Don Soto, un hombre bueno
By Caseros y su Gente

Don Soto, un hombre bueno

Le llevó un tiempo a don Pedro Ángel Soto conseguirse estas arrugas. Le llevó un siglo, exactamente.
Fue para su centenario cuando le hicimos este reportaje. El hombre de la calle Esteban Merlo, entre Caseros y Hornos, nos dijo que era del año ’12 y que había nacido en una casa que se levantaba en la calle Rauch, entre Sabattini y De Tata, «pegada a la cancha donde jugaban los muchachos del club Unión, que eran dirigidos por Salvarezza», recordó.

“Éramos seis hermanos, mi padre se llamaba Juan y era uruguayo. Él tenía a su cargo el servicio del tanque de agua del ferrocarril que todavía se puede ver sobre la calle Valentín Gómez, a la altura del República”.
Con el tiempo, la familia se mudó a un rancho emplazado a un costado de la ya legendaria «Excavadora», paraje que se extendía entre nuestro barrio y Ciudad Jardín y que es recordado con gran cariño por los muchachos del barrio.
“Ese rancho lo habían construido los aborígenes, antes de la batalla de Caseros. Estaba situado al costado de un ombú, que todavía puede verse entre el actual CEDEM y la pista de pruebas de la empresa FIAT. Cuando arábamos, encontrábamos muchos objetos de la batalla”.

Don Soto supo, también, vivir un tiempo en David Magdalena y Moreno hasta que, recién casado, se afincó en su propiedad de la calle Esteban Merlo, hace ya 64 años. El hombre conoció a su esposa, María Magdalena Massa, en una milonga de carnaval realizada en el Salón Caseros, que estaba ubicado en Moreno, casi San Jorge.

“Esta casa la levanté con mis manos; el terreno lo compré en cuotas. En los alrededores había solamente una o dos casas. Pero, con el tiempo, el barrio se puso lindo… nos conocíamos todos: los Cassaretto, Coi, Merlino, Mazzei, D’Elicine, Cobián, Martín, Cartabia, Branco, Ubiña, Quintana, Soriano, Hernández… éramos todos como familiares”.

El hombre se ganaba el pan como repartidor de leche utilizando un carro a caballo. “Cargaba los tarros de veinte litros e iba por todos lados…había barro por donde uno fuese… ¡Cuántas veces el carro se me quedó clavado! La leche la traía de un tambo de Campo de Mayo o la iba a buscar al tren lechero que llegaba a la estación Caseros. Trabajando de lechero conocí a muchísima gente; en ese tiempo, el lechero más famoso era Lorenzín. Después, puse una verdulería en el local del frente de casa también hacía el reparto. Me levantaba de madrugada, subía al carro y me iba al mercado de Liniers a buscar la fruta…”.

Durante un tiempo, también trabajó en la pinturería de su hermano, situada en Urquiza y Andrés Ferreyra. “Estuve un par de años…recuerdo que en verano, por el calor, saltaban las tapas de las latas de pintura. No era un trabajo para mí que nunca me gusto el encierro. Siempre preferí el aire libre, la libertad…”.
Apeló a sus conocimientos de albañil y anduvo de andamio en andamio hasta más allá de sus setenta almanaques.
El hombre atribuía su longevidad a dos o tres particularidades: no fumar, acostarse y levantarse temprano, no prenderse en discusiones. Se consideraba frugal aunque también admitió que no se escondía ante una buena mesa y, eso sí, “que no me falte sopa”. Consecuente escucha de radio, se confesó poco afecto a la lectura aunque fue un leal consumidor de la revista «El alma que canta», cuyas letras repetidamente tarareaba acompañado por su guitarra. Si bien no consiguió muchos admiradores musicales, debe convenirse en que quienes lo conocieron, coinciden en lo siguiente:
– Prestaba las herramientas.
– Siempre fue rápido para las gauchadas, a nadie le negaba una mano.
– Era respetuoso y de buen trato.

Don Soto fue un correcto jugador de bochas y secreto simpatizante de Boca. Le gustaba salir de cara al viento, a caballo o en bicicleta, a pasear por los barrios de los alrededores. A sus 100 años, el hombre seguía fatigando las veredas de este barrio que lo vio nacer, hacerse mozo, convenirse en dedicado esposo y padre de dos hijos (Oscar y Enrique), hasta llegar a esas arrugas nobles que tanto le costó conseguir. Don Soto fue un hombre bueno.
Falleció el 18 de marzo de 2016, a sus 104 años.

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