Se trata de un episodio verdadero.
Rosa (42), finalizó su jornada laboral, subió al autobús que la llevaría de regreso a su hogar, encontró un asiento libre y se sentó.
El transporte comenzó a llenarse y cuando el que ascendió fue un joven pasajero de color blanco, la mujer que era negra tenía la obligación de cederle el asiento.
Si en vez de Rosa, hubiese sido un anciano negro, una madre negra cargando a su bebé o una persona negra limitada en su capacidad física, también tenía que levantarse.
Pero Rosa Parks, dijo no.
En ese diciembre de 1955, en Alabama, la mujer pasó la noche en el calabozo, condenada y multada.
Pero su gesto fue el puntapié inicial contra la segregación racial en el poderoso Estados Unidos.
Por entonces, la discriminación sumía a la población negra a un invariable menoscabo. Restaurantes, escuelas, cines e incluso lavabos, advertían a través de carteles: ‘Negros, no’.
El coraje de Rosa movilizó a los afroamericanos de Alabama, quienes organizaron un boicot contra los autobuses que se prolongó durante más de un año.
Hubo marchas, disturbios, protestas, debates… El país del norte quedó conmocionado.
El futuro Premio Nobel de la Paz – Martin L. King – sumó su esfuerzo para obtener la dignidad.
A partir de aquel incidente, la vida de Rosa se complicó: ella y su esposo perdieron su empleo y, acosados por llamadas telefónicas y ataques contra su vivienda, emigraron a Detroit.
Nada fue en vano.
Años después, el Tribunal Supremo de EEUU declaraba inconstitucional la ley de segregación racial en el transporte público y la ley de Derechos Civiles la derogó en escuelas, puesto de trabajo, lugares públicos y gobierno.
Sin dudas, aquella tarde de diciembre en el colectivo, el coraje de aquella humilde mujer cambió al país.