Cuando tenía 60 años, en un episodio que conmocionó a nuestro barrio, el 4 de septiembre de 2017, murió asesinado (*).
En cierta oportunidad, entrevistamos a Hebert. Nos contó que había tenido una infancia de mucha “bicicleta y pelota pisando la tierra de la plaza de Villa Pineral”.
Fue alumno de la Escuela N° 45 que lo vio lucirse como abanderado. Tras los deberes a las apuradas, volvía a la plaza para continuar gritando goles y gastar pedales.
Por entonces, vivía frente a la plaza; “más adelante, nos mudamos a Sarmiento y Puan, a la vuelta de la casa de ‘Tanguito’ (el creador de La Balsa)”, puntualizó.
“Íbamos a jugar a la pelota al baldío de Sarmiento y Parodi. Nos la pasábamos haciendo desafíos contra la barra de los Tuñón“, recordó.
Tuvo un hogar humilde, sencillo, donde “papá Mario y mamá Berta” se destacaban por “una excelente administración de sus ingresos”.
“Tanto a Daniel, mi hermano, como a mí, jamás nos faltó lo necesario; recuerdo que en casa, por ejemplo, la plata de la Cooperadora era sagrada. Ese orden lo heredé”.
Fueron tiempos de rebusque para ganarse los pesos necesarios para los gustos infantiles.
“Vendí helados Batitú por la calle. Se los compraba a Ramón Martín que tenía una distribuidora. Los cargaba en mi bicicleta y empezaba: iHeladooo, heladooo…! vendía un montón. Lo que son las vueltas de la vida: ahora soy contador de Martín. A él, una vez, un vendedor le robó una bicicleta y cada tanto me joroba y me dice ‘me parece que fuiste vos el que me afanó la bici´”.
Fue habitué, en sus años mozos, del club Villa Pineral (3 de Febrero, entre Cafferata y Rebizzo) y, en especial, de su muy concurrida pileta de natación. “Integré un equipo de nadadores que compitió con muchas instituciones. Era un equipo buenísimo. En el club, también trabaje como bañero, cuidador de vestuarios y hasta me llamaban para llenar las solicitudes, a máquina, de los nuevos socios. También, organizábamos bailes que tenían muchísima convocatoria”.
Tras cursar el secundario en Ramos Mejía, ingresó a Ciencias Económicas. “A la vez trabajaba en la Fuerza Aérea como traductor. Yo había aprendido inglés con Rosa Gunning de Serpelli. Entré en la facu en la época de la dictadura y parecía un cementerio. Pero cuando llegó la democracia, vivimos días apasionantes. Debatíamos sobre Rulfo, Cortázar, Jauretche, Benedetti… íbamos al café La Paz. En ese tiempo de participación, me di cuenta de mis ganas de estar en contacto con la comunidad. Mi familia también estuvo enganchada en las instituciones intermedias”.
Ya egresado como contador, desarrolló en Caseros una trayectoria de muchísimo trabajo que acompañaba con dos pasiones: el deporte y la docencia.
“Durante un año, me acosté soñando con el día en que entrara en un aula y dijera ¡Buenos días, alumnos!’. Recorrí un montón de colegios pero no me daban bolilla. Quería trabajar aunque fuese gratis. Hasta que conseguí unas horas en la escuela media N° 3. Después, fui profesor en la escuela 12 y en el Barrio Ejército de los Andes. De ‘Fuerte Apache’ tengo muy buenos recuerdos; se dicen muchas cosas de ese lugar pero ahí vive mucha gente que quiere salir de esa marginalidad y hace muchos sacrificios para mandar sus hijos al colegio”.
“Con el tiempo, el trabajo de contador me hizo restarle horas a la docencia. Para mí, enseñar tiene la magia del teatro… mi profesión de contador es estresante; a veces, llego agotado al colegio pero ingreso al aula y revivo”.
“Impulsado por Mario Eugenio Guido, el médico de cabecera de mi familia, mi ídolo, fui fundador del Rotary Club Caseros Sur. Así conocí a otro médico a quien también quise mucho: Enrique Turkienicz, quien me enseñó todo sobre el club. A través de Rotary, me puedo prender en cosas de la comunidad y también, tener muchos amigos”.
“Hay gente como Carmelo Martino, Ramón Martín, Luis Mariani… que tiene mucho empuje y hacen millones de cosas y lo arrastran a uno, aunque no quiera, ya sea para formar parte de una cooperadora o ser contador del Jota Jota como me pasa a mí… tienen una fuerza terrible”.
Hebert se reconocía obsesivo en su trabajo y que, también, vivía algo acelerado. Se declaró lector voraz y seguidor de Charly García, Serrat, Fito Páez, El Polaco Goyeneche…
Cuando le hicimos esta nota, Hebert, vivía en la calle Caseros, entre Belgrano y Urquiza, y estaba casado con Nidia Beatriz. Más adelante, se mudó a Urquiza, entre David Magdalena y Cavassa. El matrimonio tuvo tres hijos: Juan Facundo, Julieta y Camila.
(*) El crimen ocurrió en el mediodía del lunes 4 de septiembre de 2017, en la casa de Antonio Pignotti (calle 3 de Febrero, casi esquina Angel Pini). En el mismo hecho, Pignotti – quien tenía 94 años era tío de Hebert y estaba afectado por problemas psiquiátricos – también mató a Ana María López (80), cuidadora del anciano, y a la hija de ésta, Miriam Segovia (50).