Tenía apenas veintidós años y sobre su cuerpo un diagnóstico feroz: sida. Sida con todo lo que significaba en aquella década del ´80.
Ariel Micheletto se retiró de aquel consultorio, de aquella consulta donde le habían presagiado un futuro no mayor a los veinticuatro meses de vida.
Padeció y sobrellevó el resentimiento, el miedo, la desesperación…
También, se preguntó ¿¡qué hacer!?. El muchacho de la calle Mitre, entre Lima y Agüero, el ex alumno del colegio Beato V. Grossi, decidió pelearle a ese pronóstico fatal. Eligió el camino de la desintoxicación natural y la espiritualidad para enfrentar a ese mal que lo había hundido en la discriminación (feroz, en aquellos años) y le había firmado su condena a muerte.
Cursó el instructorado de yoga en la Fundación Indra Devi. Se convenció de que para pelearle a la adversidad es necesario abrir los corazones y escuchar la voz interior.
Cuando lo entrevistamos, en el verano de 2000 , nos dijo lo siguiente:
♦ Cuando yo era chico, intuitivamente estaba transitando un camino espiritual… me pasaba horas meditando, en el jardín, mirando un estanque o una planta. Tendría unos ocho años. Estaba horas con las piernas hacia arriba en posturas de yoga totalmente naturales. Hasta la astrología dice que, por mi signo, Géminis, es una de las posturas que más me favorece. Además, tenía una fuerte atracción hacia lo artístico.
♦ Por otro lado, y no sé cómo explicar esto… tenía visiones de luces, figuras, escuchaba voces… los domingos a la tarde, sentía un nerviosismo que me llevaba a encerrarme y empezar a escribir. Ni sabía lo que escribía; con el tiempo, descubrí que esos mensajes me decían que iba a pasar una prueba, que iba a poder ayudar a mucha gente y que el único camino en esta vida es estar unido a la divinidad, que eso me iba a mantener fuerte. Estas cosas, por un lado me maravillaban pero, por otro, me asustaban mucho.
♦ Cuando estaba en soledad, era un chico tranquilo. Pero se ve que era revoltoso cuando estaba con mis amiguitos porque sus madres decían que cuando yo llegaba se armaba la revolución. En realidad, siempre fui de naturaleza rebelde.
ADOLESCENCIA CONFLICTIVA
♦ En mi adolescencia, fue cuando comenzaron los graves conflictos porque, si bien continuaba recibiendo la energía espiritual, se despertó en mí la energía sexual que va en sentido opuesto… uno tiene que aprender a hacer amistad con las dos energías. Yo quise repetir la misma plenitud que recibía pero ya desde el sexo, la diversión, el placer… me aboqué al placer sin límite; consumí cocaína, LSD… emprendí una búsqueda espiritual equivocada hasta que la vida me dio un freno: me diagnosticaron sida con una expectativa de vida de uno o dos años.
♦ Con la distancia que da el tiempo, comprendí que todo está bien en la vida, que tenía que pasar por esa prueba para tener la convicción y la seguridad actual. Esa experiencia me hizo abrazar nuevamente la espiritualidad de mi infancia. Estaba tan desesperado que abrí las puertas espirituales e hice una conexión con lo divino, sin intermediarios.
♦ Hable con Dios así como estoy hablando con vos, ahora, así de sencillo. Dije: ‘Dios, te pido una nueva oportunidad, quiero vida, quiero salud, para descubrir cuál es mi misión… no me quiero ir de este mundo sin completar la misión que vine a hacer’. A partir de ahí, empecé un largo aprendizaje, comencé a tomar clases de yoga, que fue lo que me rescató inmediatamente, y de relajación y meditación. Trabajé aplicándome técnicas para purificar el cuerpo y elevar la energía vital desde lo físico, para el tema de la inmunidad, hasta la parte energética, para ensanchar el aura, los cuerpos sutiles que tenemos.
♦ Una enfermedad termina en lo físico pero empieza en esos cuerpos sutiles, cuando el aura está rota, fisurada. Esto está comprobado hasta fotográficamente. Cualquier adicción te está fisurando el aura… el cigarrillo, el alcohol, la comida en exceso… las personas que toman pastillas para dormir o adelgazar durante años se están restando inmunidad y, a la vez, en algún rincón del subconsciente, se están decretando que no valen, que no tienen energía.
♦ El que comprende la esencia y el concepto espiritual sabe que tanto en la Biblia como en cualquier libro sagrado dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Eso significa, entre otras cosas, que tenemos el poder para ser íntegros y no depender de nada externo.
