EN 1941, EL CLUB SE TRASLADÓ A MORENO Y GRAL.LOPEZ (ACTUAL SAN JORGE), DONDE PERMANECERÍA POR MÁS DE TRES DÉCADAS Y DONDE VIVIÓ SU TIEMPO DE GLORIA.

La decisión no fue fácil. La mayoría de los socios prefería quedarse en la casona de la calle Caseros, entre Belgrano y Urquiza, donde podían enfrentar sin apuros el precio del alquiler. El arrendamiento de la nueva propiedad costaba 300 pesos mensuales y a muchos de los unionenses les parecía una temeridad.

Sólo la insistencia de Galdín Gándola, dueño de una fábrica de muebles, Guarino Donadío, Luis Zaffaroni y algunos más, pudo vencer la cerrada negativa del resto. En verdad, las comodidades de la calle Caseros apenas si contenían el crecimiento del club y, para la organización de las concurridas veladas danzantes, era necesario apelar a otros espacios.

La propiedad de la calle Moreno pertenecía a Aquilino Goso. Más adelante, don Ansaldo adquirió la mitad de la misma.
‘Se extendía, por Moreno, hasta la carnicería de Sturiale y, por General López, hasta la casa de la familia Varela’, recordó Agustín Pichón Pradelli, quien, durante muchos años, fue directivo del club. El predio comprendía varios lotes; en algunos de ellos, estuvo el legendario cine Caseros, que tenía palcos y escenario con cuatro camarines subterráneos.

En los terrenos linderos, se construyó la cancha de básquet que, en ocasiones, también fue utilizada como pista de baile. Sobre la calle San Jorge, se edificaron dos importantes canchas de bochas, techadas, gracias al esforzado trabajo de Pepín Cerioli, Mutri y Pascaretta, tres vecinos que, por su denodada tarea, fueron declarados socios honorarios.

NOCHES DE BAILE, BAILE Y BAILE

Las milongas, las espléndidas milongas del CASUC, se realizaban en lo que fue la sala de cine sobre el piso de machimbre, con largos listones de madera.
‘Era bárbaro bailar sobre el piso de madera, se producía un ruido especial’, evocó Herminio Verna, quien fue un aguerrido defensor de los colores del Unión de Caseros, en los tradicionales nocturnos futbolísticos del Jota Jota.

En la nueva sede, el buffet lo manejaban Pilar y Cristóbal Zaffaroni, matrimonio que residía en el club. En sus primeros tiempos, los directivos contrataban orquestas como las de Olindo y Salvarezza u otras de alcance local para la animación de las veladas danzantes. Estos cachets eran accesibles para la tesorería del club que cada sábado incrementaba sus arcas, dadas las concurridas milongas. De a poco, y tal vez estimulados por la solicitud de los caserinos, los directivos se animaron a subir la apuesta y las primeras orquestas del país comenzaron a arrimarse a la esquina de Moreno y San Jorge.

En este punto, es preciso hacer una aclaración. No se sabe si los unionenses cuentan la verdad o exageran a lo andaluz. De acuerdo a sus versiones, salvo Frank Sinatra todos actuaron en el Unión: Tanturi, D’ Arienzo, Brunetti, Di Sarli, Sasone, D’Agostino, Fresedo, Varela y otras primeras figuras conocieron el aplauso y afecto caserino.

Canaro no actuaba en ningún club que estuviera ubicado en la provincia… al único club que aceptó venir fue al Unión con la condición de que organizáramos una matineé: entonces, lo contratamos para un domingo a la tarde, a partir de las seis‘, nos contó Pradelli.

En cada velada, con tales orquestas, el Unión explotaba. En ocasiones, los bailarines desbordaban el salón y la pista de la cancha de básquet: entonces, ocupaban hasta el hall de entrada al cine.
Bailar en el Unión era palabra mayor y no cualquiera estaba calificado para ser el centro de la milonga. Se recuerdan a milongueros estupendos como el Negro Ciqui, El Chofo o Cinkancenko… Al respecto, algunos socios juran (a lo andaluz, claro) que, en cierta oportunidad, el mismísimo Copes arrugó para no competir ante tanto virtuosismo. 

Doris Briglia, vecina de Caseros, recordó que en sus años de mocita se escondía,

 

junto a un grupo de amigas, en una casa aledaña, para espiar a las orquestas a través de las medianeras. Cada tanto, escuchaba que el animador del show decía: ‘A ver si los garroneros que están espiando, entran y pagan la entrada’.
Doris conoció a su esposo Héctor Alonso, en la sede del club. ‘Fue un primero de mayo, durante un festival de patín’, recordó Héctor, con minuciosidad, alegrando a su mujer. El hombre fue, durante décadas, habitué de la institución. Tras la jornada de trabajo, Alonso se iba ‘para la esquina del club a pasar el rato’.

El CASUC era una entidad con carisma y nucleaba tanto a los jóvenes como a las familias. ‘Muchas veces iba con otras señoras amigas a pasar la tarde en el club… tomábamos mate mientras los chicos patinaban o jugaban al básquet’, contó Doris.

Fueron, además, numerosísimos los asados organizados en la entidad. Toneladas de carne cayeron en aquellas parrillas. A eso de las ocho de la noche, el humo del carbón se elevaba hacia el cielo y anticipaba el olor a achuras.
‘Era una buena época – evocó ‘Pichón’ Pradelli – el obrero tenía trabajo y no tenía problema en poner uno o dos pesos para compartir el asado’.

(CONTINUARÁ)