Caseros está cambiando. Basta con recorrer algo nuestras calles para notar que el paisaje urbano ya no es e tradicional. Donde antes había casas bajas con rejas florecidas, zaguanes pintados de verde inglés y patios con parra, ahora asoman modernos edificios que las reemplazan. No es raro ver cómo, en una misma cuadra, conviven la casa con techo a dos aguas y, pegado, un bloque de departamentos que concentra a veinte o treinta familias.
Esa transformación, natural en un partido que crece y se multiplica, genera un desafío: cómo mantener el espíritu de barrio en medio de esta nueva vida en altura. Porque los vecinos ya no se cruzan en la vereda para charlar sobre cualquier motivo; ahora se saludan (cuando lo hacen) en un pasillo compartido, en el ascensor o en la puerta del hall.
Y, desde luego, aparecen las fricciones: un televisor que suena más fuerte de lo debido, una mascota que ladra en horas inoportunas, una bolsa de basura que gotea en el palier. Son pequeñas cosas que, mal manejadas, hacen que la vida se vuelva incómoda. Pero bien atendidas, transforman el edificio en una prolongación del viejo barrio de casas bajas que tanto nos gusta recordar.
Compartimos diez reglas sencillas para una mejor convivencia en los edificios:
1. Respetar los horarios de descanso
Nada impacienta más que los ruidos inoportunos. Antes, en las casas con fondo, se podía martillar hasta la medianoche sin molestar demasiado al vecino. En un edificio, la historia es otra: un taladro o una silla arrastrada pueden despertar a medio consorcio. Por eso, respetar los horarios de descanso es la primera norma de oro. Evitar usar electrodomésticos ruidosos, correr muebles o poner música fuerte después de las 22. Y si se organiza una reunión, bajar un poco el volumen: los vecinos lo agradecerán.
2. Cumplir con las normas del consorcio
En todo edificio existen reglas, desde el uso de ascensores hasta el horario del quincho. Puede que algunas resulten engorrosas, pero todas tienen su porqué. Cumplirlas no solo evita multas o llamados de atención: también muestra respeto por los demás.
3. Ponerse en el lugar del otro
Una costumbre que nunca falla: antes de hacer algo, pensemos cómo lo viviría el vecino de al lado. Si decidimos entrenar en casa, busquemos horarios prudentes y evitemos ejercicios que hagan vibrar el techo de abajo. Una alfombra puede reducir ruidos y molestias. Se trata de empatía: ponernos en los zapatos del otro para que la convivencia sea más llevadera.
4. Contribuir con la limpieza
Los pasillos, ascensores y halls son la carta de presentación de un edificio. Una bolsa de basura rota o un papel tirado en el piso dañan esa imagen compartida. Usar bolsas dobles, no arrojar agua por las ventanas ni ensuciar los espacios comunes es un gesto sencillo que eleva la calidad de vida de todos. Antes, cada vecino barría su vereda. Hoy, el equivalente es cuidar esos espacios compartidos.
5. Participar en las reuniones de consorcio
Muchos esquivan las asambleas. Sin embargo, allí se deciden cosas que afectan directamente la vida diaria: desde la reparación del ascensor hasta la elección del portero. Participar es, en definitiva, interesarse por el lugar en el que uno vive.
6. Plantear soluciones, no solo quejas
No alcanza con señalar problemas. Lo constructivo es acercar propuestas. Si hay un tema que molesta – un horario mal pensado, una puerta que no cierra bien – lo ideal es llevarlo a la reunión con una solución posible. De las buenas ideas de vecinos comprometidos suelen nacer las mejores mejoras para el edificio.
7. Cuidar los espacios comunes
El ascensor, el quincho, la terraza o el pasillo no son “de nadie”: son de todos. Y cuidarlos significa respetar el patrimonio común. No ensuciar, no romper, no usar en exceso o de mala manera son gestos que aseguran que esos espacios sigan disponibles para todos.
8. Cumplir con los gastos comunes
Uno de los puntos más delicados. Sin el aporte de cada vecino, el edificio no funciona: no se mantiene el ascensor, no se paga al personal de limpieza ni se cubren reparaciones básicas.
Más allá de las sanciones legales por no pagar, lo importante es comprender que los gastos comunes son la forma en que todos colaboran para que la casa grande – ese edificio donde vivimos – siga en pie.
9. Aportar un extra
A veces, un pequeño gesto hace la diferencia. Usar las escaleras cuando vivimos en los primeros pisos no solo es bueno para la salud: también alivia al ascensor y ahorra energía. Lo mismo ocurre con apagar las luces cuando no se usan o regar una planta comunitaria.
Son detalles mínimos que mejoran el bienestar general.
10. Trabajar en equipo
Finalmente, lo más importante: crear comunidad. Un edificio no es solo un conjunto de departamentos aislados; es un lugar donde viven personas con historias y rutinas. Si se logra trabajar juntos, motivar al vecino a sumarse y sostener una actitud colaborativa, la buena convivencia se resuelve mucho mejor.
Conclusión
Caseros cambió, es cierto. Pero su esencia barrial puede mantenerse incluso en un décimo piso. Un saludo en el palier, una bolsa bien cerrada, un volumen moderado: son gestos simples que sostienen la armonía y refuerzan la idea de que, aunque vivamos en departamentos, seguimos siendo vecinos de barrio.