♦ Una meditación de diez minutos moviliza drogas endógenas de química cerebral que producen beneficios en lo físico. Si esto se mantiene durante meses o años, uno es dueño de su inmunidad y ya no está necesitando del afuera permanentemente.
CONOCIMIENTO O DOLOR
♦ Una maestra me dijo algo maravilloso: ‘Hay dos caminos para aprender; aprendés a través del conocimiento – que sería el despertar, el observar cada cosa que la vida te enseña – o aprendes por el dolor’. Lamentablemente, la mayoría elige el camino del dolor.
♦ Todos los caminos espirituales dicen : ‘Escuchá tu voz interior’.
♦ Cuando uno es chiquito no está intoxicado mentalmente con la vorágine de la información que tenemos actualmente en el hemisferio izquierdo del cerebro. Cuando somos chiquitos, tenemos muy abierto el hemisferio derecho que es el de la parte intuitiva, creadora, abstracta… eso nos hace más fácil escuchar nuestra voz interior. En cambio, de adulto, uno está contaminado y se produce un desequilibrio: tenemos hiperdesarrollado el hemisferio izquierdo y bloqueado o atrofiado el derecho. Por eso, hay que trabajar para desarrollarlo. Cuando me diagnosticaron sida, empecé a recibir mucho material de EEUU con respecto a la enfermedad; especialmente, de disidentes con el tratamiento tradicional. Yo nunca tomé la medicación. Elegí el camino de la purificación y desintoxicación. No volví a tener síntomas de la enfermedad. Jamás dependí de droga alguna.
♦ Yo no soy médico, doy una orientación espiritual. Uno, cuando recibe un diagnóstico como el mío, naturalmente se resiente con la enfermedad… Pero una doctora dijo : ‘El sida es la última oportunidad que nos da este siglo para abrir nuestros corazones’.
♦ Hay un libro que me enseñó a alimentarme. El criterio es darle al cuerpo alimentación que esté viva, que no esté procesada con elementos químicos ni que haya pasado por el fuego para no quemar los nutrientes. En un 70 por ciento, la alimentación de una persona debe ser viva. También son importantes los lavajes de colon. La autora señala que, ante cualquier enfermedad, es muy importante la limpieza del intestino para barrer la materia fecal acumulada y reestablecer, mediante la alimentación, el sistema inmunológico.
♦ Un desayuno típico mío es tres manzanas ralladas o tres bananas pisadas, ésta es la base; luego, en un molinillo de café, muelo avena, sésamo, almendras, girasol, lino… le agrego germen de trigo, para darle mejor sabor le pongo esencia natural de vainilla, un poco de canela, levadura de cerveza… si quiero le pongo miel o azúcar integral de caña, todo eso lo mezclo con la fruta. La autora propone este desayuno fuerte al que llama perfecto tras una noche de sueño. Es una lluvia de nutrientes.
♦ Nazareth es para mí un pueblito muy querido donde voy cada vez que puedo. Está ubicado en la ladera de una montaña en Brasil, alejado del bullicio. Concurre gente de todo el mundo. Allí, uno se encuentra con la espiritualidad práctica. Se te enseña que podés encontrar la espiritualidad en las cosas cotidianas. Se desarrollan diferentes actividades. Un grupo cocina para los huéspedes, otro va a la huerta orgánica a sembrar para los huéspedes que vendrán… uno toma conciencia de que en el día come lo que otros sembraron. Se toma una conciencia sagrada de las cosas. En realidad, todo es sagrado… hasta limpiar el baño. La primera vez, yo tenía mucha resistencia a limpiar el baño… hasta que empecé a preguntarme cuáles eran las porquerías que no quería limpiar en mí. Fue tan fuerte la meditación que tuve limpiando los baños que pedí seguirlos limpiando dos días más.
♦ Me gusta esta frase: ‘La paz no es aquella que se encuentra en la ausencia de conflictos; la verdadera paz es aquélla que se encuentra aún en momentos de conflicto’.
20º ANIVERSARIO. Ariel falleció el viernes 17 de noviembre de 2003, a sus 37 años. Fue tres lustros después de que le habían diagnosticado apenas algunos meses de vida. Silvana, una de sus alumnas de yoga, lo recordó así: “A pesar de su padecimiento, él siempre estaba pensando en los demás… siempre tenía una palabra de aliento, adecuada para el momento… tenía la virtud de la palabra justa”.