrecieron un contrato millonario con Café Richmond. Lo pusieron en afiches, le llenaron las tribunas de vendedores. Pero fracasó. Tal vez fue porque al público no se lo compra: al público se lo conquista… como lo hacía Chuenga.
Y aunque ya no esté, cada vez que el viento sopla en una cancha vacía, hay quien jura que escucha un grito lejano: “¡Chuengaaaaá!”.
NdeR: Jorge Eduardo “CHUENGA” Pastor falleció el 3 de diciembre de 1984, a sus 69 años. Casado con Victoria Strozzo, el matrimonio tuvo un hijo: Osvaldo.