En septiembre de 2005, Gastón Ezequiel Scribano, vecino de la calle La Merced se recibió de abogado y se premió con un viaje largamente soñado a Machu Picchu. En esta nota, recuerda esa travesía que seguramente jamás olvidará:
El 26 de diciembre, cargué la mochila y, en micro, partí para Uyuni, en Bolivia, donde se extiende un salar gigantesco, un desierto blanco con infinitos reflejos de sol al que hay que visitar protegiéndose con anteojos oscuros. En medio de ese desierto, estaban construyendo, con bloques de sal, un hotel.
Pasé una noche en un hostel que tiene la recepción construida con bloques de sal. Luego, continué, en tren, hasta Oruro, una ciudad que es famosa por sus fiestas de carnaval. Arriba de ese tren, donde conocí a unas chicas de Rosario, pasé fin de año. A las doce de la noche, el maquinista empezó a tocar la bocina y fuimos al salón comedor a festejar. El tren estaba repleto de turistas y lugareños pero, en ese momento, éramos apenas seis o siete para brindar.
Fuimos pasando por pueblitos casi perdidos. En cada estación, los pobladores se acercaban hasta el andén para vender pan casero, quesillo, dulces… Un plato típico de Bolivia es la banana frita con arroz. Como la lluvia se había llevado un pedazo de vía, pasamos la noche en una de esas estaciones. La gente tiraba la bronca pero, a la vez, decía que ese tipo de percance era habitual.
A La Paz, la capital de Bolivia, llegué en micro. Es una ciudad que está ubicada a 3650 metros de altura; la entrada es imponente porque se llega por caminos de montaña. La Paz llama la atención por la mezcla anárquica de lo autóctono, lo colonial y lo moderno, tanto en la arquitectura como en la gente: se ve por la calle caminando juntos a típicas cholas y a ejecutivos de trajes oscuros. Hay lugares donde se habla español pero también quechua o aymará. Me llamaron la atención, los colectivitos, como una especie de combi, que se mueven de aquí para allá por toda la ciudad. Para avisar adonde se dirigen, sus conductores sacan la cabeza por la ventanilla y gritan a los cuatro vientos.
De La Paz, en micro, partí a Coroico, un lugar al que únicamente se llega por el llamado “Camino de la Muerte”. El vehículo va bordeando acantilados y se observan las cruces que recuerdan accidentes fatales. Coroico es un pueblo hermoso, parece de postal, rodeado de vegetación. A poca distancia, existe una comunidad afro-boliviana y donde pueden verse a las cholas de piel bien negra. En todo este recorrido, fui conociendo a mucha gente que viaja desde distintos lugares del mundo. La mochila confraterniza e invita el diálogo. Así uno va conociendo americanos, europeos… con quienes comparte distintos tramos del camino.
Tras regresar nuevamente a La Paz, partí para el lago Titicaca que forma parte de la frontera entre Bolivia y Perú, a 4000 metros de altura. Es difícil describir la majestuosidad de este lugar, parece mentira su existencia: es un soberbio espejo de agua rodeado por picos nevados que parecen estar a la misma altura. Dicen que en sus profundidades está sumergida una ciudad inca. Visite la Isla del Sol, un lugar muy lindo, con poca infraestructura turística; sin embargo, la gente del lugar renta sus viviendas para que los visitantes encuentren comodidad.
Tras cruzar al lago, llegué a Puno, ya en Perú, donde visité los islotes de Uros. Jamás imaginé un lugar así donde las casas, los muebles, el piso, los botes, las balsas… todo lo que se ve está construido con totoras, una especie de caña que la utilizan para lo que se necesite; incluso, es base de algunas comidas. La totora es ama y señora. Son lugares muy fríos y húmedos. Nos dijo un guía que, a pesar de estar acostumbrados al clima, mucho de los isleños padecen reumatismo.
De ahí, viaje hasta Cuzco, antesala del Macchu Pichu. Cuzco es una ciudad detenida en el tiempo, donde sobresale la mezcla de arquitectura incaica, colonial y hasta religiosa. La plaza central está rodeada por tres ¡Tres! iglesias enormes. Todas las expresiones culturales están presentes. Hay lugares donde enseñan a iniciarse en chamanismo o en raíces como la yaguasca… son fenómenos culturales, alejados absolutamente de lo que puede conocerse como drogadicción. Tanto en Bolivia como en Perú, es normal ver a la gente mascando coca o tomando mate de coca para combatir la altura, el clima, etc. Es una planta considerada sagrada aunque está muy presente la discusión de lo que significa para el resto del mundo. Yo tome mate de coca para digerir algunas comidas que me cayeron muy pesadas. Tanto en La Paz como en Cuzco, le advierten a los recién llegados que no muestren cámaras fotográficas, relojes u objetos de valor. También, advierten sobre las zonas que son reputadas como riesgosas. Por suerte, jamás tuve problema alguno.
A unas tres horas de micro, desde Cuzco, se encuentra la entrada al Parque Macchu Pichu que está calificado como “Patrimonio de la Humanidad”. Es una ciudadela incaica, sobre la cordillera, a 2340 metros de altura, a la que se puede acceder por tren. Pero nos juntamos un grupo de mochileros y contratamos un guía, para subir a pie por el llamado ‘Camino del Inca’ que es el que utilizaban los aborígenes. La marcha dura cuatro días y es obligatorio contratar a un guía, también se contratan a los porteadores que llevan la carga porque a las dos horas de caminata, el mínimo peso se hace insoportable. Perplejo, vi a un porteador que cargaba, como si fuese una pluma, dos garrafas.
Se duerme en carpas o en refugios; es preciso tener buen estado atlético porque se sube, se baja, se vuelve a subir, se esquivan rocas… Todo bajo una continua llovizna. Llueve y para un poco, llueve y para otro poco. Así fueron los cuatro días. Cuando llega el momento de descanso, uno no alcanza a entrar a la carpa que cae rendido. Hubo una chica que no daba más, se negaba a seguir, pero no le quedaba otra alternativa que continuar escalando. Durante la subida, fuimos encontrando ruinas, terrazas de agricultura, paredes…
En las primeras horas del cuarto día – curiosamente con el sol a pleno – agotados pero gloriosos, llegamos a Macchu Pichu. La vista panorámica es impresionante. Uno se encuentra con una extensión de, estimo, alrededor de cuatro a cinco manzanas con fortificaciones, palacios, templos, murallas… es uno de los centros arqueológicos más notables del planeta. Para los incas fue un lugar sagrado y es riquísimo en historias y leyendas. En el medio de Macchu Pichu, hay una roca enorme por donde, se dice, pasa un meridiano energético. Los visitantes apoyan sus manos y he visto a algunos que se ponen a meditar en posición de loto. En tren, regresé a Cuzco y, en micro, bordeando el Océano Pacífico, a través de Chile, retorné a Caseros en los primeros días de febrero.
La mochila me permitió conocer lugares como México, Brasil, o recorrer la Argentina. Sin embargo, considero que este viaje fue el más enriquecedor porque además de lugares increíbles pude conocer a gente de todo el mundo. Y eso hace la diferencia. Por otro lado, hay que reconocer que, como mochilero, se conocen los mejores lugares, los que no están preparados artificialmente para el turismo, y además, es la única forma de viajar gastando poca plata.