Fue un reconocido y querido odontólogo de Caseros. Conocer su vida es conocer parte de la historia del barrio que, en sus años mozos, comenzaba a dejar su categoría de pueblo para convertirse en ciudad. Alguna vez nos contó:

“En Murias y De Tata estaba el ‘almacén del Eucalipto’, así le decían, de don Borracchia. Un almacén de muchos años, en diagonal a la carnicería de Torchia. La esposa del almacenero era doña Camila ¡La de maldades que le hemos hecho!… En la puerta de su casa, había un llamador de bronce; un día, los pibes le atamos un hilo negro, lo desenrollamos y nos escondimos en un lugar alejado… entonces, cada tanto tirábamos del hilo y tac tac golpeaba el llamador en la puerta. Dona Camila salía para ver quien golpeaba en su puerta…y no encontraba a nadie. Al rato, otra vez toc toc… la doña salió tres, cuatro veces y se notaba que se había engranado. La que se avivó fue María, su hija , que descubrió el hilo, lo siguió y encontró nuestro escondite… la paliza que me pegó mi viejo cuando la almacenera se fue a quejar”.

El relato, transcurrido en los años ’30, pertenecía a Hugo Jorge Villamarín conocido profesional de la calle Bonifacini, entre Murias y Lisandro Medina. El hombre nació en un dormitorio de la casona ubicada en la esquina de Belgrano y San Jorge. Casona que todavía conserva su fachada y que con el paso del tiempo, supo ser salón de fiestas, pizzería y restaurante (actualmente, “La Reforma”).

“Mi padre, Ramón, tenía allí un almacén de ramos generales… recuerdo los barriles de vino en el sótano y los jamones colgados del techo; recuerdo también al viejo ‘Yim’, un tano grandote, mal hablado, que tenía un bigotazo que parecía un manubrio de bicicleta… él andaba con su carro a caballo transportando mercadería desde la estación a las casas del pueblo”.

Don Ramón Villamarín, esposo de doña Francisca Ferraro, fue uno de los primeros dueños de la legendaria panadería ‘La ltalo’.
“Mi viejo, allí por el ’15, había convertido ese negocio en panadería y fideera. Abastecía de fideos al ejército, en Campo de Mayo. Mandaba seis chatas llenas de fideos y durante el viaje… cómo sería el camino ¡que iban cazando patos!. En el treinta y pico, mi padre inauguró la panadería ‘Modelo’, en De Tata, entre Murias y Medina. Nos mudamos allí. Los fines de semana yo hacia el reparto, en carro, a las sucursales y a los hornos de ladrillo que estaban para el lado de Villa Pineral. Había tanto barro que el carro se enterraba hasta la manija. Esa panadería era famosa por los pan dulce y las tortitas negras. Recuerdo que, cuando vivía en Caseros, Antonio Carrizo venía con su sombrero de paja, compraba tortitas negras y se iba caminando para la estación comiéndolas de la bolsita”.

Continuó recordando, Hugo Villamarín:

  •  “La CLYFE, en la década del ’30, fue un emprendimiento ambicioso de los vecinos para darle electricidad al pueblo. Llegó a instalarse el generador y a tenderse el cableado. Pero la gente de la empresa CHADE se movió políticamente y abortó el intento que la perjudicaba porque iba a tener en toda esta zona una competencia que iba a vender, más barata, la electricidad. Se empezaron a retirar los cables. Al lado de la panadería, vivía la vasca Iribarren que era bastante brava. Cuando vinieron a sacar los cables, la mujer tenía tanta bronca que no permitió que apoyaran la escalera en la pared de su casa. Los tipos se retobaron y, entonces, la vasca sacó la escopeta y los amenazó. Tuvieron que sacar los cables con unas cañas y los pibes nos c…. de risa por las piruetas que tenían que hacer. Pasaron los años y estando yo en Monte, me enteré de que allí estaban funcionando los generadores de la CLYFE”.
  •  “Mi viejo fue directivo del Jota Jota y fundador de la Agrupación Scout Sargento Cabral que nació en Palomar. Cuando la institución vino a Caseros, al principio se hacían las reuniones en la azotea de nuestra panadería. Después, se consiguió una franja de terreno en la manzana donde hoy se levanta la Municipalidad. La Sargento Cabral llegó a ser una de las más importantes de la provincia”.
  •  “En Murias y las vías había un molinete. Cuando volvíamos del cine o de bailar, allí nos esperaba Sartelli, el sereno que a caballo hacia la ronda y nos acompañaba a lo largo de la calle Murias… pero, a lo sumo, lo que habían eran ladrones de gallinas…”.
  •  “Fui a la escuela 33 donde me conocían todas las maestras porque mi hermana Marina era requerida para todos los actos escolares. Me había hecho tan confianzudo que capaz que me agarraban ganas de comerme un sánguche y me iba a mi casa… entonces, mi vieja se cabreó me mandó a terminar la primaria en la escuela República de Cuba, en Palermo”.

Ya transcurrían los años ’40, cuando Hugo ingresó a la Aeronáutica con el fin de labrarse un porvenir “porque mis padres andaban mal económicamente y no podían financiarme una carrera universitaria pero a los seis meses me di cuenta que no era lo mío y pedí la baja.”.

El joven se hizo metalúrgico hasta que consiguió ingresar a la facultad de Odontología. No paró hasta que obtuvo el título.
“Para costearme los estudios, también iba a poner inyecciones, aplicaba, entre otras, ésas de penicilina oleosa que eran dolorosísimas. Iba, por ejemplo, a las casas nuevas que habían empezado a construirse desde la calle Hornos para el lado de Palomar, en terrenos que se habían loteado recientemente. Si habré pisado barro. A veces, de noche, me encontraba con el doctor Zanguitu y caminábamos juntos algunos tramos, alumbrando con nuestras linternas. Lo único que se escuchaban eran las pisadas de nuestras botas chapoteando barro”.

Hugo fue campeón de remo y entusiasta aficionado al atletismo. De su época scout, guardaba para sí inolvidables jornadas de camaradería y las primeras miradas con una chica – Matilde Gándola – que, años más tarde encontró en una milonga del club República. El matrimonio tuvo cuatro hijos y once nietos. Nuestro vecino, desde su amplia casa de la calle Bonifacini, mientras señalaba la vereda de enfrente, indicó que “todo esto, hasta avenida San Martín, pertenecía a la viuda de Romero. Ella donó una franja de terreno para construir un hospital que, al final, no se hizo. A esta iglesia se la conocía como la ‘capilla de lata’ porque era un galpón hecho con chapas de la Fuerza Aérea… recuerdo al padre Ogueta que era famoso por lo cascarrabias, pero buen tipo. Durante un tiempo, la parroquia estuvo a cargo de la congregación ‘Luman Dei’ que planeaba hacer distintas obras: jardín de infantes, escuela… pero todo quedo en la nada”.

Nuestro entrevistado – que fue socio fundador y primer presidente del Rotary Club Caseros Norte – se lamentaba de que el barrio hubiera cambiado tanto por la inseguridad. Le hubiese agradado, dijo, mudarse al sur del país ‘porque en Esquel viven mi hija, mi yerno, dos nietos y me gusta mucho pescar’. Sin embargo, la ‘nietada’ restante y tanta vida transitada por estas veredas caserinas lo seguían atando afectivamente a nuestro barrio.

Hugo Villamarín falleció el martes 18 de diciembre de 2007, a sus 77 años.