En la primavera de 1967 fue nombrado párroco de la Medalla Milagrosa, ubicada frente a la plaza Hipólito Yrigoyen (Villa Pineral). Dos años después, comenzó a entregar medicamentos gratuitamente a las personas pobres.
“Un día vino a la parroquia una señora que tenía una insuficiencia cardíaca y necesitaba un remedio que no podía comprar. Bueno, acá se lo conseguimos. Creo que si cada uno se preocupa, se irían descubriendo las necesidades de la gente. Entonces, con la señora María Luisa de Pugliese, que me ayudó mucho, comenzamos a conectarnos con médicos a quienes les pedíamos muestras gratis y con religiosas que trabajaban en los hospitales; la misma gente, al enterarse de lo que hacíamos, se acercaba espontáneamente a traernos los medicamentos que no utilizaba”, nos dijo el sacerdote cuando lo entrevistamos por primera vez, en agosto de 1988).
La solidaria iniciativa del padre Osvaldo se fue haciendo muy conocida. “Yo salía con la camioneta por distintos lugares y la traía llena de remedios”, señaló el religioso quien además puso su mayor empeño en agrandar y reformar la sede parroquial. Para esto, contó con la importante “ayuda de la organización católica Misereor, que está en Alemania Federal”. Así se construyó el edificio situado detrás del templo, “todo lo que es la farmacia y el subsuelo que utilizamos como depósito”. La obra del sacerdote afectó distintos intereses, que él prefirió no nombrar. “Pero eran intereses que se sintieron tocados”, recordó.
“Ya en el 71, cuando esto se había empezado a agrandar, vinieron a ‘visitarme’ para que lo cerrara…”, subrayó y, además, agregó con amargura: “Después, sí, en el ’79, se mandaron un desastre y clausuraron durante siete meses, todo lo que es farmacia, incluso clausuraron la sala donde tenía los ornamentos de la iglesia. Tenía a la policía permanentemente en la parroquia; amenazaron a la farmacéutica… fui calumniado. En el abuso, se permitían cualquier cosa. Cuando levantaron la clausura, tuve que tirar cajones enteros de medicamentos que se podían haber utilizado y se habían vencido”.
El padre Osvaldo, en ese lapso, permaneció prófugo hasta “que me enteré que la orden del juez no contenía mi detención. Pero detuvieron a gente que trabajaba conmigo”. Si bien el “golpe fue duro, artero”, el párroco reconoció que, a la vez, se sintió muy apoyado por los vecinos y, también, por la gente de la Fundación del Banco Cooperativo de Caseros, del Rotary Club Caseros y del Club de Leones.
“Conté además con el apoyo incondicional de mi obispo – monseñor Menéndez – quien me dijo: ‘Cuando usted no pueda más, déjeme que sigo yo”‘, reconoció Tonetto.
“Hasta que todo empezó a cambiar; el juez que tenía la causa se volcó a nuestro favor; algunos medios empezaron a apoyarme; en especial, Enrique Alejandro Mancini, de quien recuerdo que se jugó por mí”.
El padre Osvaldo y su obra surgieron fortalecidos del atropello: “Creo que Dios permitió este golpe para asentar definitivamente esta obra en forma organizada y legal. A raíz de ese problema y por todo lo que se pasó, se innovó la Ley de Farmacia y se impuso una nueva figura jurídica que le permite a esta parroquia ‘la instalación de un depósito para la tenencia y entrega de medicamentos recibidos en donación y bajo forma de muestras gratis'”.
La farmacia de la Medalla Milagrosa fue ganando notoriedad y su obra se extendió a lo largo de todo el país. “Nos llegaban pedidos desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego. Los mandábamos por una empresa de transportes de la calle Maestra Baldini, que los llevaba gratis. Esto es una pauta de lo que puede hacer la solidaridad cuando se trabaja en forma colectiva“, apuntó el padre Osvaldo, quien además preparó a un grupo de vecinos – integrantes del denominado Ministerio del Alivio – para que atiendan las necesidades materiales y espirituales de personas enfermas tanto en hospitales, geriátricos, como en sus casas.
A fines de 1990, tras 23 años de labor sacerdotal en la Medalla Milagrosa, el padre Osvaldo Tonetto, por directiva del Obispado de San Martín, fue trasladado a la parroquia Nuestra Señora de La Merced, de Villa Ballester, a pesar de que los vecinos de Villa Pineral formaron una comisión con el objetivo de que se anule el traslado. Monseñor Menéndez les respondió: “Sé del dolor que les causo pero en esa parroquia necesito al mejor sacerdote de la diócesis”.
En Villa Ballester, continuó, a lo largo de 21 años, con la farmacia solidaria y coordinando el Ministerio del Alivio que se extendió a 40 parroquias, con más de 400 integrantes. En 2001, lo entrevistamos nuevamente y nos dijo: “Este servicio (el Ministerio del Alivio) me brinda mucha alegría porque conforta a ancianos y enfermos, a gente que está sola… se los visita una vez por semana para aliviarlos material y espiritualmente… este servicio le llena la vida a quien lo realiza y beneficia a quien lo recibe… ¡El servicio cambia la vida!… porque se alivia el dolor, se da serenidad… se ve la mano de Dios… lástima que esto no aparece en las noticias”.
El sacerdote había nacido en General Arenales. Su padre fue albañil y su madre, ama de casa. La familia se radicó en Ciudadela donde Osvaldo estudió catecismo en Santa Juana de Arco, parroquia donde quedó enganchado tras tomar la comunión. “Allí, digamos que me ‘descubrió’ el padre Elizalde… él fue quien me dijo si quería ingresar al seminario porque me veía condiciones”, recordó el párroco.
Al padre Osvaldo le gustaban los deportes: “Cuando era seminarista, integraba un equipo que un día se enfrente con una división inferior de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Yo era el centrojás y, ese día, me salieron todas. El entrenador de ellos me invitó a probarme en Gimnasia pero le dije que ya había hecho otra elección de vida. Cuando estaba en la Medalla Milagrosa, también iba a jugar a la pelota hasta que tuve un desgarro y colgué los botines. Además, jugué a la paleta en el club República de Caseros“.
El padre Osvaldo Tonetto falleció el lunes 1 de febrero de 2016, a sus 80 años. Cuando concluyó su labor pastoral en la Medalla Milagrosa, en el boletín editado por la Junta Parroquial, se leyó: “… todas encontramos en el Padre Osvaldo a un amigo, un hermano al que se podía recurrir en cualquier momento sabiendo que estaba dispuesto a escucharnos y ayudarnos”. Y finaliza: “Padre Osvaldo: siempre estará junto a nuestro corazón”.