Cumplió su reparto desde los años ’40  hasta avanzados los ’60, cuando la leche envasada reemplazó a la que venía en los tarros tradicionales. Nuestro vecino vivía en la calle Esteban Merlo, entre Caseros y Bahía Blanca (actual Fernandes D’ Oliveira).

Morocho, delgado, alto, de bigotes, repartía por Villa Alianza, Villa Pineral, Villa Mathieu, Barrio Sargento Cabral y el centro de Caseros.

Iba a buscar la leche a la casa de Camarata (otro lechero muy conocido), situada en Guaminí y Fernandes D’ Oliveira, donde estacionaba el camión que la traía desde Pilar.

Casado con Aurora Benítez (85) y padre de cinco hijos, don Carlos empezaba su jornada bien por la mañana cuando le ponía los apeos a su caballo Gualicho, subía al carro e iniciaba el recorrido. Por la tarde, repetía la rutina. Concluido el reparto, se dedicaba a limpiar a fondo los tachos en un piletón construido en el fondo de su casa. Todos los días, de lunes a lunes.

Cuando se fue imponiendo la leche envasada, don Carlos repartía las botellas de las distribuidoras NESCLU o LECAMIL ( av. Mitre y David Magdalena) a las que sumó los codiciados yoghurts de La Vascongada o Kasdorf, toda una paquetería por entonces. Continuó con su reparto hasta 1967, tiempo en que reemplazó la leche por los diarios.

Uno de sus hijos – también llamado Carlos – alguna vez recordó que muchas veces lo acompañó en el recorrido. Además, memorizó un atracón gigantesco que se dio con el dulce de leche que se preparaba en su casa y se vendía a los vecinos. El empacho posterior también fue gigantesco. Por años, aseguró, miraba el dulce de leche y ya le dolía la panza. Asimismo recordaba que muchos vecinos iban a comprar la leche directamente a su casa de la calle Esteban Merlo. Ingresaban directamente por el pasillo donde se ponían a la vista de la lora que oficiaba como guardiana del hogar. Relató Carlos: “Apenas veía que alguien entraba, la lora le avisaba a mi abuela: ‘ prrr doña Rosa, gente prrrr… doña Rosa, gente ‘”.

EL CABALLO QUE SÓLO LE FALTABA HABLAR

Carlos señaló que Gualicho fue un caballo muy conocido en el barrio y era el típico animal que se sabía de memoria el recorrido.

“En Cafferata, casi David Magdalena, había un verdulero que siempre le regalaba una zanahoria. Todos los días, religiosamente, Gualicho llegaba al lugar, pateaba la calle para hacerse oír y recibía la zanahoria. Mientras tanto, mi viejo hacía el reparto casa por casa y sabía que se iba a encontrar con el carro, frente a la verdulería, apuntando para el lado de Villa Alianza. Una mañana, mi viejo llegó a la verdulería y le extrañó que Gualicho lo estuviera esperando pero en sentido contrario al de siempre.  Le contaron que había sucedido: Gualicho cuando había llegado al negocio para buscar su zanahoria, se encontró con un auto estacionado y “midió” que él y el carro no iban a poder pasar… entonces ¿qué hizo?… dio toda la vuelta a la manzana en sentido inverso para poder llegar hasta la verdulería y recibir la zanahoria”, recordó Carlos, quien agregó: “A Gualicho sólo le faltaba hablar. Era un poco celoso, mi vieja me cuenta que cuando yo estaba por nacer, le desataba el moño de la parte de atrás del delantal para molestarla… una vez, hasta le tiro un tarascón. Cuando Gualicho se hizo viejito, mi papá lo mandó al campo para que pasara sus últimos años y continuó el reparto con una Siambretta”.

Don Carlos Ángel Cartabia, el lechero, falleció en 1990. Tenía 73 años.