Aquí estamos en el año 1936 y vemos a Miguel González, Fernando Laucha Quiroga y Carlos Galera sobre el carro detenido en Urquiza y Cavassa, con el que hacían delivery de carne para “La Nobleza”.
Las calles del pueblo, por entonces, eran de tierra, tierra y tierra. Los zanjones estaban copados por sapos y zapateros.
Los baldíos rebosaban de mariposas y por la noche, eran invadidos por grillos y bichitos de luz.
DESDE LECHE HASTA ACAROÍNA
El pueblo de Caseros amanecía con el voceo de los vendedores ambulantes y prácticamente todo se vendía a domicilio: desde leche al pie de la vaca hasta pan o helados. Churros, escobas, maníes, forraje, pescados, artículos de mimbre, kerosén, toallas, pirulines, hielo, acaroína, lupines, gallinas, pavos, trapos de piso eran ofrecidos casa por casa.
Tampoco faltaban quienes se ofrecían para afilar tijeras, arreglar paraguas, cortar el pelo o cardar los colchones.
Y, por supuesto, no faltaba el fiado… (algún clavo siempre había, pero eran los menos).
PUERTAS ABIERTAS
Era un tiempo de puertas tan abiertas que los vendedores ambulantes podían aparecerse de repente en la cocina sin más anuncio que el “Buenos días, vecina”, para ofrecer sus productos/servicios.
Aseguran nuestros abuelos que, aunque parezca exagerado, con esa tranquilidad se vivía por entonces.