Maestra de alma, Magdalena está unida desde siempre a pizarrones y guardapolvos. Apenas recibida, en el año ’54, daba clases particulares en su casa de la calle Andrés Ferreyra, entre La Merced y Moreno. Allí, en la mesa del comedor, muchos pibes lerdos en diptongos encontraron la ayuda para desagraviar sus boletines escolares. En ese comedor, reinaba una “araña” luminosa, en forma de campana invertida, donde los chicos, cuando Magdalena miraba para otro lado, jugaban a embocar gomas y bollos de papel.
A los pocos años de creado el instituto Nuestra Señora de La Merced, ingresó como maestra y, paralelamente, también ejerció en la Escuela N° 11 (Angel Pini, entre Pringles y Olavarría). Así inició su perdurable trayectoria docente.
De afianzada relación con la vida social de la parroquia La Merced, fue integrante de la “Acción Católica” y de “Los Hijos de María”; también, fue catequista y estaba autorizada para administrar el sacramento de la comunión.
Su eficiente tarea en el instituto le permitió acceder a distintas responsabilidades hasta asumir como directora. Claro que sus múltiples ocupaciones no le impidieron que en un verano en San Luis conociera a un integrante de la Policía Federal – Carlos Arce – quien quedó prendado de la maestra caserina.
Tres años de novio; ¡sí, quiero!, chin chín y, al tiempo, nacieron dos arcesitos: Ana Elisa y Sergio Leonardo.
Su pasión por la enseñanza, la llevó a interesarse permanentemente por los adelantos pedagógicos, dedicación a la que sumó la ternura con que se la recuerda en Caseros. Quienes fueron sus alumnos sólo hablan de su amable predisposición y de su inalterable buen humor. Además, destacan su paciencia y constante comunicación con los padres de los alumnos, quienes asiduamente buscaban sus consejos. Bajita, movediza, de apariencia frágil, su autoridad -recuerdan- se originaba en su conducta transparente y en su natural bondad. Todas estas virtudes la llevaron, pronto, a convertirse en una de las docentes más queridas del barrio.
En 1979, junto a su familia se afincó en Rincón del Este, un pueblito cercano a Merlo (San Luis). Allí ejerció como directora de escuela y como catequista. Ana Elisa -su hija- se convirtió en maestra rural.
Se llama María Magdalena Broggi (83) y es una de las inolvidables maestras caserinas; las queridas “seño” que escriben nuevos mundos en el alma de tantos chicos. Para ellas será siempre el “¡Presente, señorita!” que tenemos guardado en el corazón.