Quienes transitaron esas aulas, seguramente saben de quién estamos hablando.

Hablamos de los años ‘60, ‘70, ‘80  y hablamos de un señor de cara  redonda, sonrisa fácil, gentil, amigo del padre Eduardo Gloazzo – párroco y director del colegio – quien lo convocaba como fotógrafo para las fechas patrias y en especial, cada fin de año, para que su cámara eternizara los rostros juveniles de las distintas promociones de egresados.

Ese señor – Agustín Ramón Villa – era fotógrafo de profesión y de alma. Había nacido el 28 de agosto de 1916 en Entre Ríos, donde transcurrió su infancia, su juventud y donde se inició en la ocupación que lo llevó a ser convocado para los peritajes fotográficos de su región natal.

En los años 50, eligió a Caseros como su destino de vida, junto a su esposa María Lidia Escribel. El matrimonio – que tuvo dos hijos: Eduardo y Lidia Graciela Bubi – se radicó en Azcuénaga y Cavassa.

Desde este, nuestro barrio, proyectó su quehacer  y fue registrado por el estado para trabajar en el área de experiencias operativas, donde se ponderó su capacidad profesional.  Y fue también en este barrio donde ocupó sus horas libres trabajando tanto para el instituto como para las distintas convocatorias que le fueron surgiendo: lo contrataban como fotógrafo para casamientos, cumpleaños, aniversarios

“Se le decía trabajo ‘socialero’”, recuerda su hijo Eduardo. Y agrega: “Tenía tanto trabajo (lo recomendaban ‘boca a boca’), que yo lo acompañaba y también sacaba fotografías… por ejemplo, cuando una pareja de novios salía de la iglesia, él tomaba las fotos desde un lado y yo disparaba mi cámara desde el otro”.

Eduardo es ingeniero agrimensor y desde hace dos décadas vive en la lejana Ushuaia. Vía telefónica nos señala que su padre llegó a tener mucho trabajo porque su quehacer no se agotaba en la toma fotográfica sino que se extendía al revelado que su progenitor ejercía con rigor artesanal.

“Había montado el laboratorio en nuestra casa de la calle Pehuajó (actual Azcuénaga) y se pasaba horas revelándolas; al principio, las de blanco y negro; después, las de color… eran decenas y decenas de fotos de cada acontecimiento”, afirma Eduardo.

Agustín tenía apenas 63 años cuando trabajando en su laboratorio padeció un ACV que lo desmoronó sobre un mechero encendido. Sufrió severas quemaduras que extendieron su terrible agonía a lo largo de seis días. Falleció el 22 de diciembre de 1980.

Son muchos los ex alumnos del establecimiento educativo de la calle La Merced que todavía recuerdan a ese señor de cara redonda y sonrisa fácil que les pedía que por un ratito se quedaran quietos… para que ese instante quedara grabado para siempre.

NdeR. FOTO: Agustín Villa (siempre con una cámara entre sus manos), junto a su esposa María Lidia, fallecida el año pasado, a sus 97 años, y su suegra.